El PSOE y sus mariachis habían concebido la Comisión de Investigación del 11-M como un tribunal de la Inquisición. Una cosa civil, no se vayan a creer, pero fundada en una misma aberración, la causa general. El gran proceso contra el PP. En un estado donde se guardan las formas la causa general no podía ser judicial, al menos hasta que acaben de descuartizar a Montesquieu, así que sería un proceso político. En la Comisión y con las conclusiones establecidas de antemano. Una venganza bajo los focos y ante los micrófonos, sustituyendo la calle por las salas alfombradas y los óleos. Ceremonial parlamentario para una ejecución civil, alegría de conspiradores, pasmo de ujieres.
El PP era responsable genérico “por meternos en la guerra de Irak”. Y en el aplacado fragor de un desquite revolucionario con sordina, la Comisión demostraría que Aznar quiso explotar electoralmente los atentados, organizó la manifestación del día 12 en provecho propio, ocultó informaciones vitales a la opinión pública, mintió a través de Acebes en las ruedas de prensa, ignoró el Pacto contra el Terrorismo en una imperdonable deslealtad hacia Zapatero, intoxicó a directores de diario, jugó con las informaciones del CNI y violó la jornada de reflexión poniendo a Rajoy ante las cámaras. Los mariachis, mayormente centrífugos, aplaudirían como locos liberando tanta inquina acumulada contra el ogro español del bigote, y aquí paz y después gloria.