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EDITORIAL

De la necesidad de la mentira

Ya está bien de situar en el plano del "error" unas componendas entre el Gobierno del 14-M y ETA que, por su gravedad, por su inteligibilidad y por el más elemental sentido de la ponderación, deben situarse en el plano de la felonía o de la infamia.

El Partido Popular acaba de hacer público un comunicado en el que ha pedido la dimisión del ministro del Interior a la luz de las últimas informaciones relativas a la mentira sistemática que ha supuesto este nunca peor llamado "proceso de paz". La única objeción que podemos plantear a dicho comunicado es que no dirija la petición de dimisión al máximo responsable de que ETA haya recuperado sus explosivas esperanzas, que no es otro que el presidente del Gobierno. También echamos en falta una referencia al capítulo del chivatazo policial al aparato de extorsión de ETA, suficiente por sí sólo para que a Rubalcaba se le pudiera achacar responsabilidades políticas, incluso penales en el caso de haber sido él quien hubiera dado la orden de perpetrar semejante delito de colaboración con banda armada.

Por lo demás, el comunicado del PP constituye una ajustada crónica de las reiteradas y acreditadas mentiras que han caracterizado este proceso de negociación política con la banda terrorista, que arranca antes de la llegada de Zapatero al Gobierno y que se mantiene con posterioridad al criminal atentado de Barajas. Por mucho que este comunicado del PP no vaya a lograr que dimita el ministro que tan categóricamente mintió a los españoles al afirmar que el "diálogo" estaba "roto, acabado y liquidado" tras los dos asesinatos de la T-4, al menos servirá para dar relevancia a la clase de "proceso" que, ya en su día y con fundamento, bautizamos como una "frágil pero real" "alianza entre el crimen y la mentira".

Esa labor de denuncia –empezando por la que debe llevar a cabo personalmente el líder de la oposición, Mariano Rajoy– es tanto o más necesaria para que muchos dejen de situar en el plano del "error" unas componendas entre el Gobierno del 14-M y ETA que, por su gravedad, por su inteligibilidad y por el más elemental sentido de la ponderación, deben situarse en el plano de la felonía o de la infamia.

Es en este último plano donde se debe situar la acción de un Gobierno nihilista y cortoplacista que, por su público deseo de hacer un gran frente anti-PP y de mantener alianzas con formaciones separatistas contrarias al Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, no dudó y sintió la necesidad de curarse en salud con unas negociaciones previas con el terror para asegurarse una tregua que, a modo de anestésico, disfrazara con los ropajes de la paz su deriva y alianza con los nacionalistas. El guión del Pacto de Estella se ha repetido, solo que, por primera vez en la historia, lo ha escrito el Gobierno de la nación.

Al margen de las iniciales ofertas de Zapatero de "un cambio jurídico político" del País Vasco "por una tregua cuanto antes"; al margen del intento de neutralización de las víctimas nada más llegar al Gobierno, o de otras cartas, tan públicas como olvidadas de ETA, en las que la organización terrorista animaba en 2004 al recién elegido presidente del Gobierno a tener "gestos tan valientes para con Euskal Herria como los que se van a dar en Irak", lo cierto es que una vez logrado el ansiado y negociado "alto el fuego" de los terroristas, la única obsesión del Gobierno del 14-M fue tratar de sostener esa ficción de paz haciendo realidad cuantos compromisos adquiridos con la organización terrorista le resultara políticamente posible.

En esa cesión colaboracionista –felona, aunque no sea propiamente una rendición–, ha de enmarcarse la condescendencia de Zapatero a que los proetarras burlaran la ley de partidos o su cómplice ceguera voluntaria ante la ininterrumpida extorsión de ETA o ante el robo de explosivos. También ahí hay que encuadrar su disposición a la comprometida excarcelación del sanguinario De Juana Chaos, sus elogios como "hombres de paz" a Otegi o Josu Ternera y, en general, su reclamo, a través de la Fiscalía General del Estado, a que jueces y fiscales "ensuciaran sus togas con el polvo del camino" de esa sucia y falsa paz.

Que una insaciable y oxigenada ETA no haya querido correr el riesgo de ver a un Zapatero tan triunfal como para sentirse liberado de los compromisos adquiridos –y todavía no cumplidos– con la organización terrorista, es un hecho tan cierto como que Zapatero, a la hora de hacerlos realidad, se encontró con una inesperada oposición social, liderada por las víctimas, que no tardó en hacer suya el Partido Popular.

Ahora bien. El objetivo de ETA de lograr que un nihilista como Zapatero siga necesitando a los nacionalistas y a una falsa paz como coartada, sólo lo pueden frustrar los ciudadanos en las urnas. Esa es la única "dimisión" que puede en realidad "romper, acabar y liquidar" tanta mentira que todavía perdura.

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