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Serafín Fanjul

Quemando banderas

Produce un gran desasosiego la tosca hipocresía de los portavoces y dirigentes islámicos explotando el victimismo airado para sacarnos algo, mientras en sus países arrecia la persecución contra los cristianos en proporciones horripilantes.

La rapidez en la difusión de imágenes, una bendición en tantos aspectos, ha multiplicado también la velocidad para propagar necedades. El mimetismo humano, la tendencia a la simplificación elemental o a las soluciones y actitudes más fáciles en los gestos han propiciado la apestosa avalancha de una internacional de la estupidez, no sé si más peligrosa y dañina que todas las otras juntas. En Yakarta, La Habana o Arrigorriaga los mismos mentecatos portan las mismas gorrillas de béisbol al revés, hacen la uve de la victoria (inventada por Churchill en circunstancias muy concretas, extremo que seguramente ignoran) y queman banderas del "enemigo". Esta última ceremonia siempre me ha parecido la quintaesencia de la idiotez (se pueden añadir otros calificativos más serios, pero creo que no merece la pena, ni merecen la pena los protagonistas): en grados superlativos aúnan odio, bobería e impotencia. Impotencia, sí, pues quien puede actuar no recurre a este teatrillo bufo.

Se retratan bien los pirómanos de ocasión: si el boy-scout cabal debe realizar una buena obra al día, ellos han de contribuir algo, cotidianamente, a la marcha de la revolución mundial o al triunfo del islam en toda la humanidad o a la destrucción del imperialismo. Y se quedan tan panchos habiendo cumplido. Las muestras de estas excelsitudes del pensamiento humano son diversas, pero siempre circulan por el mismo carril : "Mata fachas" (ellos escriben fatxas, que resulta más revolucionario, como don Sabino), "Mata nazis", "Mata yankis"... y uno se pregunta por qué los epigrafistas matadores no van ellos a materializar tales designios que, bien mirado, es preferible acometan hombres bajitos, descalzos y mal alimentados del sureste asiático, Centroamérica o Africa. En fin, algo de esto intuyó el clásico latino cuando sentenció bien clarito Parietes papyrus stultorum (Los muros son el papel de los necios).

A la habitual y desgastadísima parafernalia de incinerar banderas americanas o de Israel, de pronto ha venido a sumarse la quema de otras de Dinamarca, Noruega o Francia. La causa, unas caricaturas, tampoco muy allá, aparecidas –¡en septiembre!– en un periódico danés, que se ha disculpado ante los sentimientos heridos y punto. Ahí debería quedar todo. Y si los musulmanes de Dinamarca –y sólo ellos– no se dan por satisfechos con la petición de excusas, que acudan a los tribunales daneses que, a diferencia de los musulmanes, sí ofrecen garantías de imparcialidad y, sobre todo, de seriedad. Pero se ha cruzado la campaña de Irán, con su peón sirio, para arropar su producción de armas nucleares, con la propensión de los musulmanes a meterse en la vida ajena decidiendo por el vecino, el primo o el sobrino lo que deben hacer u omitir. La comunidad resuelve por el individuo y a este sólo le toca asentir y "someterse" (islam) a la voluntad divina, pero como Dios cae lejos, en realidad la sumisión es a los dictados de éste o aquel santón. Y ahora, los mauritanos opinan sobre lo que deben hacer, o no, los daneses; los somalíes exigen la entrega de los horrendos criminales –imaginen para qué– y los sirios se divierten quemando embajadas, con la connivencia, obviamente, de su gobierno y servicios de mujabarat (Policía política).

La prohibición de representar figuras de seres animados y, por ende, de Mahoma, es una costumbre canonizada por la Sharia y se basa vagamente en Corán, 7.11 ("Y os creamos. Luego, os formamos") en que se reserva para Dios la capacidad de crear, principio lógico y presente en casi todas las religiones y, por supuesto, respetable. Puede entenderse que los musulmanes se sientan ofendidos por el contenido de los dibujos e incluso apoyar una reclamación legal y civilizada, si al tiempo se condenan y persiguen por idénticos medios los insultos y escarnio, tan frecuentes en nuestros medios de comunicación, lanzados contra el cristianismo y más exactamente sobre los sufridos y muy mosqueados lomos de los católicos actuales. Pero no vemos nada de eso cuando los bufones Maragall-Carod se pitorrean de la corona de espinas, cuando se cocina un Cristo o cuando, literalmente, se llama "hijo de puta" al Papa. Son casos sabidos y no insistiré en ellos, pero el regocijo que provocan germina y florece entre los mismos "occidentales" –y españoles- que se rasgan las vestiduras ante la irreverencia con el islam.

No es que se hayan convertido a esa religión, sino que la falta de respeto –probada, jaleada y exhibida– para la fe que tienen al lado se trueca en tierno papanatismo para la lejana y a la cual, en el fondo, simplemente, temen; son la infantería de Rodríguez, el rendido preventivo, quien acaba de escenificar otro de sus números. Al grito de "¿Dónde puede uno rendirse?" ha firmado un capítulo más de su legado histórico, en compañía de Erdogan, reputado demócrata y referencia puntera en la liberación de los pobres de la Tierra. Mas debemos comprender a nuestro Rodríguez, de hecho, le hemos calado, hemos percibido su sacrificio –que tanto le habrá costado, sólo su Dios laico sabrá cuánto– de rojo justiciero, adalid de los parias del mundo y feminista de honor: todo esto lo hace –fachas ingratos, enteraros, dirá el prócer– por salvar a la bandera española de la quema, si es que no os percatáis de nada, so cenutrios.

Produce un gran desasosiego la tosca hipocresía de los portavoces y dirigentes islámicos explotando el victimismo airado para sacarnos algo, mientras en sus países arrecia la persecución contra los cristianos en proporciones horripilantes. Dejemos los ejemplos violentos y tomemos un solo caso de ahora mismo: en tanto se echaban a caminar las manifestaciones en las cuales nos deseaban muerte y exterminio por "cruzados", en El Cairo (enero de 2006) se celebraba una feria del libro donde la editorial at-Tanwír exhibía una nutrida colección de obras de propaganda anticristiana (no digo proislámica, digo anticristiana); y un prolífico autor –si no es un pseudónimo colectivo–, Abu Islam Ahmad Abd Allah, ofrecía títulos como "La Iglesia y la perversión sexual", "Las creencias idolátricas en la religión cristiana", "Convertíos al islam y estaréis a salvo", "Una comunidad sin cruces" (Se sobreentiende, por la cubierta del libro ocupada sólo por alminares, que se refiere a la erradicación del cristianismo en Egipto), etc. Me pregunto por la autoridad moral de quienes así obran, para andar armando bronca por unos dibujos.

Al terminar de escribir oigo en la radio que en Bagdad ya han quemado una bandera española: no es óbice para todo lo anterior, la intención de Rodríguez es inmejorable y, a fin de cuentas, visto desde orillas más lógicas, eso nos sube de categoría al reunirnos con nuestros verdaderos socios y semejantes. ¿Servirá para que los progres de por aquí se cosquen de qué va la vaina? Lo dudo.

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