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Carlos Semprún Maura

Conversaciones en la peluquería

No sólo trabajaban desde niños o adolescentes hasta el retiro en la misma empresa, sino que vivían en casas que les alquilaba la empresa, con sus huertos, propiedad de la empresa, comían en cantinas de la empresa.

Mi admirado William Saroyan situó algunos de sus cuentos en peluquerías, lugares en los que se pueden escuchar sabrosas conversaciones. Este no es un cuento, pero también comienza en una peluquería, donde en mayo de 2002 dos amigos conversaban en torno a la derrota de Lionel Jospin en la primera vuelta de las presidenciales, pocos días antes. Uno de ellos, que era nada menos que Jacques Delors, confesó a su amigo que él no había votado por Jospin, porque no le tragaba, sino por François Bayrou. El peluquero que le atendía, extrañado de lo que decía tan eminente socialista, se fue con el cuento a la gerente, la cual se lo repitió a un amigo mío, también cliente. Ese es el destino natural de las confesiones en peluquerías.

Ocurre que Dominique de Villepin le ha encargado a Delors un informe sobre los problemas sociales, el empleo y su reverso el paro, las relaciones laborales, etc. Pues bien, Delors y sus coinformantes han designado clara y tajantemente el único culpable: el trabajo precario. En Francia les encantan los informes, las comisiones, el papeleo y las conversaciones en peluquerías. Yo le recomendaría al ex presidente de la Comisión de Bruselas que leyera el excelente artículo de Fernando Serra: "Trabajo temporal y productividad" (La Ilustración Liberal, número 29), y les recordaría, por si las moscas, la experiencia de los patronos en Prusia, a finales del siglo XIX; todo sea por darle un toque de "modernidad". Habían creado un sistema perfecto, según los cánones deloristas, o delorianos; hay que precisar que se trataba de una de las zonas industriales más dinámicas de la época, y los trabajadores nacían, trabajaban y morían en el seno de las mismas empresas, luego sus hijos hacían lo mismo y tengo entendido que también las mujeres, al menos antes de tener sus siete o diez hijos, que era la norma. Pero no sólo trabajaban desde niños o adolescentes hasta el retiro en la misma empresa, sino que vivían en casas que les alquilaba la empresa, con sus huertos, propiedad de la empresa, comían en cantinas de la empresa, y gozaban de subsidios sanitarios de la empresa, y de pensiones de jubilación de la empresa. En una palabra, estaban atados a la empresa de por vida, y sus hijos lo mismo.

Cualquiera, salvo Delors, entiende que esto hoy no sólo sería imposible, sino monstruoso. La flexibilidad del empleo no concierne sólo la posibilidad de contratar y despedir sino, sobre todo, la posibilidad formarse, primero, y de cambiar tanto de empresa y de empleo como de lugar de trabajo, en busca de ocupaciones más interesantes y mejor remuneradas. El mundo ha cambiado, señor ex todo, las empresas mueren y nacen otras, sectores industriales caducan y se crean otros nuevos mucho más deprisa que en los tiempos prusianos, y el capitalismo se internacionaliza cada días más. Por cierto, en la URSS y demás países comunistas se aplicó el "modelo prusiano" con una importante diferencia: tenían un único patrón, el Estado. Los magníficos resultados los conocemos todos.

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