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Daniel Sirera

La democracia secuestrada

Algunos medios de comunicación y buena parte de la clase política catalana miran hacia otro lado mientras otros boicotean actos públicos o lanzan huevos o cócteles molotov contra las sedes y contra los que no nos definimos como nacionalistas.

Cataluña ha perdido su libertad. Hoy quién no defiende y propugna la doctrina políticamente correcta del pensamiento único está condenado a ser perseguido, agredido verbalmente y lapidado en plaza pública. Criticar el nacionalismo, condenar la persecución que se realiza del castellano en Cataluña, visitar un mercado en L’Hospitalet o reunirse con militantes en Granollers son hoy actos perseguidos en la Cataluña de Maragall. Quien se aparta del discurso nacionalista no tiene futuro, es expulsado de la tribu y acusado abiertamente de ser anticatalán. Hoy hay miedo a la libertad en Cataluña.
 
Algunos medios de comunicación y buena parte de la clase política catalana miran hacia otro lado mientras otros boicotean actos públicos o lanzan huevos o cócteles molotov contra las sedes y contra los que no nos definimos como nacionalistas. Resulta lamentable que los partidos políticos justifiquen estos ataques y que incluso el Gobierno catalán se felicite por este tipo de actuaciones antidemocráticas. No les importa batasunizar la política catalana si, a cambio, consiguen criminalizar y expulsar al Partido Popular de Cataluña de las instituciones. Por desgracia, la kale borroka ha entrado en el oasis catalán, con la comprensión y la complicidad de los principales dirigentes del PSOE y de sus partidos parásitos, para secuestrar nuestra democracia.
 
Además, el Gobierno de la Generalidad ha puesto a los Mossos d’Esquadra al servicio de su causa y no al de los ciudadanos. La máxima responsable de Interior del Gobierno de Cataluña, —la misma que acusó al PP de promover un golpe de Estado el 14 de marzo de 2004— debería dimitir de manera inmediata. Montserrat Tura no sólo es incapaz de garantizar el ejercicio de los derechos fundamentales de los ciudadanos sino que justifica su propia ineficacia bajo el pretexto de no provocar males mayores. ¿Qué mal puede ser mayor a que un ciudadano no pueda ejercer su libertad de expresión?
 
Me siento triste. No me gusta ni la Cataluña ni la España que algunos pretenden imponernos. No existe democracia plena y la clase política catalana intenta, por todos los medios, que el PP se retire de la pista de baile y, si es posible, con las dos piernas rotas. Pero no lo van a conseguir. Con errores y con aciertos, el PPC es imprescindible en la Cataluña de hoy y en la que define el nuevo Estatuto. Sin el PP de Cataluña se acabó el pluralismo y la alternancia política. Por eso hay tanto interés en acabar con el PP y con lo que representa.

 

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