Es muy difícil encontrar una noticia de agencia que hable de Fidel Castro y no se refiera a él como “el líder cubano”. A esto es a lo que llamamos perversión del lenguaje. Nos gustaría saber qué les lleva a los corresponsales de prensa en La Habana a calificar a Castro como “líder cubano”. Una cosa es intentar transmitir con urgencia una noticia y otra muy distinta falsear la realidad. ¿Después de 45 años de fracasos y crímenes quién puede considerar a Castro un líder? Ni siquiera lo es para los más de doscientos mil perros callejeros que según el propio régimen deambulan enfermos por las ciudades de Cuba.
Han leído ustedes bien. No nos hemos equivocado al escribir la cifra. En la Isla-cárcel hay más de doscientos mil perros callejeros. Según el Departamento de Higiene y Epidemiología del Ministerio de Salud Pública, en el año 2003 treinta mil cubanos fueron mordidos por perros que sufren todo tipo de enfermedades. Nos costó encontrarlo, pero por fin hemos dado con el mayor logro de la robolución. Castro no sólo ha construido más de 200 cárceles, su gran triunfo consiste en que sean más de doscientos mil los perros abandonados por personas que, si no pueden alimentarse a sí mismas, difícilmente podrían alimentar a estos animales que por no tener no tienen ni quién les sacrifique.
Es tanto lo que sufren los cubanos que comentar esta noticia puede parecer una frivolidad; sin embargo, creemos que les puede ayudar a acercarse a la realidad del paraíso comunista. No se puede caminar por una calle de La Habana sin tropezarse con tres perros hambrientos y enfermos. Ahora que Raúl Castro ha colocado al frente del Ministerio de Turismo al coronel Manuel Marrero Cruz, tal vez la tropa se ocupe de estos pobres animales. Policías, jineteras y jineteros adolescentes, baches, escombros, ratas y miles de perros callejeros, es lo que se encuentran los turistas que pasean por las ciudades de la Prisión-grande. A nadie puede extrañar que no repitan y prefieran otros destinos más agradables.
Este viernes, Castro —sabiendo que esperan que muera muy pronto y que jamás nadie asaltará sus ruinas— ha vuelto a desafiar a los estadounidenses. El Monstruo de Birán les advirtió de que “no podrán pagar el precio de una invasión”. Según él, “todo está diseñado para rechazar un ataque”. Y afirmó que “si de la nada salimos, con muy poco seremos capaces de defender lo que tenemos”. Tal vez confíe en enloquecer a los más de doscientos mil perros callejeros para que muerdan a los marines norteamericanos. Únicamente así podría ofrecer algún tipo de resistencia a una invasión que sabe que nunca se producirá. Ni el más fiel de sus guardaespaldas arriesgaría su vida para evitar su muerte.