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José Vilas Nogueira

El centro político y sus abogados

No es éste el caso del Partido Popular que no tiene ningún partido relevante a su derecha. Pretender que, en un sistema multipartidista, un tal partido pueda ser de centro ofende al lenguaje y a la lógica, pero tranquiliza mucho a la clase política

Parece ineludible la necesidad de expresar sintéticamente las grandes opciones políticas. Se puede hacer mediante el recurso a etiquetas ideológicas, por ejemplo, liberalismo, socialismo, u otras de parecida naturaleza. La ventaja de este recurso es que, por grande que sea la laxitud con que se maneje y por mucho que su comprensión haya podido cambiar con el transcurso de los años, la semántica del término elegido impone límites a su contenido, y por tanto a la manipulación política. Un liberal no puede ser estatista, ni un socialista, individualista.
 
Más frecuentado, sin embargo, es el más simplista recurso a etiquetas espaciales. Con ocasión de la Revolución Francesa se inventó, por casualidad, la contraposición entre izquierda-derecha. Nadie podía sospechar que este invento, a partir de un hecho trivial, iba a tener tan duradero éxito. El canadiense Laponce ha estudiado su origen y contexto. Baste decir que, reunidos en una iglesia algunos de los revolucionarios, reservaron, como deferencia, el lado del evangelio, situado a la derecha del oficiante, a aquellos de ascendencia noble, situándose los burgueses en el de la epístola, a la izquierda. No es difícil imaginar las connotaciones que estas palabras adquirieron en su utilización política inmediatamente posterior (y francesa), la derecha, el orden, el privilegio social, etc.; la izquierda, la libertad, la igualdad, etc. Pero con el transcurso del tiempo y la generalización de los términos, esta historia, con su cortejo de equívocos y mutaciones, ha abocado a una cuasi-inversión de los valores iniciales. La defensa de la libertad individual, la pretensión de limitación del poder establecido son hoy atributo preferente de la derecha. La restricción de la libertad individual, la defensa de un Estado omnipresente y todopoderoso, trasunto de los príncipes absolutos, son objetivos de la izquierda.
 
En todo caso, la utilización de los términos izquierda y derecha supone una comprensión unidimensional del espacio político. En un tal espacio, el centro viene determinado por los extremos. Incluso para Duverger, el centro “ni siquiera existe”. Esto es, no habría ideologías ni políticas específicas de centro. Se trataría sólo de un lugar; aquél donde confluyen los moderados de derecha y los moderados de izquierda. En verdad, ni siquiera esta comprensión reduccionista mejora las cosas, pues la palabra moderación no es menos equívoca que la palabra centro. ¿A qué referiremos la moderación, a la “forma” o al “contenido”? Si a la primera, un puño de hierro se envolverá en guante de seda, o en términos más pacíficos, se cumplirá la sentencia de Claudio Acquaviva, general de los Jesuitas a principios del siglo XVII, fortiter in re, suaviter in modo. Si al segundo, la moderación suele aludir a algún género de transacción o compromiso, con lo que habría que distinguir sobre qué cosas y en qué situaciones se puede transigir o comprometer (a riesgo, sino, de rendirse al chantaje de grupos minoritarios, y frecuentemente criminales).
 
Pues bien, pese a la problematicidad de su existencia y a la heteronomía de su determinación, el centro es medicina muy prestigiada para las heridas, reales y aun supuestas, de la derecha española. Incluso peleas ha habido por tan milagroso bálsamo. Se ha escrito que Fraga nunca perdonó a Suárez que le “hubiese robado la bandera del centro”. Pero, la prédica centrista de Fraga se inicia en pleno franquismo. Por tanto, los extremos que determinaban “su” centro eran el continuismo franquista, por un lado, y la oposición izquierdista al régimen, por otro. Producido el cambio de régimen, “su” centro (Alianza Popular), pasó a ocupar la derecha del espectro. Se podría considerar que su evolución posterior le llevó al centro y sería verdad si por centrismo se entiende oportunismo, que es acepción menos invocada pero no menos plausible. En cualquier caso, habrá que recordar a los presentes predicadores del centrismo (siempre preocupados por el éxito electoral) que, al margen de la Comunidad Autónoma de Galicia, Fraga no ganó una sola elección.
 
Respecto de la Unión de Centro Democrático es obvio que nunca fue un verdadero partido, sino una asociación de empresarios políticos para la liquidación del franquismo y la constitución de un nuevo régimen. Su papel en la transición explica que su calificación de centro haya de ser referida a ese preciso contexto temporal y político, como actor clave de las transacciones y compromisos fundacionales. Cumplido tal papel, el invento era insostenible y cayó estrepitosamente. Salvado esto, la existencia de Alianza Popular, a su derecha, y del PSOE y el PCE, a su izquierda, dotó de coherencia a su autoproclamación centrista. El esquema de partidos resultante adoptó así una disposición i-I-D-d, con dos grandes partidos relativamente centrales, de centro-izquierda y de centro-derecha, y otros dos más pequeños en los extremos, AP y PCE.
 
No es éste el caso del Partido Popular que no tiene ningún partido relevante a su derecha. Pretender que, en un sistema multipartidista, un tal partido pueda ser de centro ofende al lenguaje y a la lógica, pero tranquiliza mucho a la clase política y a sus aturdidos clientes, que son particularmente fotofóbicos. Acompañémoslos, pues, por un momento, a su oscuro mundo. Los críticos del PP y las gentes de izquierda coinciden en denunciar la presunta deriva derechista del partido, tras la derrota electoral de marzo de 2004. Inicialmente, la crítica ahorraba a Rajoy y se limitaba a otros dirigentes de su equipo, quizá porque su personalidad da una imagen muy “centrista”. Pero, cada vez, hacen menos distingos. En una cosa, sin embargo, se diferencian los críticos del PP de los izquierdistas, y la diferencia no dice nada bueno de los primeros. Mientras los izquierdistas odian a muerte a Aznar y entienden que el pecado de Rajoy es no romper con su herencia, algunos críticos del PP no sienten empacho en atribuir los pasados éxitos electorales de Aznar a su “centrismo”. El abandono del “centrismo” habría sido la causa de la derrota electoral; la tardanza en recuperarlo un temible obstáculo para ganar las próximas.
 
Este diagnóstico supone una bellaquería. Si Aznar era “centrista” (a ver si convencen de ello a los de izquierdas), ¿por qué y en qué no lo es Rajoy? Mejor que tanta vana referencia topográfica, dígase cuáles son las propuestas políticas de Rajoy que suponen una derechización de las políticas de Aznar. Y si se refieren a la forma, al estilo de hacer oposición, ¿es que Rajoy es más inmoderado que lo fue Aznar? Aclárese, aquí también, dónde reside la derechización. La causa de que Rajoy perdiese las elecciones del 14 de marzo de 2004 no tiene nada qué ver con la opción entre derecha y centro. Radica en la miserable instrumentación por el PSOE y los medios de comunicación que le son afines de los atentados del día once.
 
Va a hacer dos meses que Manuel Fraga perdió la mayoría absoluta en Galicia. No habrá sido por falta de vocación centrista (ni tampoco por insensibilidad autonomista). Según unas declaraciones suyas, es que el centro se movió y habrá que averiguar dónde está ahora. Bizarra explicación. Si el “centro” es ganar las elecciones (o perderlas, pero ganar el Gobierno, que todo es posible con nuestro sistema), ¡el centro en España se nos ha desplazado a la periferia y a la extrema izquierda! Sugeriría a los abogados del centro político que hiciesen algo de provecho; canten menos la excelencia del centro e ilústrennos algo sobre su consistencia.

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