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Pío Moa

República y cultura

Fue Azaña quien mejor retrató a los republicanos y su política: “tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta”. Y también sin ninguna idea clara salvo un anticristianismo obsesivo

Un rasgo del PSOE es su capacidad para corromper cuanto toca. Ha degradado la universidad y la enseñanza, hace tiempo utilizó el Museo del Prado para presentar como una hazaña de “la república” el mayor expolio y saqueo de obras de arte sufrido por España en el siglo XX; y ahora le toca el turno a la Biblioteca Nacional, donde una exposición “informa” sobre los méritos de la república en pro de las bibliotecas y la cultura. Pocas cosas hay más lamentables que la instrumentación de instituciones prestigiosas para manipular la historia y la política.
 
Hubo durante la república, e incluso durante la guerra, iniciativas de personas y grupos de izquierda por elevar el nivel cultural popular. Y también por salvar el patrimonio cultural y artístico español, pero no de los bombardeos “fascistas”, como se decía, sino de las masivas destrucciones y saqueos organizados por los republicanos y luego por el Frente Popular. El hecho está hoy perfectamente documentado, pero una táctica izquierdista-separatista consiste en repetir tópicos y consignas de forma machacona, haciendo oídos sordos a los desmentidos y derrochando al efecto el dinero público. Saben que quien llegue a más gente gana la batalla de la propaganda, y ellos llegan hoy por hoy a mucha más gente que nadie. Tal situación sólo puede contrarrestarla el esfuerzo tenaz de cuantos respetamos la verdad sobre nuestro pasado, y defendemos la democracia y unidad de España.
 
Así pues, hubo por entonces iniciativas culturales muy loables, y bien está recordarlas siempre que, por honradez intelectual, se las sitúe en su contexto histórico. Y el contexto izquierdista fue más bien de auténtica barbarie. Ya empezó en 1931 con la “quema de conventos”, cuando ardieron dos importantes bibliotecas y trabajos de investigación, además de escuelas y edificios, pinturas y esculturas de enorme valor. El gobierno republicano lo consintió, y la izquierda justificó la oleada criminal como “obra del pueblo”.
 
Luego el gobierno planeó una expansión de la enseñanza pública, intento muy encomiable, si bien la cifra de escuelas construidas fuera muy inferior a la pregonada por la propaganda y repetida por historiadores descuidados. Pero incluso esa labor modesta, aunque apreciable, quedó en gran medida neutralizada por la prohibición de la enseñanza religiosa, muy especialmente la de los jesuitas, que contaban con centros muy prestigiosos. Por citar un caso harto indicativo, el gobierno cerró el único centro de enseñanza de ciencias económicas de España, en Deusto. Los políticos republicanos entendían poco de economía, cosa nada rara, pero además le mostraban desprecio, bien manifiesto en el fruto de sus medidas, que agravaron la incidencia de la crisis mundial en el país y volvieron el hambre a los niveles de principios de siglo.
 
El “respeto” por las bibliotecas volvió a manifestarse durante el movimiento guerracivilista de 1934, cuando las izquierdas dinamitaron la de la universidad de Oviedo, e incendiaron el palacio Salazar, en Portugalete, albergue de una espléndida biblioteca y colecciones de arte valiosísimas. Y tan pronto volvieron las izquierdas al poder, en 1936, volvió el destrozo de obras de arte. Calvo Sotelo detalló en las Cortes: “Esculturas de Salzillo, magníficos retablos de Juan de Juanes, lienzos de Tiziano, tallas policromadas, obras que han sido declaradas monumentos nacionales, como la iglesia de Santa María de Elche, han ardido en medio del abandono, cuando no de la protección cómplice del gobierno”. Los diputados de izquierda recibieron sus denuncias con chirigotas y frases como “¡Para la falta que hacían…!”.
 
Recomenzada la guerra en julio de aquel año, el destrozo de bibliotecas y archivos públicos, eclesiásticos y particulares, se volvió entre las izquierdas un verdadero deporte, cantado por Alberti en unos versos repugnantes. Bibliotecas como la franciscana de Sarriá, con cien mil volúmenes, o la de Guadamur, una de las mayores de Europa conservadas en castillos, quedaron destruidas, y fueron pasto de las llamas otras muchas con decenas de miles de libros, a menudo únicos, conservados de siglos atrás.
 
Este gigantesco estrago no aparece para nada en la indecente exposición propagandística de la Biblioteca Nacional, donde, para mayor injuria, se presenta como democrático al régimen del Frente Popular, constituido por tales demócratas y amantes de la cultura como los estalinistas, los marxistas del PSOE, los anarquistas, los racistas del PNV o los golpistas de Azaña y de Companys. Todos bajo la protección de Stalin.
 
Fue Azaña quien mejor retrató a los republicanos y su política: “tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta”. Y también sin ninguna idea clara salvo un anticristianismo obsesivo, no muy diferente en sustancia del odio obsesivo de los nazis a los judíos.
 
Actitudes tan bien descritas por Azaña, a la vez causante y víctima de ellas, vuelven a imponerse con el desgobierno del Iluminado de la Moncloa: falsificación de la historia, ataque al espíritu reconciliador de la Transición, o degradación de instituciones como la Biblioteca Nacional, que debieran ser instrumentos de investigación de alta calidad, y no sedes de la propaganda más unilateral y ramplona.

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