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España-USA: regreso al pasado

La reunión secreta entre José Bono y Donald Rumsfeld trascurrió, según han declarado fuentes socialistas a un diario nacional, de forma amistosa y positiva. No era de esperar, en cualquier caso, que se desarrollara de manera violenta y negativa. Lo que sí parecen recordar las autoridades americanas es su pasada experiencia con los líderes del partido socialista obrero español. Cuando el PSOE llegó al poder, rememoran en Washington, en la Casa Blanca se encontraba el antecesor político de George W. Bush, Ronald Reagan. Y lo hicieron con una promesa, como se supone que habrá hecho ahora el ministro de defensa de Zapatero, de respetar el statu quo y el buen clima de las relaciones bilaterales. Pero también se auparon al poder en el 82 gracias a la promesa archiconocida de “OTAN, de entrada no”, eslogan con el que asaetearon  al presidente Calvo Sotelo.
 
En los Estados Unidos también recuerdan que olvidarse de aquella promesa electoral le llevó cuatro años a Felipe González, un líder aparentemente más sólido e influyente que Zapatero, y que sólo se logró a través de someter a los españoles a un debate estéril y pasar un referéndum inútil. Aún peor, en dicho referéndum se ponía un precio para el cambio de posición socialista sobre la pertenencia de España a la OTAN: para quedarse. España no sería un miembro más, normal, de los aliados, sino que limitaría su ingreso al aparato político atlántico pero no a la estructura militar integrada; permanecería como territorio no nuclear, cláusula típica de los países conocidos como foot note en la Alianza; y, por último, la fuerza aérea americana, la USAF, desmantelaría su ala táctica 401, basada en Torrejón y la única capaz de usar armamento nuclear en todo el Mediterráneo.
 
Los responsables políticos en Washington saben de sobra que el precio de que los socialistas no hicieran lo que habían dicho que harían antes de llegar al poder, fue pagado por la OTAN y por el Pentágono, no por el gobierno de Felipe González. Y mucho se temen que en esta ocasión, donde el slogan se ha  transformado en “Irak, de quedarse no”,  la factura de cambiar de posición será pagada, de nuevo, por los americanos.
 
Si España se saliera de Irak sería la primera vez en nuestra historia que nuestro país rompe un compromiso internacional dado y se retira de una coalición. Paradójicamente, la condición para no hacerlo, según Zapatero, es que la ONU asuma la responsabilidad de la situación en Irak, aunque los términos sobre cómo hacerlo no los ha expuesto claramente. Lo que sí está claro, en todo caso, es que ni la ONU tiene la intención de obrar como quiere Zapatero ni, aunque quisiera, cuenta con los medios necesarios para intentarlo con la más mínima garantía de éxito.
 
En realidad, como muchos norteamericanos saben, la demanda de Zapatero esconde, no un desmesurado fervor por las Naciones Unidas, sino una gran desconfianza hacia los Estados Unidos, acentuada con la política exterior de George W. Bush. Si se llegara al punto de que Washington estuviera dispuesta a pasar por un nuevo aro de la ONU –y suponiendo que una nueva resolución fuera factible en estos momentos– es innegable que ellos estarían pagando la factura del nuevo gobierno español. Cabe preguntarse, dado el inmenso pragmatismo norteamericano, cómo acabarían cobrándose de España ese adelanto. Porque en esta ocasión, no parece que estén dispuestos a dar su capital por perdido. Algo que aprendieron con el fiasco del 82.

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