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Carlos Semprún Maura

Lo mejor del mundo

Se vanaglorian porque más del 80 % de los candidatos han obtenido este año el bachillerato. ¡Toma! ¿Por qué van a ser roñosos repartiendo el papel mojado?

En el cajón de mi mesa de trabajo tengo una carta que conservo porque constituye una prueba, como diría el comisario Maigret. Así lo atestigua el sello de Correos: la envié a Madrid el 21 de septiembre de 2004, y su destinatario la recibió el 6 de junio de 2005. O sea que sólo ha tardado seis meses. Como contenía un cheque destinado a pagar trabajos de mecanografía, pensamos que el robo había sido el motivo de su desaparición, pues no, el cheque sigue en el sobre y atestigua la eficacia de los servicios de correos estatales. Asimismo, el pasado mes de Octubre, un paquete certificado con 20 ejemplares de mi última novela me fue enviado desde Barcelona y no llegó nunca. Seix Barral tuvo que enviarme otro por correo privado que, claro, llegó. Otro ejemplo: la amable portera de mi anterior domicilio me señaló que había recibido un aviso de carta certificada; fui a recogerlo y me presenté con él en la estafeta de Correos correspondiente. No había carta certificada para mi. La gorda y desagradable empleada, me espetó: “¡Si se ha mudado, la carta le habrá llegado a la estafeta correspondiente!” “Explíqueme entonces porque me avisan de que aquí me espera una carta certificada enviada a mi antigua dirección”, respondí. Se quedó sin voz, y yo sin carta. Es la primera vez en mi vida, y una de las primeras en la gloriosa historia de la Poste, que se pierde una carta certificada. Me han ocurrido estos tres percances en seis meses, y conozco cantidad de casos semejantes, pero algunos franchutes, convencidos de que todo en Francia, y particularmente los “servicios públicos” es lo mejor del mundo, afirman: “Y cuando privaticen Correos será mucho peor.” ¿Cómo podría ser peor?
 
Lo mismo ocurre con los hospitales: alegrándome por haber logrado evitar ir a un conocido y vetusto hospital parisino para padecer ciertos exámenes, una señora me dijo: “Pues es un estupendo hospital”. Ocurre que esa señora, enviada hace unos meses a las urgencias de ese mismo hospital un sábado por la tarde por su médico, por considerar su caso grave, tuvo que esperar al miércoles por la mañana para que un docteur la atendiera. Da lo mismo, ese y los demás hospitales siguen siendo los mejores del mundo, tan interiorizada está la estúpida arrogancia francesa. ¡Y no hablemos de la enseñanza! Se vanaglorian porque más del 80 % de los candidatos han obtenido este año el bachillerato. ¡Toma! ¿Por qué van a ser roñosos repartiendo el papel mojado? Uno de los temas del examen era: “exaltar (o explicar) las virtudes éticas del aborto.”
 
El alcalde de París, el sociata Bertrand Delanoë, se parece cada día más a Zapatero: en plena reunión del consejo municipal ha vuelto a acusar al Reino Unido, y a Tony Blair personalmente, de haber hecho trampas, comprado a miembros del CIO y  demás maniobras fraudulentas y mafiosas, para lograr que Londres sea elegida para los Juegos Olímpicos de 2012. Con magistral imbecilidad declara que no tiene la menor prueba de lo que afirma, pero ni falta que le hace, porque estaba alojado en el mismo hotel que Tony Blair. Como todos los mediocres ambiciosos pensaba que si se elegía a Paris ello constituiría un magnífico trampolín para que él alcanzara el cielo, o sea el Elíseo presidencial. Y lo peor es que se lo cree. En todo caso ha demostrado que tiene un verdadero espíritu olímpico a la française. ¡Tragarranas!
 
Y cada día Dominique de Villepin se parece más a de Villepin, Dominique. Recogiendo una idea de Jean-Pierre Raffarin, “lanza” el proyecto de creación de 67 “polos de desarrollo”, en los que centros de investigación, universidades y empresas, colaborarían en diversos planes científicos, técnicos e industriales. Todavía no existe nada, ni siquiera los créditos, y el primer ministro anuncia que todo está solucionado. Lo mejor del mundo, vaya.

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