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De qué estamos hablando

El presidente del Gobierno español ha afirmado que marcha a Bruselas “sin amenazas ni bloqueos” para tratar de sacar el proyecto de Constitución europea del lodazal en que se encuentra. El presidente se equivoca de nuevo.
 
Su obligación es la defensa de los intereses nacionales en el proceso de integración europeo, y si esa defensa requiere de “amenazas y bloqueos” bienvenidas sean ¿Por qué habríamos los españoles de renunciar a las bazas de que disponemos para defender nuestras legítimas posiciones? ¿Por qué Francia, Alemania o cualquier otro estado puede hacerlo y nosotros no? No se trata de ganar el premio al estado más europeísta, más bueno o más lelo, sino de hacer valer nuestras posiciones.
 
Dice el presidente que está en contra del modelo establecido en el Tratado de Niza y que prefiere la “doble mayoría”, como si lo que está en juego tuviera algo que ver con métodos de contabilidad. Debería recordar cuándo y por qué volvió a plantearse este problema y hablar francamente de ello con la ciudadanía, haciendo gala de auténtico talante democrático.
 
El sistema de votación entre los estados miembros de la Unión quedó zanjado en el Tratado de Niza. Estados de tamaño medio, como España y Polonia, quedaron bien representados gracias a la tenacidad de José María Aznar. En un proceso distinto, la Unión consideró necesario dotarse de una Constitución que sacara a Europa del caos jurídico al que le había abocado el conjunto de tratados que jalonaron su proceso de unificación. Es más que discutible que deba llamarse “constitución” lo que no es sino un tratado entre estados, pero ese es otro tema. En cualquier caso, no estaba entre las instrucciones que recibieron los redactores el volver a plantear el sistema de votación. Sin embargo, cuando en el aniversario del Tratado del Elíseo y ante la delicada crisis de Irak, Chirac y Schroeder decidieron hablar en nombre de Europa se encontraron con una carta publicada en el Wall Street Journal por ocho dirigentes europeos que negaban su derecho a hablar en nombre de la Unión. Otros diez se sumarían más tarde a esta iniciativa. Francia aprendió la lección. Comprendió que el sistema aprobado en Niza no le garantizaba el liderazgo que buscaba en el Viejo Continente y decidió revisar las reglas del juego para impedir que en el futuro pudiera hallarse ante una situación de aislamiento tan humillante.
 
La Convención decidió, en contra de la voluntad de algunos gobiernos, incluir un nuevo sistema de votación, que es el que ahora está en discusión. Lo que hay detrás no es la conveniencia de establecer un mecanismo más justo o equilibrado, sino el facilitar mayorías al Eje franco-alemán.
 
Para España es importante retener la influencia lograda en Niza, pero también es fundamental impedir que se puedan formar con facilidad mayorías en torno a muy pocos estados.
 
Las declaraciones de Zapatero y Moratinos en el día de ayer son un perfecto exponente de su voluntad de ceder ante Francia. Su giro estratégico hacia el Eje les priva de autoridad para enfrentarse a los dos grandes ¿Por qué va a ceder Chirac si ya tiene su apoyo? Pero más grave es su visión del proceso unificador. Para ellos la hegemonía francesa no es un problema, aunque sea a costa de nosotros. El que España ya no cuente en los procesos de toma de decisión es visto con normalidad por quienes en el fondo desean nuestra disolución. No es casualidad que quienes están dispuestos a avanzar hacia una monarquía confederal “austracista” estén listos para ser subsumidos por el legítimo portaestandarte de la auténtica Europa. Todo es lo mismo, la negación de España.
 
GEES: Grupo de Estudios Estratégicos

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