Cuando toda una ministra de cultura dice algo en público, hay que entender que quiere decirlo. Se apresuran quienes atribuyen a un error su llamada a la UNESCO a que “legisle para todos los planetas”. A mí no me extraña tanto. A fin de cuentas, los progres coinciden hace tiempo con los esotéricos. Las revistas dedicadas a los ovnis, el poltergeist, la telequinesia, la paraidolia, la exohistoria, las combustiones humanas espontáneas y las psicofonías incluyen desde hace años entre sus divertimentos toda suerte de teorías conspirativas procedentes del universo progreanalfabeto, es decir, antisemita, antiamericano, anticapitalista, antisistema, antioccidental y antirracionalista. Agítese bien y sírvase frío.
No es extraño que un autor especializado en hombrecillos verdes y visitantes de dormitorio publique obras “de investigación” sobre el 11-S o sobre el 11-M demostrando que ningún avión impactó en el Pentágono, que en las Torres Gemelas no había judíos o que los atentados de Nueva York y de Madrid fueron obra de George Bush, deseoso de justificar la imposición por la fuerza de su nuevo orden mundial. Esos autores venden mucho más cuando disparatan sobre terrorismo, servicios secretos y política internacional que cuando entrevistan a sujetos abducidos por naves extraterrestres. La combinación de la paranoia esotérica con la paranoia progre funciona de maravilla. Tiene su lógica, y esa lógica se llama relativismo.
En la charca del relativismo moral chapotean las izquierdas desde hace más de un siglo. Al relativismo cultural se entregaron más recientemente, a rebufo de los rebeldes sin causa norteamericanos que, para lo bueno y para lo malo, siempre van por delante. Un impulso notable al relativismo cultural lo dio precisamente la UNESCO, que intentó fundar un Nuevo Orden Mundial de la información y la comunicación. Recoge Alain Finkielkraut en La derrota del pensamiento el escándalo de la conferencia inaugural del año internacional de la lucha contra el racismo, en 1971, cuando Claude Lévi-Strauss expuso, y asumió, postulados tildados de racistas que eran consecuencia lógica del discurso de la descolonización.
De la caída en bloque de la izquierda americana y europea en el tercer tipo de relativismo -el cognitivo o epistémico- y de la consiguiente muerte de la razón ilustrada para la progresía, se han ocupado Alan Sokal y Jean Bricmont en Imposturas intelectuales: la filosofía posmoderna francesa, a través de su hegemonía en las universidades, ha llevado al común de la gente a la convicción de que no existen verdades objetivas acerca del mundo.