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Amando de Miguel

Monólogo sobre la lengua (III)

Lo malo es cuando el Gobierno se rinde o claudica ante las pretensiones de los terroristas: la primera de ellas es la de ser considerados como un sujeto político legítimo, incluso de carácter internacional.

La gran dificultad del lenguaje reside en un hecho tan simple como intrigante: muchas palabras tienen varios significados, a veces muy diferentes y hasta opuestos. Lejos de ser un defecto, esa característica de radical polisemia da al lenguaje toda su gracia y una gran capacidad expresiva. El lenguaje hablado todavía complica más las cosas al introducir nuevos matices en las palabras según sean pronunciadas con uno u otro tono. Como resultado, un discurso, un debate, una conversación producen quiebras de comprensión respecto al ideal de completa claridad. En la vida pública sobre todo, el discurso no se emite para convencer al contrario sino para reafirmar la moral del que lo emite y de sus seguidores.

Tomemos la palabra fascista (y su derivado coloquial facha). En la parla española actual casi nunca significa el tipo de régimen totalitario que destacó en Europa durante la primera mitad del siglo XX. Las más de las veces fascista es un improperio, generalmente dirigido a personas contrarias al totalitarismo y emitido por personas en actitudes violentas, intolerantes o enemigas de la libertad. Es decir, el mundo al revés.

Habrá quien piense que al menos el lenguaje científico o intelectual se caracteriza por la precisión, esto es, cada voz designa un único significado y de esa forma todo el mundo se entiende. Nada de eso. Precisamente los científicos e intelectuales entablan interminables discusiones, en ocasiones agrias polémicas, en torno a los significados de las palabras. Es más, la literatura científica o ensayística se recrea con el uso de términos oscuros que dejan perplejos a los receptores de los mensajes. En los ensayos de divulgación es corriente que los autores dejen caer términos técnicos que no explican. Aunque parezca extraño, la oscuridad da prestigio.

Por mucho que los diccionarios señalen que "los premios Nobel", se dicen así, con voz aguda, como resulta ser en sueco, muchos españoles seguirán diciendo Nóbel. La razón es que, de otra forma, se puede confundir en el habla "Nobel" con "novel", que es aproximadamente lo contrario. De momento, una vacilación más.

Son innúmeras las voces con el acento vacilante. Por ejemplo, cenit o cénit. Los científicos dirán la primera; el vulgo, la segunda. Algo parecido sucede con intervalo (científico) o intérvalo (vulgar). La vida pública o las relaciones sociales resultan inevitablemente conflictivas. Para atenuar la confrontación, se echa mano del lenguaje con numerosos recursos retóricos. Por ejemplo, se apela a las metáforas que se derivan de la idea de juego deportivo o de mesa. Así, se habla metafóricamente de "mover ficha", "echar un órdago", "reto" o "desafío", "ganador" o "perdedor", "fuera de juego", "chupar rueda", etc. Toda metáfora es un compromiso entre la expresión y la imprecisión. Todo el mundo sabe que la vida social no es un juego, pero, si se hace ver que lo es, las cosas se muestran más a favor de quien toma partido.

El lenguaje público juega admirablemente con el sentido ponderativo que acumulan algunas palabras. Tómese el caso de la voz negociación. En el mundo dominado por la diplomacia o las empresas, la actitud de negociar resulta edificante. Lo malo es cuando el Gobierno se rinde o claudica ante las pretensiones de los terroristas: la primera de ellas es la de ser considerados como un sujeto político legítimo, incluso de carácter internacional. En ese caso, la rendición o claudicación del Gobierno no se presenta así; se dice entonces negociación.

Resulta sarcástico que pueda haber una negociación de igual a igual entre los representantes del Estado y los "gestores del terror", según la irónica expresión de José María Aznar. Lo que esos "gestores" llaman proceso de paz, Aznar lo traduce como "proceso de entrega, sumisión y rendición a los terroristas". Es difícil encontrar otro ejemplo en el que una misma palabra adhiera significados tan encontrados. La razón de esa inmensa vacilación es que el lenguaje se halla penetrado de sentimientos, pasiones, intereses.

Es errónea la creencia de que, ante todas las posibles vacilaciones del idioma, hay siempre una voz correcta y otra espuria. No es así. Son innúmeros los casos en los que ambas formas son legítimas, o al menos una es más de derecho y otra de hecho. Por esa razón hay un diccionario normativo y otro de uso. Depende, además, de quién lo use. Por ejemplo, muchos españoles se sienten más a gusto escribiendo Méjico, pero los mexicanos se llaman a sí mismos con equis, aunque la pronuncien como jota. En cuestión léxica la costumbre hace ley.

Naturalmente, en muchas ocasiones hay que reconocer que, entre las dos formas que se oyen, una es la correcta y otra la vulgar o la errónea. La elección no es siempre el predominio de la forma más sencilla. Por ejemplo, debe decirseabsceso(= acumulación de pus en un tejido) y noabceso; peor aún:acceso, que es otra cosa (entrada o paso). No importa que el aparato fónico de los hispanoparlantes abomine la dicción de tres consonantes seguidas. No está dicho que el idioma se hiciera para facilitar la pronunciación. De otra forma retrocederíamos a la elocución pueril. La mantenemos solo en los hipocorísticos (nombres familiares).

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