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Amando de Miguel

En defensa del español

Son muchos los lectores animosos que se congratulan y me felicitan por mi “defensa del buen uso de nuestro idioma”. Así lo dice, por ejemplo, Francisco Javier Bernard Morales. Entiendo su argumento y agradezco de mil amores sus palabras. Pero mi relación con la lengua común no es estrictamente de defensa, ya que las lenguas se defienden solas. Unas medran, como el español, y la mayoría languidecen. La lengua española yo la cultivo, la injerto, la trabajo, la enseño, la poseo. Lo que pretendo es que otras muchas personas la disfruten igual que yo. Otra cosa es que tengamos que defender a los estudiantes de la deficiente enseñanza que reciben y a los profesores de los rábulas del ramo. Más todavía habrá que defender a los hispanoparlantes todos de los malos usos del idioma. Los ataques pueden venir de leyes injustas, de decisiones políticas arbitrarias. Una lengua no se erosiona porque la gente del común incumpla ciertas reglas gramaticales. La degradación viene porque los hombres públicos lean los discursos y los lean mal. Más todavía si esos textos están entreverados de latiguillos o expresiones rutinarias que se repiten sin mucho sentido. A su vez, el asunto va por modas. Durante un tiempo la reiteración fue lo de “en base a”, “a nivel de” o “en este sentido”. Ahora podría ser lo de “estamos hablando”. Da igual. Son formas repetitivas que entorpecen el discurso, lo hacen tedioso. No me cansaré de señalar el verdadero mal de nuestra lengua, que es el hábito de muchos hombres públicos al manosearla con desgana. Por hombre público entiendo toda persona cuya actividad principal necesita recurrir a textos escritos o dichos para un auditorio general. Claro que yo soy un hombre público de pleno derecho. Por tanto estoy obligado a cuidar mi forma de hacerme entender. Los lectores de esta seccioncilla me han ayudado mucho a corregir algunos vicios. Por ejemplo, yo empleaba mucho la entradilla “de hecho”. Algún lector me lo hizo ver. Es claramente un anglicismo. No hay que huir de ella por su origen anglicano, sino porque no quiere decir mucho. Además, si se repite, entonces desnaturaliza el discurso. Otra manía reciente que procuro evitar: la cláusula “como no puede ser de otra manera”. Claro que puede se casi siempre de otra manera. También a veces he caído en la tentación de la muletilla “es causa necesaria pero no suficiente”. Suele ser una tontería, pues en los asuntos humanos casi todas las causas son más o menos necesarias pero no suficientes.
            
Leopoldo Gandarias Cebrián me proporciona una perla, o una margarita, si lo prefieren. De vez en cuando podríamos establecer aquí el premio al circunloquio, la técnica para decir el menor número de ideas con el mayor número de palabras. La margarita pertenece al voto particular de Montserrat Comas y Luis Aguiar de Loque, vocales del Consejo General del Poder Judicial, sobre el anteproyecto de ley sobre la violencia doméstica. Ya, de entrada, el órgano llamado Consejo General del Poder Judicial es un circunloquio, un poco trabalenguas, además. Pero la margarita que ha seleccionado don Leopoldo es la frase que equivale a decir “las mujeres”. Por lo visto, está feo referirse a las mujeres sin más. Por lo que, en su lugar, los citados leguleyos dicen: “un determinado colectivo de la ciudadanía caracterizado por su pertenencia al sexo femenino”. Animo a los lectores a que me envíen ejemplos de circunloquios y otros trucos retóricos de nuestros hombres públicos, incluyendo las mujeres públicas, claro está. Podríamos establecer un premio a la inutilidad mayor.
 

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