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Daniel Sirera

Váyase señor Maragall

Si no quieren dar la palabra a los ciudadanos sólo queda una salida: que Maragall se vaya a su casa y que alguien dentro del PSC, con sentido de Estado y, sobre todo, con sentido común –que alguno debe quedar– asuma la máxima responsabilidad del Gobierno

El balance de dos años de Gobierno tripartito es profundamente decepcionante. El mandato se inició con la reunión de Carod Rovira –siendo presidente de la Generalitat en funciones– con la cúpula de ETA en Perpiñán. Poco después se cayó el túnel de maniobras del metro de Barcelona bajo el barrio del Carmelo y se generalizó la sensación de corrupción con la acusación de Maragall sobre el 3%. Mientras tanto, un reducido grupo de diputados y diputadas elaboraban en silencio una criatura maléfica que tenía que dar satisfacción a los sectores más nacionalistas de la sociedad catalana pero cuyo único objetivo era romper la nación española.
 
Durante meses hemos tenido un gobierno partido por tres. Tantos gobiernos de la Generalitat como partidos que lo apoyan y tantas corrientes internas como consejeros. El Gobierno de Cataluña ha estado dos largos años de vacaciones y ahora que nada impedía dar un impulso a la acción de gobierno, llega Maragall y nos deja sin gobierno. La mitad de los consejeros de la Generalitat son interinos, no saben si llegarán a final de mes en el Gobierno. No cuentan con la confianza del presidente y desconfían de él. Han dejado de ser –si es que alguna vez lo han sido– interlocutores de la sociedad catalana. No cuentan para nadie, han dejado de existir, son auténticos cadáveres políticos que deambulan por las consejerías y por los pasillos del Parlament tratando de entender porque si, como dice Maragall, pertenecen al mejor gobierno que jamás ha tenido Cataluña, quiere ahora prescindir de sus servicios.
 
La sangre no ha llegado al río. El PSC ha logrado, por enésima vez, reconducir la situación. Después de 23 años de oposición y una vez alcanzado el poder, no van a tener ahora un ataque de dignidad. Los socialistas conocen muy bien el frío de la oposición. Por eso serán capaces de perdonar lo que sea de Maragall o de quién sea para mantener el coche oficial. No tienen políticas, sólo políticos que aspiran a llegar al final de la legislatura. En esto se ha convertido la política catalana. En política se puede hacer de todo menos el ridículo, y aún menos cuando eres el presidente de la Generalitat. Este es el gran drama. Cataluña lleva años acostumbrada a las “maragalladas” de Maragall. Ya casi no sorprenden, forman parte del paisaje urbano, pero Maragall ya no es un turista en Roma, ni siquiera un alcalde excéntrico. Maragall es el presidente y debe representarnos a todos. Ya no puede ni representarse a si mismo porque ni siquiera cuenta con la confianza de su propio partido.
 
En 1996, Maragall abandonó la alcaldía de Barcelona porqué la ejecutiva del PSC en la ciudad de Barcelona no quiso colocar a su hermano. ¿Qué hará ahora Maragall si no consigue hacerlo consejero? Corren malos tiempos para la política catalana. Maragall ha conseguido desprestigiar las instituciones en Cataluña y Zapatero ha contribuido irresponsablemente a que la imagen de los catalanes sea nefasta en el resto de España. Si no quieren dar la palabra a los ciudadanos sólo queda una salida: que Maragall se vaya a su casa y que alguien dentro del PSC, con sentido de Estado y, sobre todo, con sentido común –que alguno debe quedar– asuma la máxima responsabilidad del Gobierno. Zapatero podría llevarse a Maragall a su gabinete. Quizá como ministro de exteriores, total, tampoco notaríamos tanto el cambio.

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