Así que ya estamos otra vez. Y nosotros que creímos que todo aquello se había terminado para siempre, que había sido el último pecado de nuestros abuelos. Pero han vuelto a la vida los abuelos de la mano de un maniquí de cartón piedra para exponer razones que ya nadie comprende.
La verdad es que todos acabaron creyendo que se había cerrado el libro de Caín. Los que volvieron a España a final de los setenta, los que vieron a Pasionaria presidir el Congreso, los que lo presidieron, los que llevaban tanto tiempo olvidando que lo recordaban todo minuciosamente. Nadie ha retratado los errores de los perdedores mejor que ellos mismos en el exilio o en el regreso. Sus memorias. Creyeron que por fin se imponía el abrazo, que era el tiempo prometido para ser sinceros. Y lo fue. Y todo era posible. Al socialismo español le cupo la ignominia de reavivar el fuego maldito desde ascuas casi extintas para encubrir la merienda de negros de su robo masivo y de sus crímenes de estado. Y luego está el atavismo de la aldea.