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Victoria Llopis

Eutanasia sí... o sí

La lógica de la cultura de la muerte cierra su propio círculo. El agravante aquí es que es el papá-Estado el que pretende decidir liquidar a algunos de sus hijos con el pretexto de que sufren mucho.

La Junta de Andalucía se trae entre manos un Anteproyecto de Ley que debe de ser una broma: con el pretexto habitual de "muerte digna" contemplan dar matarile –con la debida cobertura legal, claro– a todo aquel que entre en el concepto de estar siendo "terapeutizado de forma encarnizada". Perdonen los neologismos. Son míos.

Por si los médicos aún conservan algo de la ética que se les supone, aunque el Juramento de Hipócrates sea ya mera retórica, prevén sancionar hasta con un millón de euros a los facultativos que se empeñen en mantener con vida a un enfermo terminal sin posibilidad de recuperación (¿quién ha decidido de forma infalible cuánto de terminal es y cuántas posibilidades de recuperación tiene?). Para tener atados todos los cabos, pasarán olímpicamente de los deseos de la familia al respecto. Y para terminar, los menores que consideren maduros decidirán ellos mismos. Pensarán que son más fáciles de convencer de que les van a hacer un favor que sus padres.

No sé qué produce más escalofríos de todas las consecuencias racionales que se derivan de la lectura de esta noticia. Primero, el Poder –por interposición del "comité de ética hospitalaria"– va a ser ya el César que con su pulgar arriba o abajo decidirá sobre la vida o la muerte de cualquier pobrecillo que ponga su pie en un Leganés, digo, hospital. Segundo, los médicos se convierten en unos sicarios que tendrán que ejecutar las sentencias de muerte que sean dictadas, aunque no estén de acuerdo con la valoración del enfermo. Tercero, se da una estocada más a la institución familiar; en la hora crucial de tu vida, nadie podrá protegerte ni hablar en tu favor; ya estamos solos frente al Poder.

Sin duda muchos pensarán que semejante barbaridad es tinta de calamar con la que entretener a la opinión pública ante el crack económico que se nos viene encima. Tal vez. Pero por si acaso, vamos a ir recogiendo el guante.

En Arquitectos de la cultura de la muerte, libro de De Marco y Wiker publicado por Ciudadela, podemos entrever cuál es el núcleo del problema:

La cultura de la muerte ha decidido previamente que lo esencial es actuar como si el propio debate fuera absurdo, no admitiendo su mera consideración. De este modo plantean el debate en lo circunstancial, pero sin permitir que emerjan las cuestiones clave. Tolera el cómo pero no el por qué. Ante esta postura, los intentos de la cultura de la vida por aportar argumentos sistemáticamente cae en saco roto. Nótese por cierto la paradoja: los tildados de oscurantistas religiosos son los que se empeñan en defender la capacidad de la mente humana para descubrir la verdad, mientras que los considerados progresistas ilustrados son los que, al mismo tiempo que niegan una verdad moral, intentan imponer con gran vehemencia y certidumbre subjetiva su escepticismo al conjunto de la población (...) No es la cuestión de la libertad lo que divide a los arquitectos de la vida de los de la muerte. La cuestión es el realismo antropológico. ¿Cuál es la realidad del ser humano? ¿Cuáles son los verdaderos bienes que debemos escoger? Tenemos que convertir nuestras relaciones con los demás, a través del amor, en relaciones personales. Este es el cimiento para construir una cultura de la vida. Estamos en la elección entre alienación y participación. Participación de forma amorosa en las vidas de los demás. Esto puede chocar a los arquitectos de la muerte, pero debido a su inherente realismo, es un comienzo revolucionario que prepara el terreno para el definitivo florecimiento de la cultura de la vida.

Por ahí tendrán que ir los tiros. Pero, de momento, denunciemos. El artículo de la Constitución que dice que "todos tienen derecho a la vida" sigue vigente. Y el Código Penal también. Y la clase médica, que despierte: ¿van a tener que elegir entre la cárcel (porque, claro, los familiares les denunciarán por homicidio; y gracias al caso Leganés ya saben que no deben acceder a incinerar a sus seres queridos hasta que el juez pueda pedir la autopsia) o multas multimillonarias si no lo hacen? Y además, se está dando a entender que los médicos son unos insensibles, que someten a los pobres enfermos a toda clase de tratamientos dolorosos e inútiles, cuando hoy en día la exigencia del "consentimiento informado" hace que a nadie se le haga ninguna prueba ni se le aplique ningún tratamiento si no quiere. ¿Van a soportar que se venda esta imagen de los médicos impunemente? Ustedes verán.

¿Y por qué no habría de admitirse que en ciertos supuestos quedara "despenalizado", como en el aborto? En realidad, la lógica de la cultura de la muerte cierra su propio círculo. El agravante aquí es que es el papá-Estado el que pretende decidir liquidar a algunos de sus hijos con el pretexto de que sufren mucho.

Y a los arquitectos de la cultura de la muerte obliguémosles a plantear el debate en términos racionales, no emocionales: la cantinela de que son enfermos terminales, que tienen sufrimientos insoportables, ya cansa; hablan como si la Medicina siguiera en la Edad Media. O que son unos pobres impedidos que no pueden suicidarse ellos mismos...

Precisamente porque mi vida es el bien más valioso que poseo, no quiero que quede al albur de la decisión de ningún "comité de ética hospitalaria". Ni la vida de mis hijos. Ni la de mis amigos. Ni la de ninguna persona. La universalización de decir "nadie dispone de la vida de los demás, en todos y cada uno de los casos" es la única garantía que nos defiende de no terminar siendo eutanasiados cuando, por impedidos, no podamos defendernos.

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