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Juan Carlos Girauta

La ciudad de los litigios

Ayer en la estación de Sants operaba una vía entre dieciocho. El AVE va a llegar, con suerte, quince años más tarde que a Sevilla. Cuando tomas un cercanías no sabes si te llevan a Premià de Mar o a Auschwitz. La ministra Álvarez lo tiene crudo

En ciertas noches, desde selectas perspectivas, las luces evanescentes de la torre Agbar invitan a soñar con otra Barcelona. Azules violentos que se difuminan o se van al rojo; de día por el aluminio, de noche por los leds, cuyas combinaciones no duermen. La forma es la de una bomba, la de un falo, la de un torpedo, casi la del cohete de Tintín. Es un edificio fascinante que ayer ennobleció la tormenta, como ha sabido plasmar en portada, oportuna, La Vanguardia.

Uno espera que tras las lamas del vidrio innumerable, en los despachos, nazcan y crezcan las ideas que nos harán la vida mejor, más próspera, más alta. Uno desea que regrese a esta ciudad el espíritu emprendedor. Uno adora, por otra parte, el aluminio.

Amo esa Barcelona que sólo existe, de momento, en el pequeño rascacielos de Jean Nouvel, el mismo que en Madrid ha convertido los espacios del Centro de Arte Reina Sofía en un imán para mentes despejadas. Volviendo a Barcelona, “pequeño rascacielos” será un oxímoron, pero la figura se ajusta a la verdad tanto como las acusaciones de plagio. Dura palabra. No sé qué les costaba a los críticos llamar “homenaje” a lo que Nouvel le ha hecho a Norman Foster, padre del primer gran falo, bomba o torpedo, el que distingue a Londres. El primero real, entiéndase. Antes hubo ciertos planos de creadores avanzados a su tiempo, como Gaudí, que proyectó algo similar para Nueva York. Y están las viñetas de Flash Gordon: a los barceloneses octogenarios que las disfrutaron en los años treinta no les habrá sorprendido tanto como a sus hijos la colorida torre barcelonesa que desafía a la noche.

Es el último prodigio de la ciudad de los ídem, porque Barcelona se está cayendo a pedazos: de los prodigios a los litigios. El Maragall alcalde lavó la cara a una urbe de edificios insalubres, cañerías que revientan, cables que se caen, servicios de recogida de basuras que propagan la pestilencia (abochornándonos ante los asqueados turistas nórdicos). El resto ya lo saben porque es el tema del verano. Ayer en la estación de Sants operaba una vía entre dieciocho. El AVE va a llegar, con suerte, quince años más tarde que a Sevilla. Cuando tomas un cercanías no sabes si te llevan a Premià de Mar o a Auschwitz. La ministra Álvarez lo tiene crudo, pues se nos ha agotado la paciencia. Sólo nos queda un enfado y una frustración monumentales. Y la torre Agbar para soñar con un futuro esplendoroso.

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