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Agapito Maestre

La ingobernabilidad de la nación

al presidente del Gobierno ya no parece importarle la pérdida de prestigio, la erosión de legitimidad e, incluso, el déficit democrático que pudiera seguir derivándose de esa obsesión por aniquilar a la oposición

Me alegro con los datos del sondeo del CIS. Significan que no toda nuestra sociedad es ovina. Hay una parte de ella muy viva, reflexiva y muy preocupada con las decisiones desnacionalizadoras de Zapatero. Cualquier demócrata, pues, tiene que estar contento con los resultados del sondeo. Confirman las intuiciones más pesimistas respecto a la perdida de credibilidad de este Gobierno, en general, y de su presidente en particular. El descenso electoral del PSOE, si hubiera pronto unas elecciones generales, sería casi un acontecimiento ineluctable. Leyendo los datos ofrecidos por el instituto público, no hace falta ser muy perspicaz para concluir que más de dos millones y medio de votos ya han abandonado al PSOE. Para un partido normal la sencilla contemplación de esa cifra tendría que ser considerada una tragedia, que le debería conducir directamente a corregir rápidamente algunas de las decisiones tomadas.
 
Sin embargo, por desgracia, el PSOE no sólo no está dispuesto a corregir ninguno de los desaguisados en que ha metido a la sociedad española, sino que descalifica este sondeo, según ha dicho el portavoz adjunto del grupo parlamentario del PSOE, porque las elecciones aún están muy lejos. Este sondeo carece de importancia, según el portavoz, para ganar las elecciones. O sea, los sondeos sobre la opinión de los ciudadanos, lejos de parar a este tipo de “gobernante” sectario y arbitrario, lo envalentona para seguir cometiendo destrozos durante otros dos años. No le importa seguir tomando decisiones contra la mayoría.
 
Más aún, al presidente del Gobierno ya no parece importarle la pérdida de prestigio, la erosión de legitimidad e, incluso, el déficit democrático que pudiera seguir derivándose de esa obsesión por aniquilar a la oposición. Ya no es tiempo, según Zapatero, de reparar el daño hecho al sistema de convivencia democrática sino de acentuarlo. Ya no se trata de huir de cualquier postulación de unidad de los contrarios para afianzar el sistema democrático en la nación española, sino de extremar la toma de decisiones hasta conseguir marginar a la oposición. En otras palabras, no sólo hay que estigmatizar lo hecho en el pasado por el PP y descalificar su presente político, sino que hay que negar su viabilidad democrática. Si el futuro le es negado a la oposición, entonces Zapatero habrá conseguido su objetivo: hacer de España un país ingobernable.
 
En efecto, no se conformará Zapatero con el daño ya realizado a todos los españoles en general, y a los dos millones y medio de votantes que ya han abandonado el PSOE, sino que persistirá hasta el final de la legislatura en unas decisiones tan sectarias como arbitrarias, con el único y exclusivo sentido de hacer de España una “nación” ingobernable. Zapatero, a pesar de este sondeo, se percibe victorioso. Y, en cierto sentido, tiene razón para considerarse un hombre victorioso. Su política desestabilizadora de la Nación y destructora del Estado ha alcanzado su primer éxito al aprobar a trámite el Estatuto de Cataluña, después de haber sido respaldado por el casi 90% del parlamento catalán. Este hecho, sin duda alguna, ya ha quedado escrito para la historia de España como una derrota de la nación.
 
Lo grave, lo trágico, es que este hombre no quiere parar. Pues de que también se aprobará el Estatuto vasco por la misma vía que el Estatuto catalán sólo lo dudan los necios. Por este camino, sólo esos mismos necios negarían que el Gobierno labora para crear las bases de una sociedad ingobernable. O peor, una sociedad sólo gobernable con nuevas formas de populismo “fascista” o, para el caso es lo mismo, estalinista. Cualquier cosa será buena para Zapatero, excepto contemplar la posibilidad de que pueda haber un gobierno de la oposición.

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