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Pío Moa

¿Por qué simpatizan con la ETA?

Menos explicación ofrece a primera vista que un grupo evidentemente totalitario y terrorista resultase tan atractivo para tantos periodistas, políticos y gobiernos europeos.

En el artículo anterior expuse cómo el antifranquismo, los separatistas y gran parte del clero desbordaron simpatía y apoyo a la ETA desde que esta empezó a asesinar y precisamente porque asesinaba. Y cómo esa simpatía se transformó, durante la democracia, en la siniestra "solución política" que tanto ha alimentado al grupo terrorista. Para volver, finalmente, a la colaboración abierta con él, desde el Gobierno, a partir de la matanza del 11-M.

¿Por qué esta actitud? Lo he explicado otras veces y vuelvo a resumirlo: cuando la ETA empezó a matar, Franco seguía fuerte, y el antifranquismo vio en los atentados etarras un apoyo para socavar al régimen; al revés de lo que ocurriría con el GRAPO, que empezó a actuar cuando ya Franco estaba en las últimas y con sus golpes perturbaba las expectativas de la oposición. A esto había que sumarle la tradición violenta y guerracivilista de aquella oposición, que solo después del gran fracaso del maquis había adoptado una línea pacífica, perfectamente hipócrita: la ETA hacía lo que ellos habrían deseado hacer, pero no se atrevían por entonces. Los "estrategas" antifranquistas miraban a los etarras como unos jóvenes exaltados pero ingenuos, que harían el trabajo sucio cuyas rentas aprovecharían ellos a su debido tiempo. Por último, también apreciaban el propio carácter antiespañol del grupo asesino. Esto se entiende en el caso de los separatistas (los pocos que entonces había, parte del clero, también), y menos en el resto; pero no olvidemos que casi toda la oposición al franquismo, como el actual Gobierno, se identificaba con el Frente Popular, bajo el cual el grito "¡Viva España!" llegó a considerarse subversivo.

Menos explicación ofrece a primera vista que un grupo evidentemente totalitario y terrorista resultase tan atractivo para tantos periodistas, políticos y gobiernos europeos. Se entiende en los casos de las dictaduras argelina o cubana, pero choca en los otros. Y sin embargo los europeos favorecieron más al terrorismo separatista que aquellas dictaduras o los servicios secretos soviéticos. El Gobierno francés regaló a la ETA un santuario seguro junto a la frontera, gracias al cual los pistoleros podían operar y rehacerse impunemente, impidiendo que las desarticulaciones operadas por la policía española llegaran a hacerse decisivas. Y la imagen favorable a sus crímenes todavía se percibe en las manipulaciones de, por ejemplo, la BBC. O recordemos al Gobierno holandés o a Olof Palme defendiendo a los "demócratas" españoles con ocasión de las últimas penas de muerte contra la ETA y el FRAP, con simultáneo y completo desprecio hacia las víctimas de esos grupos.

La razón de esta actitud, casi un reflejo condicionado, se remonta sin duda a la guerra mundial. Como he explicado en Años de hierro, Inglaterra y Usa contrajeron entonces una deuda impagable con el franquismo. También en la posguerra, pues gracias a la estabilidad de España y a la derrota del maquis –que solo el franquismo garantizaba– pudieron construirse con bastante seguridad, dentro de la incertidumbre de entonces, regímenes democráticos en Francia e Italia, como implícitamente admitió De Gaulle.

Sin embargo todos esos gobiernos, periodistas, intelectuales, etc., siempre vieron la victoriosa pervivencia de Franco como una injuria o una derrota propia, por tratarse de un régimen autoritario que había recibido ayuda de los fascismo alemán e italiano y se mantenía desafiando boicots y amenazas. Los europeos no querían ver el hecho, algo humillante, de que su democracia no se la debían a ellos mismos, sino a la intervención useña. Y que en España, tras la experiencia devastadora del Frente Popular, no existía alternativa democrática, y que el intento de imponerla pasaba por una nueva guerra civil, una nueva marea de venganzas y una salida probablemente caótica.

El carácter fascista del régimen de Franco y su imposición debida al nazismo o el sistema mussoliniano no pasan de ser mitos extremadamente baratos, forjados sobre todo por la propaganda comunista. Y sin embargo han ejercido su distorsionante influjo durante decenios, incluso ahora mismo. Uno de esos efectos distorsionantes ha sido, significativamente, la solidaridad con una organización de asesinos totalitarios.

En España

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