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ATLETISMO

España, del récord al cero absoluto tras su paso desolador por Budapest

El atletismo español, tocado de vanidad después de dos temporadas de abundancia, ha retrocedido siete años en los Mundiales en pista cubierta y ha pasadio en doce meses del récord de medallas de Birmingham al cero absoluto de Budapest.

L D (EFE) Concurrían 147 países al torneo de la capital húngara y 32 de ellos lograron, al menos una medalla. España, contra todo pronóstico, no estuvo entre estos últimos. Desde París´97 el equipo español no había regresado de vacío de unos mundiales en sala.

Los Juegos Olímpicos de Atenas, a cinco meses vista, asoman en el horizonte envueltos en la incertidumbre para la selección española, cuyo fracaso sin paliativos en Budapest ha querido explicarse, precisamente, en función de la cita olímpica.

Rafael Blanquer, entrenador de cinco de los 34 españoles que compitieron en la capital húngara, dijo que su grupo está haciendo los entrenamientos más duros en muchos años para estar a punto en Atenas. "Hemos elegido esa carta. Si allí no estamos bien, entonces sí que estaremos dolidos", afirmaba. Los dos capitanes, Manuel Martínez y Marta Domínguez, marcaron distancias, sin embargo. "Los Juegos Olímpicos no son una excusa. Aquí vinimos por medalla", subrayan.

La Armada española no encajó el impacto de la rápida eliminación, el primer día y a primera hora, de Yago Lamela, uno de los buques insignia. El doble subcampeón mundial de longitud, todavía sin desbastar tras un invierno de intenso trabajo, se quedó fuera de la final por un centímetro. La zozobra se adueñó del grupo. Habituados a descargar la presión en las espaldas del capitán Manuel Martínez, que siempre actuaba el primer día, hubo atletas españoles que se sintieron desamparados y empezó la rueda de eliminaciones: Carme Blay, Venancio Murcia, Salva Rodríguez, Carlota Castrejana, Dana Cervantes, Naroa Aguirre...

El equipo se vio atrapado en la ley de Murphy. Si algo podía salir mal sobre la pista, indefectiblemente salía mal. La tostada caía siempre del lado de la mantequilla. Nadie encontraba explicación a tanto descalabro. Estaba cayendo no sólo la tropa, también los oficiales: Mayte Martínez, Ruth Beitia, Antonio Reina, Natalia Rodríguez, David Canal, Juan Carlos Higuero, Glory Alozie, todos llamados a luchar por las medallas. El atletismo español, que había vivido un año 2002 de gloria y había prolongado una temporada su estado de gracia, empezó a llorar. Lo hicieron en público Dana Cervantes, Mayte Martínez y Reina. A otros varios, que escurrieron el bulto ante los medios de comunicación, no les faltaron ganas.

Penti y Sergio Gallardo devolvieron durante ocho minutos la imagen valerosa al equipo español con su actuación en la final de 3.000 (cuarto y quinto) que clausuraba el segundo día. Quedaban, para el último, varios cartuchos. De José Antonio Redolat, recién regresado a la competición de altura, poco podía esperarse en la final de 1.500, y en efecto llegó muerto en una carrera lentísima, pero ahí estaban los dos capitanes y su reconocida capacidad de combate. Los dos se fajaron, pero no hubo metales. Marta, en una carrera muy lenta, perdió el bronce en el esprint, y Martínez, otra vez quinto, como en Barcelona´95, cedió el título al estadounidense Christian Cantwell pese a hacer su mejor marca del invierno.

La Federación Española, según ha anunciado su presidente, José María Odriozola, se dispone a hacer "examen de conciencia". Si la experiencia contribuye a redoblar las precauciones y preparar con más cuidado los Juegos Olímpicos, la lección de humildad de Budapest habrá sido provechosa.

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