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Francisco Cabrillo

La falsa muerte de Ramón Carande

En 1968 la Editora Nacional publicó en Madrid una gran Enciclopedia de la Cultura Española, que en su volumen V se ocupaba de la figura de Ramón Carande. Tras la habitual descripción del personaje, los redactores de la Enciclopedia dieron noticia de un hecho tan triste como el fallecimiento de Carande sólo unos meses antes de que la obra viera la luz. A quien no conociera directamente la figura del biografiado la noticia difícilmente podría sorprenderle. Había nacido éste el año 1887, por lo que en la fecha de la publicación de la Enciclopedia tendría 81 años, que es, aproximadamente, la esperanza de vida de los hombres en nuestro país. Lo malo –o más bien habría que decir, en este caso, lo bueno– era que don Ramón ni había muerto, ni tenía por entonces la menor intención de hacerlo. En realidad aún viviría dieciocho años más, ya que falleció realmente en 1986, cuando contaba nada menos con noventa y nueve años de edad. No es el único caso. También el actor norteamericano Bob Hope –que llegó a vivir incluso un poco más que Carande, ya que superó los cien años– se enteró un día, de forma inesperada, de su propia muerte. Las circunstancias fueron diferentes, pero encajan bastante bien con la vida de cada uno de los presuntos fallecidos. Bob Hope supo que acababa de morirse mientras veía la televisión. Carande, como era catedrático, encontró la noticia en las páginas de una enciclopedia.
 
La figura de Carande quedará ligada para siempre a su gran libro Carlos V y sus banqueros, obra monumental de la historia económica española. Pero el interés de su vida no se agota en su obra científica. Su biografía es, entre otras cosas, un reflejo de la España que le tocó en suerte. Fue Carande una de las personas que llevaron a hombros el féretro de José Antonio Primo de Rivera en Alicante el año 1939. La paradoja –que creo que muestra muy bien cómo es el país en el que vivimos– es que nuestro historiador no era un hombre ligado por sus ideas precisamente a la Falange. Por el contrario, era un personaje bastante característico de la Institución Libre de Enseñanza . Su ingreso en Falange –donde fue nada menos que Consejero Nacional de FET y de las JONS– tuvo como objetivo tapar un pasado de hombre poco adicto al nuevo régimen. Y lo que resulta aún más pintoresco es que, pese a este pomposo cargo, el ministro de Educación se negó durante bastante tiempo a que pudiera volver a su cátedra y tuvo parado incluso su nombramiento como académico de la Historia durante más de tres años, ya que lo consideraba persona poco fiable para la nueva cultura que se pretendía instaurar en España.
 
Fue mientras estaba apartado de su cátedra cuando se centró en la investigación que serviría de fundamento a su gran libro, que aún le llevaría bastante tiempo terminar de escribir. A esta obra seguirían otros trabajos menores. Y estaba preparando la reedición de algunos de estos artículos en un volumen misceláneo que lleva el título de Siete estudios de historia de España , cuando don Ramón tuvo noticia de su propia muerte. Con no poca ironía y el estilo académico que caracteriza a sus escritos, tuvo tiempo aún, antes de que este libro saliera a la calle, de introducir un párrafo final en el prólogo –fechado el mes de septiembre de 1969– que dice lo siguiente: “Con esta nota rectifico un error del tomo V, página 749, de la Enciclopedia de la cultura española (Editora Nacional, Madrid, 1968), según la cual he muerto en Sevilla en 1968. ¡Todavía no!”

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