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Charles Krauthammer

Un Japón nuclear es bueno para la paz

El efecto inmediato de que Japón considerase hacerse nuclear sería concentrar la mente de China en desnuclearizar Corea del Norte, a la que consideracomo una conveniente barrera entre ella y una Corea del Sur capitalista y dinámica.

La primera parada de la gira de garantías nucleares post-detonación de Condoleezza Rice fue Tokio. Allí desplegó escrupulosamente el paraguas nuclear americano, prometiendo solemnemente en persona que Estados Unidos respondería a cualquier ataque norcoreano contra Japón con masivas represalias norteamericanas, nucleares su fuera necesario.

Un mensaje importante, cierto, para el corto plazo, no sea que Kim Jong Il le dé demasiado al coñac y sea convencido por la insistencia de una de las bellezas de su "escuadrón del placer" de lanzar un misil o dos contra Japón. Pero la declaración de Rice tenía otra intención obvia y a largo plazo: aplacar cualquier idea que pudiera tener Japón de hacerse con armas nucleares con el fin de contrarrestar la bomba de Corea del Norte.

Los japoneses comprendieron bien este propósito. Así, en una conferencia de prensa conjunta con Rice, el ministro de Exteriores Taro Aso ofreció en lenguaje propio de abogados la negativa a pensar siquiera en hacerse nuclear: "El gobierno de Japón carece por completo de cualquier postura de considerar hacerse nuclear".

Los impecablemente educados japoneses no iban a contradecir a la secretario de Estado en su presencia. No obstante, el mismo ministro de Exteriores Aso había declarado previamente el mismo día ante un comité parlamentario que Japón debía empezar a debatir la materia: "Lo cierto es que Japón es el único que no ha debatido sobre la posesión de armas nucleares; todos los demás países lo han estado haciendo". Apenas tres días antes, otro alto cargo del partido en el poder había roto el mismo tabú y pedido un debate público a propósito de que Japón obtenga armas nucleares.

La reacción norteamericana ante tal diálogo es la oposición tajante. Al igual que esos soldados imperiales japoneses descubiertos atrincherados en alguna isla del Pacífico dejada de la mano de Dios décadas después de la Segunda Guerra Mundial, continuamos actuando como si tampoco nosotros hubiéramos recibido noticias alguna vez de la rendición japonesa. Aplaudimos a los japoneses por prolongar su cumplimiento de la constitución McArthur que niega para siempre a Japón el estatus de Gran Potencia, con su correspondiente fuerza militar a la altura.

Por supuesto, en las últimas décadas Japón se mantuvo al borde de esa prohibición, construyendo un ejército convencional pequeño pero serio. Las armas nucleares, sin embargo, han permanecido fuera del debate. Además, siendo como es el único país en haber sufrido un ataque nuclear, Japón tiene obviamente sus propios motivos para resistirse a la idea. Pero ahora que el régimen lunático que tienen al lado, que ya ha hecho sobrevolar sus misiles sobre el cielo de Japón, ha pasado a ser oficialmente nuclear, una segunda evaluación es obligada.

Japón es una verdadera anomalía. Todas las demás grandes potencias pasaron a ser nucleares hace décadas; desde las que fueron importantes en tiempos remotos, como Francia, hasta las grandes en ciernes, como la India, pasando por las quiero y no puedo, como Corea del Norte. Hay proyectiles nucleares en manos de Pakistán, que de la noche a la mañana se podría convertir en un estado de Al Qaeda, y Corea del Norte, un país tan cósmicamente descarrilado que informa de que "el Querido Líder" logró cinco hoyos de un solo golpe la primera vez que jugó al golf y que también ha escrito seis operas. Pero aún así, nos acechan las dudas sobre si Japón debería ingresar en este club.

Japón no es solamente un modelo de ciudadano internacional –economía dinámica, democracia estable, política exterior modesta–; también es el aliado norteamericano más importante y fiable solamente después de Gran Bretaña. Uno de los más discretos éxitos de la política exterior norteamericana reciente ha sido la intensificación de la alianza norteamericano-japonesa. Tokio se ha unido a Estados Unidos en el desarrollo y despliegue de defensas balísticas y se alineó con Estados Unidos en el asunto neurálgico de Taiwán, prometiendo solemnemente solidaridad en caso de que alguna vez hubiera confrontación.

El efecto inmediato de que Japón considerase hacerse nuclear sería concentrar la mente de China en desnuclearizar Corea del Norte, a la que consideracomo una conveniente barrera entre ella y una Corea del Sur capitalista y dinámica inundada de tropas norteamericanas. China está bastante satisfecha con un régimen cliente que es una espina que tenemos clavada, manteniéndonos atados de pies y manos mientras los chinos persiguen sus ambiciones en el resto de Asia. Las bombas nucleares de Pyongyang, después de todo, no están orientadas hacia el oeste, sino hacia el este.

Que Japón amenace con pasar a ser nuclear alteraría ese cálculo. Podría hasta convencer a China de presionar a Kim Jong Il como modo de evitar que Japón pase a ser nuclear. La carta de Japón sigue siendo la única que conlleva la remota posibilidad incluso de revertir el programa nuclear de Corea del Norte.

La respuesta de Japón a la amenaza norcoreana ha sido muy fuerte e insiste mucho en sanciones serias. Esto es, por supuesto, fruto del propio interés, no del altruismo. Pero esa es la idea. Los intereses naturales de Japón van paralelos a los de Estados Unidos en la zona del Pacífico: mantener la estabilidad militar y política, contener pacíficamente a una China en inexorable expansión, oponerse al régimen gángster de Pyongyang y extender el modelo democrático liberal por todo Asia. ¿Por qué estamos tan decididos a negar a este aliado estable, fiable y democrático los medios para ayudarnos a llevar la carga en un mundo en el que tantos otros aliados –los apaciguadores crónicos surcoreanos sobre todo– insisten en viajar de gorra?

© 2006, The Washington Post Writers Group

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