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Las dieciséis palabras

The British Government has learned that Saddam Hussein recently sought significant quantities of uranium from Africa, dieciséis palabras que en español salen diecisiete: “El gobierno británico ha sabido que Sadam Husein recientemente intentó conseguir cantidades significativas de uranio de África”. Estas palabras dieron muchas veces la vuelta al mundo y durante varias semanas parecieron ser el centro de la vida política de Washington el pasado año, después de que Bush las pronunciara en su discurso sobre el estado de la nación. Sirvieron para acusar de mentiroso al presidente de la primera democracia del mundo millones y millones de veces.
 
Resultó que un documento relacionado con esa afirmación, pero en absoluto el origen de la misma, era una muy burda falsificación fabricada por algún exilado iraquí por su cuenta o a sueldo de los servicios secretos de Sadam, destinada a ser fácilmente descubierta y de ese modo tratar de desacreditar la afirmación.
 
Resultó que un diplomático curiosamente enviado por la CIA a Níger (el país africano concernido) para ver si aclaraba algo, retornó después de una semana diciendo que no se había enterado de nada, luego no había nada. No se molestó en hacer ni una mala página escrita, pero luego contribuyó al escándalo publicando un artículo en el Washington Post y a continuación trató de explotar el éxito publicando el libro La política de la verdad: En el interior de las mentiras que llevaron a la guerra y traicionaron la identidad CIA de mi esposa: Memorias de un diplomático.
 
Ahora los informes americano y británico sobre los fallos de inteligencia relativos a la guerra de Irak, elaborados por comités independientes en Estados Unidos y Gran Bretaña, han descubierto un montón de cosas que siempre se supieron, enriqueciendo los hallazgos con una serie de interesantes detalles. Pero sobre todo han respaldado con su autoridad lo que desde el principio había sido prácticamente obvio: Las dieciséis palabras decían la verdad y las acusaciones de mentira eran mentiras.
 
En la frase no se dice que Sadam hubiese conseguido el uranio, en realidad mineral de uranio o “pastel amarillo”, sino que lo trató de conseguir y no es el presidente americano quien lo afirma, sino que se lo atribuye al gobierno británico, el cual siempre lo sostuvo, basándose en informaciones de los servicios de inteligencia de otro país europeo. Se ha sospechado que fuera el francés. De ser cierto, el gobierno francés no ha querido echar una mano a sus colegas americanos y británicos, pero estos últimos se han atenido a las reglas y no han revelado nunca la procedencia de sus conocimientos.
 
Los informes ahora publicados, precedidos en algunos días por averiguaciones del Financial Times, lo han corroborado todo, añadiendo diversos datos interesantes. El diplomático americano retirado (forzoso) Joseph Wilson enviado a Níger en vez de algún agente cualificado, fue recomendado por su mujer, que trabaja en la sección de la CIA que se hizo cargo del asunto. En su libro lo niega taxativamente, luego miente, a no ser que su mujer lo tuviera engañado, como Sadam engañó al mundo y a sus propios generales en el campo de batalla, haciendo creer a todos que tenía armas de destrucción masiva. Pero mintió sin duda cuando dijo en su artículo periodístico que llegó a la conclusión de que todo el asunto del uranio y Níger se había basado en el documento cuyas fechas y nombres eran falsos. La comisión del Senado americano descubrió que Wilson no había visto los informes de la CIA y no sabía nada de nombres y fechas. Por el contrario, algunas de las informaciones verbales que dio de su viaje proporcionaban indicios de otros intentos de Bagdad de adquirir uranio en África, distintos del que dio lugar a las dieciséis palabras.
 
Naturalmente, los partidarios de Sadam –no es que les guste, en absoluto, es que Bush es mucho peor y lo primero es lo primero- no han concedido a estos descubrimientos o más bien corroboraciones ni la milésima parte de atención, si es que alguna, que a la campaña de mentiras sobre la mentira.
 
Y el PP encogidito, encajonadito, acongojadito, como si no fuera con él.

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