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Emilio J. González

Cara y cruz de la deflación

La publicación de los últimos datos de precios en Estados Unidos ha reavivado los temores a un viejo fantasma, la deflación, que parecían apagados con la inminencia de la guerra contra Irak. Tres cuartos de lo mismo ocurre en Alemania. Sin embargo, aunque los síntomas aparentes son los mismos a uno y otro lado del Atlántico, la naturaleza del problema y su posible solución es radicalmente distinta.

En EEUU, el índice de precios al por mayor bajó el 1,9% en abril, la mayor caída de la historia, mientras el IPC se redujo el 0,3%, dos décimas más de lo previsto por los analistas. Los datos, desde luego, son preocupantes, pero un análisis detallado de los mismos podría quitar bastante hierro al asunto. En el caso concreto del índice general de precios, éste registró un crecimiento negativo el mes pasado debido a la caída en la cotización del crudo que siguió a las buenas noticias de la guerra de Irak, incluido el final de la misma. Sin este factor y los alimentos, la variación de la inflación hubiera sido nula. En cuanto a los precios al por mayor, sufrieron las consecuencias del parón del consumo y la inversión que acompañó al conflicto bélico, pero esa situación se puede invertir ahora, a medida que se recupere la confianza de consumidores y empresarios.

Por otra parte, hay otros factores que jugarán en contra de la deflación. En primer lugar, el precio del petróleo puede subir en las próximas semanas como consecuencia del último recorte en la producción aprobado por la OPEP el mes pasado, que entrará en vigor el próximo 1 de junio. La debilidad del dólar, además, encarece los productos importados por Estados Unidos y abarata los exportados, lo que dará salida a los inventarios acumulados en los últimos meses sin necesidad de bajar los precios y permitirá una mayor utilización de la capacidad productiva que traerá consigo inversiones y contrataciones. Las caídas recientes del paro, si continúan, pueden convertirse en un elemento de presión al alza de los precios a través de los salarios. Y, probablemente lo que es más importante, los bancos norteamericanos están empezando ya a trasladar a los créditos las bajadas de tipos de interés llevadas a cabo por la Reserva Federal a lo largo de los dos últimos años, lo que significa más gasto en consumo e inversión y más presión sobre los precios. Por consiguiente, el riesgo de deflación en Estados Unidos, aunque es real, puede tener también un carácter coyuntural.

En Alemania, en cambio, las cosas son muy diferentes. La caída de la inflación es producto de la falta de actividad económica, reflejada en la posibilidad de que Alemania esté ya en recesión. Para agravar más las cosas, la salida natural de esta situación, las exportaciones, sobre todo a EEUU y Japón, hoy se topan con el gran obstáculo de la fuerte subida del euro, que ha socavado su competitividad en precios. De esta forma, los almacenes germanos están llenos de productos cuya venta exigiría bajadas de precios. Para colmo de males, los recortes de tipos del Banco Central Europeo no se están trasladando a los créditos a las empresas y las familias, sino que los está empleando la maltrecha banca alemana para sanear sus balances y evitar más quiebras de las que ya se han producido o de las que todavía pueden llegar. Todo esto son las consecuencias de haber desperdiciado la década de los noventa en lugar de acometer las reformas estructurales que necesita la economía teutona con tanta urgencia.

La salida de esta situación, a corto plazo, es bastante difícil. Si el BCE baja los tipos de interés, el efecto para la economía alemana puede ser el mismo que el de los anteriores recortes y servir nada más que para ayudar al saneamiento del sistema financiero, en lugar de impulsar los gastos en inversión y consumo. Además, la relajación de la política monetaria puede dar lugar a un proceso inflacionista en otros países de la eurozona que cercene su crecimiento económico y reduzca sus importaciones, incluidas las procedentes de Alemania, con lo que los problemas continuarían. ¿Qué se puede hacer entonces? A corto plazo, soportar los dolores; a medio, aprender la lección para que Alemania no se convierta en la versión europea de un Japón que lleva más de diez años en crisis y es incapaz de salir de ella por su negativa a abordar las reformas socioeconómicas necesarias.


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