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Víctor Llano

Se cayó el coma-andante

Confío en que nadie me reproche que deseara que no se hubiera incorporado. No deseo que se caiga. ¿De qué nos sirve que se caiga y se levante? No quiero verle sufrir. Quiero que se vaya y jamás se irá si no es muerto

Esta vez no a causa de un desvanecimiento. Dicen que no tardó en levantarse ayudado por algunos de sus esclavos después de que resbalara –cegado por los focos y por la soberbia– al pretender descender marcialmente un pequeño escalón tras pronunciar el último de sus insufribles discursos. Sus víctimas no pudieron verle caer. El realizador de la retrasmisión televisiva prefirió ocultarles cómo su verdugo rodaba por los suelos.
 
Fuera de su finca las imágenes dieron la vuelta al mundo. Me despertaron casi de madrugada para advertirme de que no me las podía perder. Jamás me he reído cuando he visto a un ser humano rodar por el piso. No le veo la gracia. No entiendo por qué a muchos les provoca risa. Ver a un anciano de 78 años resbalar y caer es un espectáculo lamentable. Lo es aunque el tipo sea un torturador y un asesino. Además, se levantó. Ahí está el problema. Se levantó. Más bien, lo levantaron. Si se hubiera quedado en el suelo entendería que me despertaran con tanta urgencia. No cuando lo levantaron.
 
Confío en que nadie me reproche que deseara que no se hubiera incorporado. No deseo que se caiga. ¿De qué nos sirve que se caiga y se levante? No quiero verle sufrir. Quiero que se vaya y jamás se irá si no es muerto. Por eso no soy capaz de comprender a los que le reprochan a Loyola de Palacio que espere cuanto antes su muerte. ¿Hubiera recibido tantas reprimendas si se hubiera tratado de Pinochet cuando éste gobernaba en Chile? Con toda seguridad, no. Sin embargo, Castro no es menos asesino que lo fue el dictador chileno. Y hoy existe una tristísima diferencia entre ellos. Pinochet –por fortuna– ya no puede matar a nadie. Castro, sí. Su muerte –y por lo que parece sólo su muerte– evitaría que muchos inocentes mueran mañana.
 
No me siento capaz –salvo en defensa propia– de hacer daño a conciencia. Ni siquiera de colaborar indirectamente en la muerte del peor de los tiranos. No obstante, entiendo a aquellos que justifican el tiranicidio. Entiendo a los que pudiendo evitar que otros mueran –y sin ninguna otra posibilidad de lograrlo– justifican que se mate hoy al que pocas horas después provocará la muerte y el sufrimiento de muchos inocentes. Incluso puedo llegar a considerarlo un deber. Pero ahí queda la cosa. No puedo exigirles a los demás lo que no sería capaz de hacer.
 
Sin embargo, me parecen enormemente injustos los reproches que ha recibido Loyola de Palacio. La todavía vicepresidenta de la Comisión Europea dijo lo que no pueden decir los cien mil presos torturados en las más de doscientas cárceles castristas. Mientras Loyola de Palacio habla por boca de las víctimas, Zapatero y Moratinos lo hacen por las de sus verdugos. Sólo así se entiende que traten de dividir a la disidencia y pidan un voto de confianza para ponerlo al servicio de la tiranía.
 
Y es que aspiran a representar algo en Cuba antes de que desaparezca el forajido robolucionario que tanto admiraron en su juventud. No destruyeron su póster. Lo guardaron en el armario. Ahora les toca a ellos hacer negocios en la isla. Confían en que muera Esteban Dido estando ellos en el poder y quieren alcanzar la mejor posición posible para que los suyos puedan enriquecerse hasta donde les sea posible en el largo lagarto verde anclado en el Caribe.
 
No obstante, corren un riesgo que harían bien en valorar. Pueden pasarse de frenada y de listos. Cabe la posibilidad de que los que un día sustituyan al tirano no olviden que quienes más obligados estaban a socorrerles fueran los primeros en traicionarles. ¿A quién pretenden engañar? José Luis Rodríguez yDesatinossólo buscan una foto con Raúl Rivero en el aeropuerto de Madrid. Necesitan un pretexto para intentar cambiar la modestísima posición común de la Unión Europea respecto a la tiranía y poder luego pintar algo en el cortijo delcoma-andante. Los cubanos lo saben. Y tal vez no lo olviden.

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