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EL CANDIDATO A PALOS, por Víctor Gago

(Libertad Digital - Víctor Gago) Con la debida cautela, es razonable creer que el talante "persuasivo" de Rodríguez Zapatero se ha impuesto a la "mala gana" de López Aguilar para regresar a Canarias. Los isleños hablan de "mala gana" para referirse a un síndrome endémico, mezcla de pereza, aplatanamiento y escaqueo, que achacan a la "panza de burro" o techo de nubes bajas que se cierra sobre sus cabezas en ciertos días del año. Víctima ejemplar de la "mala gana", el ministro se ha resistido hasta el último momento a dejar las mieles del Gobierno y bajar a la arena de la endemoniada política local de Canarias, en la que ninguna candidatura ha conseguido jamás una mayoría absoluta. Lo hará a palos, forzado por el omnímodo secretario de Organización del PSOE, que quiere como sea un triunfo electoral claro en este feudo nacionalista, donde los socialistas no tocan bola desde hace quince años.
 
Los misteriosos sondeos manejados por José Blanco –en una ocasión dijo que le llegaban durante la noche– estiman una mayoría socialista sí o sí en una región que ha sido debidamente macerada por la selectiva campaña contra la corrupción que ha llevado a prisión a dos cargos públicos del PP y a varios funcionarios de la Administración de Coalición Canaria. Aunque la operación manos limpias ha acabado volviéndose en contra del PSOE, con la decisión de un juez de imputar en la llamada trama eólica el ex consejero autonómico socialista José Francisco Caco Henríquez –editor, por más señas, de la web donde colabora a diario Sorrocloco, el hermano humorista de Juan Fernando López Aguilar–, las opciones del ministro, identificado por el electorado como el adalid anti-corrupción, siguen siendo la mejor baza electoral del PSOE.
 
Su aceptación del cáliz indica que quien manda en el PSOE es Blanco y que Zapatero no iba en broma cuando dijo, recientemente, que el partido se expresa siempre por boca de su secretario de Organización. José Blanco gana y López Aguilar pierde. Ahora, tendrá doble trabajo como candidato: antes de poder ganar, tendrá que superar su indisimulado síndrome de la "mala gana" y convencer al electorado de que le motiva el encargo.
 
Una segunda dimensión del anuncio oficioso es el reto de Zapatero de resolver una crisis de Gobierno mayor de lo que había sugerido cuando lanzó la candidatura de Montilla a la Generalidad. La segunda remodelación en menos de un año desgajará a un ministro notoriamente incómodo con la negociación con ETA, que, no obstante, ha servido lealmente a esa estrategia con la Fiscalía más politizada de la etapa constitucional.
 
En cuanto a la organización interna de los socialistas, la candidatura de López Aguilar deja un marrón indigesto al PSC.
 
Para empezar, Jerónimo Saavedra, que descalificó a José Blanco por "meter la cuchara" en la autonomía local "con el peor estilo jacobino", va a tener que comerse sus palabras con "papas" –que es como se dice en Canarias–. La Comisión Ejecutiva Regional se limitará a aprobar en septiembre lo que Ferraz le ordene, y Jerónimo Saavedra, que a sus 70 años todavía aspiraba a encarnar la renovación socialista y volver a encabezar su candidatura, será el primero en alzar el brazo respaldando al "candidato de Madrid".
 
Peor aún lo tiene el secretario general, Juan Carlos Alemán, que ni siquiera estará en el mitin en el que Zapatero lanzará al candidato López Aguilar el próximo 19 de agosto en Gran Canaria. Es el gran humillado de esta historia, un barón insignificante para Ferraz, al que la era Zapatero ha sorprendido siempre con el paso cambiado. En el congreso del PSOE del 2000, estuvo al lado de Bono; durante la cumbre de Santillana del Mar, donde se adoptó el federalismo asimétrico, se quedó en casa; y en las vacaciones de Zapatero, ni siquiera se le ha echado de menos en La Mareta. Su autoridad es inviable y todo apunta a que la candidatura de López Aguilar conllevará la convocatoria de un congreso extraordinario y el traspaso de poderes en el PSC. Los burócratas instalados en las canonjías del partido pueden empezar a temblar. Nadie duda de que si López Aguilar acepta dirigir el partido, lo hará con su propia gente.
 
Por último, queda la incógnita de los pactos post-electorales. El tirón de López Aguilar parece evidente, pero tendrá que ocurrir un milagro para que una fuerza política logre la mayoría absoluta en Canarias. Ninguna lo ha conseguido en 25 años de autonomía. Lo impide un sistema electoral que prima el voto rural sobre el urbano y, por lo tanto, favorece la atomización. En el mejor escenario para los socialistas, López Aguilar será el candidato más votado, pero tendrá que pactar. No es un político sensible a las habilidades de la política florentina, indispensables en una región en la que los partidos están acostumbrados a pactar en bloque el reparto del poder en el Gobierno, los cabildos y los ayuntamientos. Su estilo es más jacobino, lo que, de mantenerlo, le augura un sonoro batacazo postelectoral ante consumados expertos en el trapicheo político como José Carlos Mauricio o Paulino Rivero. En esa previsible línea de fricción, el PP puede resultar beneficiado para un rescate del pacto con CC. 
 
Sus rivales no van a dejar pasar la oportunidad de recordarle que es un candidato a la fuerza, un ministro que se ha pasado los dos últimos años viajando los fines de semana a su tierra para ir a la playa y machacarse en el gimnasio, pero cuyas ambiciones están a 2.000 kilómetros de distancia del Archipiélago. Mariano Rajoy dijo en su último mitin en las Islas, cuando la pugna entre Blanco y López Aguilar ya era una evidencia, que "a palos no se puede ser candidato a nada". Al todavía ministro le espera un buen chorreo de reproches en la misma dirección. Si son ciertos los rumores que le atribuyen la ambición de acceder a la cartera de Exteriores, va a tener que seguir los asuntos de la agenda global conectado a Internet desde una lejana región del norte de África. Adiós a la alta política, bienvenido al barrio.

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