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Emilio J. González

¿Qué nos jugamos en Hong Kong?

¿Qué nos jugamos en Hong Kong? Pues, posiblemente, el futuro de la globalización así como el papel internacional de una Unión Europea, construida sobre la agricultura, que necesita redefinir su modelo de protección agraria si quiere tener peso específico

La cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC) que se celebra esta semana en Hong Kong podría resultar decisiva para la viabilidad del sistema económico internacional erigido en el último cuarto del siglo XX, basado en la globalización, y para el propio proyecto de Unión Europea. Encima de la mesa de negociaciones está la espinosa cuestión de las ayudas europeas a su agricultura mientras los países en desarrollo alzan su voz en contra con más claridad, más sensatez y menos complejos que nunca.

La globalización, entendida como la apertura de los mercados de todo el mundo a las ventas y las inversiones de cualquier país, se ha convertido en el principal motor de desarrollo para aquellas naciones que han apostado por subirse a este carro, tal y como demuestran los informes al respecto del Banco Mundial. El milagro de los países del sureste asiático, o el espectacular despegue de la propia economía China, no hubiera sido posible sin la libertad de comercio e inversión que implica la globalización. Gracias a ella, estas naciones están combatiendo con éxito la pobreza al tiempo que avanzan con firmeza hacia un desarrollo socioeconómico impensable hace treinta años.

Los demás países en desarrollo han tomado buena nota de estos procesos y ya no ven con temor a la globalización, sino como una esperanza clara y prometedora de desarrollo y quieren integrarse en ella. Por desgracia, la globalización no es general, sino parcial. Las inversiones industriales y el comercio de servicios financieros se encuentran liberalizados efectivamente en un grado muy alto, pero no ocurre lo mismo con otros ámbitos de la actividad económica, en especial en todo lo referente a la agricultura, donde el proteccionismo sigue siendo la norma en vez de la excepción. Y es precisamente esa barrera la que quieren derribar los países en desarrollo porque en su estructura productiva el peso de la agricultura es muy fuerte. Es lo que saben hacer, es lo que tienen para vivir y prosperar y es con lo que cuentan para mejorar sus expectativas socioeconómicas y el bienestar de su población. Por ello, un nuevo fracaso en la cumbre de la OMC de Hong Kong en la liberalización del comercio internacional de productos agrícolas podría ser un duro golpe para ellos, al tiempo que pondría en tela de juicio a la propia globalización como paradigma de la economía internacional del siglo XXI porque se vería no como un instrumento de desarrollo sino como un medio para promover los intereses de los países más avanzados.

Todo el mundo es consciente de esta realidad y nadie quiere que las esperanzas depositadas en la globalización se vean frustradas. Pero una cosa son los deseos y otra los hechos y aquí es donde aparecen las dificultades. La Unión Europea mantiene una protección muy fuerte a su agricultura, en forma de política agrícola común (PAC), hasta el punto de que, desde fuera de sus fronteras, se contempla al mercado agrícola europeo como una fortaleza inexpugnable. Para la consolidación y el triunfo final de la globalización hay que derribar esos muros y, de hecho, hay países de la UE, como el Reino Unido, que son fervientes partidarios de su desaparición como prueba, sin ir más lejos, la posición británica en torno a las perspectivas financieras de la UE 2007-2013, esto es, los presupuestos comunitarios para ese periodo. Sin embargo, medio siglo de aplicación de la PAC ha distorsionado tanto el funcionamiento y evolución del sector agrario europeo que ha impedido su adaptación paulatina a la realidad cambiante de la economía internacional, sobre todo en una Francia que, ella sola, se lleva la mitad de las ayudas de la PAC. En este contexto, pocos políticos europeos, en especial los franceses, quieren enfrentarse a su electorado por la cuestión de la agricultura, pese a que, salvo en Francia, el porcentaje de población que depende de ella es muy bajo, con lo cual se muestran muy reticentes a hacer concesiones en materia de liberalización del comercio internacional de productos del campo, que es lo que piden y necesitan los países en desarrollo para progresar.

¿Qué nos jugamos en Hong Kong? Pues, posiblemente, el futuro de la globalización así como el papel internacional de una Unión Europea, construida sobre la agricultura, que necesita redefinir su modelo de protección agraria si quiere tener peso específico en el futuro como uno de los principales actores del comercio internacional, del que tanto depende, y respaldar a su moneda, el euro, como divisa de reserva y medio de pago en los intercambios internacionales.

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