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Rubén Loza Aguerrebere

Proseando sobre 1.000 palabras uruguayas

Esta semana cotinuaremos proseando desde el profundo Sur, no el de William Faulkner, sino el mío: Uruguay. ¿Prosear? Entre nosotros significa conversar, mantener un diálogo. Eso procuro, en definitiva, con estas cartas ultramarinas, donde nunca se busca relajar a nadie, sino dar cuenta de diversos acontecimientos. ¿Relajar? Sí, claro, insultar, decir palabras obscenas, “agredir verbalmente al otro”. Parecería que el nacimiento de este vocablo se verifica, años ha, en los terrenos de fútbol, pero ahora ha llegado, al igual que prosear, nada menos que al Diccionario de la Real Academia Española que, por primera vez, ha incorporado más de mil palabras propias del Uruguay.

Ello hace notoria la importante influencia americana en el idioma, ha reflexionado el escritor José María Obaldía, actualmente presidente de la Academia Nacional de Letras de Uruguay. Asimismo, ha dicho Obaldía que finalmente se han aceptado esas palabras utilizadas en nuestra lengua, que en el Uruguay tenían una acepción diferente y, naturalmente, no figuraban en aquel Diccionario.

¿Otros ejemplos? Con mucho gusto. Veamos. Si les invito a tomar un liso, me estoy refiriendo a convidarles con un vaso de cerveza de unos 200 centímetros cúbicos; no es una jarra de cerveza, que lleva casi medio litro. Como verán, nosotros no bebemos una caña. A las cañas las usamos cuando salimos de pesca, para colgar de ella el anzuelo. Sobre nuestra mesa de luz (otros la llaman mesa de noche) ubicamos una portátil, o sea, una lámpara para que nos proporcione luz.

Demás está decir que, fieles seguidores de la política de Libertad Digital, no nos interesa bombear a nadie. Eso nunca. Lo que quiero decir, al utilizar este raro vocablo, no es provocar una explosión con algún artefacto o algo semejante, sino “perjudicar a alquien deliberadamente”. Bombear viene acaso del turf, donde se alude a la acción de “mandar al bombo a un caballo”, o sea, correrlo de manera tal que, al final, el ganador sea otro. Luego el vocablo fue amplificando su significado y, en consecuencia, se puede bombear a un funcionario en su carrera administrativa, a un político en sus altas aspiraciones, e incluso podemos hacerlo mediante un expediente.

Muchas de estas palabras tienen más de medio siglo de uso cotidiano. Cabe recordar que hacia 1998 la Academia Nacional de Letras dio a conocer un libro titulado “1000 palabras del Español del Uruguay”. Su contenido ha sido incorporado casi totalmente ahora por la Real Academia en la nueva edición. Así lo ha comentado el académico Obaldía, quien agregó que al “Diccionario de la Real Academia lo hacemos todos los que hablamos español, con participación de todas las academias”.

Naturalmente, la lengua es algo vivo y en permanente evolución. En este sentido, cabe destacar la visión del escritor español Raúl Guerra Garrido, quien realizó, antes que nadie, en 1995, una antología de relatos titulada América, con cuentos donde están presentes los vocablos más habituales de las conversaciones de la cotidianeidad, americana en este caso. Aprovecho para decirles que mi amigo Guerra Garrido me hizo la gauchada, quiero decir, el favor, de incluirme en este libro que, según él mismo lo dice en las líneas prologales, se le ocurrió durante una visita al Río de la Plata, desde “el río ancho como mar”, desde donde (así lo espero) la semana que viene seguiremos proseando.



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