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José Vilas Nogueira

La verdad por mayoría

Si fuésemos negros, los mamporreros del CAC (Consejo Audiovisual de Cataluña) no osarían atacarnos. Y si lo hiciesen nos ampararíamos en el fulgente escudo de la "Alianza de Civilizaciones", vade retro de invencible eficacia

Un periódico cuenta que en Brasil ha nacido la primera cadena de televisión negra. Esforzado y meritorio regreso a la caverna de las identidades raciales, ajena a superferolíticas discriminaciones espirituales y políticas. Ante las amenazas a la COPE y El Mundo por parte de los nacionalsocialistas amontillados de Cataluña y los zapateriles socialistas no nacionales de La Moncloa, quizá no sería mala idea hacernos negros. Comprendo que es un poco difícil. Michael Jackson ha intentado el trayecto inverso y los resultados han sido deplorables.
 
Pero las ciencias médicas han adelantado mucho. Incluso tengo noticias de un precedente con éxito, bien que temporalmente limitado. Antes de la ilegalización de la segregación racial en los Estados Unidos, un periodista blanco mediante un tratamiento con melanina, favorecido por unas facciones algo ambiguas desde el punto de vista de la identidad racial, y con un adiestramiento complementario logró hacerse pasar por negro con éxito. El hombre quería experimentar en persona qué se sentía siendo negro en aquel mundo de discriminación racial. El problema era que la melanina tenía efectos temporalmente limitados. Era como el cuento de Cenicienta, pero al revés. Daban las doce y la pobre Cenicienta recuperaba su condición de princesa.
 
Si fuésemos negros, los mamporreros del CAC (Consejo Audiovisual de Cataluña) no osarían atacarnos. Y si lo hiciesen nos ampararíamos en el fulgente escudo de la "Alianza de Civilizaciones", vade retro de invencible eficacia. Mejor sería todavía que los Obispos se convirtiesen al Islam. Zapateros, Maragalles, Carodes, Llamazares y compañía les comerían en las manos. Si se hiciesen chiitas, lucirían además trajes tan bien cortados como los de los ayatolás iraníes, envidia del mismo Kofi Annan. Pero no veo a los Obispos por la labor ni a Ágata Ruiz de la Prada diseñando monótonos burkas cenicientos. Así que mejor será abandonar esta hipótesis.
 
Pues ni negros ni islamistas podemos ser, ¿cómo resistir el pre-juicio de mendacidad emitido por los nacionalsocialistas catalanes y los socialistas no nacionales monclovitas?
 
En los años treinta, un político enemigo del régimen parlamentario justificaba su posición en, aproximadamente, estos términos: resulta que si una mañana el Parlamento decide que no hay Dios o que, digo yo, no rige la ley de la gravedad, en ese desgraciado país no habrá Dios ni regirá la ley de la gravedad. El sofisma de este razonamiento estriba en que los parlamentos no tienen competencia ni capacidad para establecer proposiciones de ese estilo. En términos más generales ni parlamentos ni gobiernos son competentes para emitir juicios de veracidad.
 
Y si los parlamentos no son competentes para ello, tampoco lo serán aquellos órganos integrados por designación parlamentaria con arreglo a un criterio de representación partidista ponderada, que es el caso del CAC. Basta el buen sentido para entenderlo. De qué clase de verdad se puede hablar en casos en que, por ejemplo, la proposición A resulte "verdadera" por tres votos a dos; la B, por cuatro a uno; la C, por cinco a cero, etc. Infortunadamente, como he escrito varias veces (y no insistiré en ello), la Constitución española subordina el derecho a transmitir información a la veracidad de su contenido, equívoca fórmula probablemente reminiscencia inconsciente del pasado dictatorial. Con la misma lógica habrían podido añadirse corolarios similares a la generalidad de los enunciados de derechos individuales. Por ejemplo, se diría, se reconoce el derecho a la libertad de circulación siempre que no se utilice para matar ancianitas, que es cosa fea y poco piadosa, etc.
 
En cualquier caso, la incorrección técnica de este precepto constitucional encuentra fácil subsidio remitiendo, con arreglo a los principios del derecho constitucional, la apreciación de la concurrencia del requisito de veracidad al juicio de tribunales independientes. Si la información mendaz lesiona algún bien jurídicamente protegido, el titular de este bien puede acudir a los tribunales en demanda de la oportuna reparación. Lo que, de paso, revela, la inanidad de la proclamación constitucional del requisito de la veracidad. De hecho hay muchísima información mendaz que sólo un loco consideraría atenta contra la Constitución, tanta que incluso a veces se integra en corpus pseudocientíficos (ufología, astrología, etc.).
 
Atribuir, en cambio, la competencia para apreciar la veracidad de la información a un órgano político, delegado del parlamento e integrado con criterios políticos, como es el Consejo Audiovisual de Cataluña, no es sólo un disparate lógico y jurídico. Es un atentado al Estado de Derecho y a las libertades individuales, típicamente despótico.

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