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Carlos Semprún Maura

Tirar a matar

La democracia también se defiende con argumentos, debates, polémicas, la defensa de los valores democráticos no admite censuras, pero no tolera –no debería, al menos–, complicidad abierta con los asesinos

Dicho así, hay algo que falta o que sobra, porque no se trata de disparar al tuntún, ni de matar a perros rabiosos, se trata de disparar para matar a sospechosos de ser terroristas suicidas que se disponen a cometer atentados; en tal caso resulta a todas luces preferible liquidarles antes de que se hayan hecho explotar, antes de que maten. Claro que siempre hay riesgo, y la sangre fría y el buen juicio de los policías y soldados se verán sometidos a duras pruebas. Las lloronas profesionales y los aliados del terrorismo islámico –por miedo, como odio a la democracia–, han vuelto a poner el grito al cielo ante esta consigna de Scotland Yard a sus policías, después de los atentados de Londres, y para demostrar la inaudita crueldad de esta inaudita represión, añaden que como en Israel –paradigma de la crueldad, para los fervientes admiradores del humanismo de Al Qaeda–, la orden precisa: disparar a la cabeza. Pero ¡so zopencos! No se trata de cuestiones metafísicas, sino de cuestiones prácticas. La larga y trágica experiencia israelí de lucha contra el terrorismo ha demostrado que los dos instrumentos principales utilizados por los terroristas para cometer sus asesinatos son el coche bomba y la persona bomba. Si se dispara al corazón de un hombre o una mujer, con la cintura rodeada de explosivos, el resultado será el de adelantar la explosión prevista de unos segundos o pocos minutos, mientras que si se tira a la cabeza, lo más probable es que el suicida asesino muera antes de que haya logrado desencadenar la explosión. Esto es lo que demuestra la experiencia israelí.
 
En esta guerra psicológica, que forma parte de la guerra total contra el terrorismo, no es de extrañar si los lacayos del poder intentan aprovecharse del reciente encuentro en Londres de Rodríguez Zapatero con Blair, y del supuesto respaldo de éste a la memez zapaterista de la “alianza de civilizaciones”. Desde luego, puede uno lamentar que el primer ministro británico haya cedido, una vez más, a la costumbre diplomática del acuerdo fingido y de la cortesía cortesana, que ya demostró con Chirac, y que respetando esa tradición de la mentira sonriente, se debía de fingir benevolencia con un camarada de la Internacional socialista, esa mafia burocrática, pero en eso se queda. Que Tony Blair juzgue interesante y de sentido común una “alianza de civilizaciones” contra el terrorismo ( y no de tolerancia con él), no pasa de ser la expresión de buenos sentimientos y de plumas al viento, aunque, si países como Egipto y Pakistán, pongamos, se pusieran a colaborar de verdad y a actuar eficazmente en esta lucha mundial contra el terrorismo, y no sólo en el interior de sus fronteras, sería a todas luces muy positivo. Como sería muy positivo si musulmanes de barriadas europeas, arrinconaran y arrastraran ante los tribunales a extremistas, asimismo musulmanes, que preparan o cometen atentados.
 
Al margen de los cumplidos y de la hipocresía, la política de Reino Unido y la de España, hoy, son radicalmente opuestas. Pese a los atentados en Londres, Blair mantiene sus tropas en Irak, Zapatero desertó. Frente a los atentados en su suelo, Gran Bretaña responde con firmeza, y no claudica, como el gobierno español, y por eso los plumíferos zapateristas insultan a Blair, al mismo tiempo que se mofan de su exagerada tolerancia. Es cierto, que la tradicional tolerancia británica, tan admirable en tiempos de paz, se ha convertido en complicidad, tácita o activa, en tiempos de guerra. Puede incluso afirmarse que han tardado demasiado en reaccionar, pero están reaccionando y la orden “tirar a matar”, es uno de los síntomas de esta reacción de legítima defensa.
 
Ya que Irak permanece en el centro de la polémica, no es baldío recordar algunas evidencias. Se nos sigue diciendo que la intervención militar aliada en Irak fue lo que, justificadamente, desencadenó el terrorismo, inexistente antes, y esta mentira se sigue utilizando tranquilamente, porque se considera argumento propagandístico eficaz en esta guerra sucia, solapada, cobarde, de tantos contra los Estados Unidos. Utilizada tanto por Presidentes y primeros ministros europeos, como por los mercenarios del Imperio Polanco. El terrorismo islámico, con los Hermanos Musulmanes, por ejemplo, y otros grupos, comenzó mucho antes, y para dar algunos ejemplos recordaré que los islamistas radicales asesinaron a Anuar el-Sadat, en Egipto, a Indira Ghandi, en India, masacraron multitudes en Sudán, en Argelia, en Indonesia, en Filipinas, etcétera, sin hablar de Israel, donde el terrorismo palestino (islamista, o “marxista”), apoyado, armado, controlado y subvencionado por la mayoría de los países árabes, existe desde que Israel existe, o sea 1948. Afirmar que la intervención militar aliada en Irak –y subsidiariamente en Afganistán– constituye la parturienta del terrorismo islámico, no sólo es mentira, es criminal, porque la complicidad con el crimen es asimismo criminal.
 

Lo que en cambio es cierto, es que desde hace unos veinte o treinta años, los sectores más radicales del Islam han pasado a una ofensiva generalizada contra los “infieles”, los judíos y las democracias occidentales, calificadas de “nuevos cruzados”, pero también, como está visto, contra los países y sociedades musulmanas que no comulgan con las mismas ruedas del molino coránico, y es así como sunitas y chiítas se matan y no sólo en Irak. La creación del Al Qaeda, los tremendos atentados de Nueva York y toda la larga y sangrienta lista de atentados que han seguido, demuestra la peligrosa realidad de esta ofensiva generalizada del Islam contra la libertad y la tolerancia, contra la civilización, en una palabra. La respuesta necesaria a esta ofensiva, no podía, ni puede ser únicamente militar, pero tiene que ser también militar, y en este sentido la intervención aliada en Afganistán e Irak se justifica plenamente. Porque no es la guerra de Irak la que ha hecho surgir el terrosismo de la nada, es la ofensiva terrorista, la que exigía la guerra en Irak. Ocurre que todos los grupos terroristas islámicos, con Al Qaeda a la cabeza, han decidido convertir Irak en el frente principal de esta guerra mundial, pero no el único, como se ha visto en Madrid, Londres, Sharm el Sheik, etcétera. Si resulta casi imposible evitar los atentados cometidos con coches bombas y con terroristas suicidas, procedentes de varios países árabes, como del propio Irak, dichos explosivos y dichos “locos de Alá” forman parte de redes terroristas, se benefician de apoyos y subsidios de Al Qaeda, como de ciertos estados árabes o musulmanes. Lo que francamente no entiendo es por qué las tropas norteamericanas presentes, junto a elementos militares y policiales iraquíes disponibles, no se han lanzado a una ofensiva generalizada contra esas redes terroristas, sus depósitos de explosivos, su contrabando de armas, sus militantes fanáticos, ya lo han hecho, con buenos resultados, pero insuficientemente, como los cadáveres por las calles lo demuestran a diario. Cínicamente podría afirmarse que Bin Laden tiene razón: una derrota de los aliados en Irak, constituiría una gran victoria para el terrorismo y un gigantesco impulso a su desarrollo en el mundo entero.

Estamos en una guerra, una guerra sucia, diferente, militar como política, policial como ideológica, cuyas primeras víctimas son civiles. La democracia también se defiende con argumentos, debates, polémicas, la defensa de los valores democráticos no admite censuras, pero no tolera –no debería, al menos–, complicidad abierta con los asesinos. Y las circunstancias demuestran que, muchas veces, hay que tirar a matar.

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