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Fundación Heritage

Elecciones y guerras

Aunque los rituales de la democracia americana son los que son, las consecuencias para la política norteamericana en Irak y su liderazgo mundial en general podrían ser graves si la prisa por actuar conduce a una retirada precipitada y poco afortunada.

Helle Dale

Hay mucha prisa en Washington por dictar sentencia sobre lo ocurrido. Después de perder unas elecciones, siempre hay un momento para recriminaciones, dejar que corra la sangre y, finalmente, reagruparse. Tanto el presidente Bush como los congresistas republicanos se sintieron igualmente aturdidos por la pérdida del Congreso y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld fue prontamente designado como el sacrificio humano requerido bajo esas circunstancias. Todo este drama es algo esencial en Washington.

A juzgar por las encuestas, no hay duda que una gran parte del electorado estuvo motivado por la insatisfacción con los esfuerzos norteamericanos en Irak. Según un sondeo a pie de urna de ABC News, 6 de cada 10 votantes afirmaban que estaban en desacuerdo con la guerra. Un sondeo de CNN decía que el desacuerdo era del 56%. Y según un sondeo de Newsweek, el 63% de los que contestaron creían que estamos perdiendo terreno en Irak, una cifra que ha estado en alza permanente. Irak motivó a los demócratas y a los votantes jóvenes que aumentaron su participación electoral en un 28% y que aplastantemente votan por los demócratas.

Mientras tanto, la corrupción y el gasto federal descontrolado crearon desilusión entre los votantes conservadores cuya participación bajó un 2%. Probablemente muchos también tendrían sus propias dudas sobre Irak. Quizá todo esto no es extraño ya que la atención de los medios ha sido implacablemente negativa, en parte porque la violencia sectaria sigue aumentando y en parte por el sesgo de los medios de comunicación contra la administración Bush y la guerra.

Aunque los rituales de la democracia americana son los que son, las consecuencias para la política norteamericana en Irak y su liderazgo mundial en general podrían ser graves si la prisa por actuar conduce a una retirada precipitada y poco afortunada. Claro que los que deciden la política deben escuchar la voz del electorado pero tendrán que hacer un balance entre eso y los intereses globales estadounidenses así como los éxitos a largo plazo en la guerra contra el terrorismo.

Los demócratas no han perdido el tiempo y han dicho claramente lo que quieren. El senador Carl Levin, presidente entrante en el Comité de Servicios Armados del Senado, ya ha hecho un llamamiento a favor de una retirada escalonada de las tropas americanas empezando bien pronto, dentro de cuatro meses. Y mientras tanto, el senador Joseph Biden, presidente entrante del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, ha estado buscando apoyos para su idea de la partición de Irak.

Ambos partidos están poniendo grandes esperanzas en el trabajo del Grupo de Estudios de Irak, también conocida como la Comisión Baker-Hamilton, que se espera produzca una serie de recomendaciones políticas a principios de diciembre. Sería una sorpresa si la comisión pudiese proponer soluciones que no hayan sido consideradas anteriormente, pero el deseo de salir de Irak podría llevar a un apoyo, se quiera o no, de esas recomendaciones.

Hace falta recordar 2 factores. Uno es que las elecciones de mitad de período legislativo a los 6 años tienden a ser un golpe en la boca del estómago para el partido que ostente la Casa Blanca. Presidentes desde Franklin Roosevelt (perdió 72 escaños), pasando por Harry Truman (perdió 28 escaños) hasta Dwight Eisenhower (perdió 48 escaños) han sufrido la furia del electorado en ese tipo de elecciones. Claramente debe contarse con el factor fatiga que suele adueñarse del ambiente. Bill Clinton fue una excepción (ganó 5 escaños). Sin embargo, a Clinton, el electorado le administró rudamente la corrección del rumbo mucho antes, en 1994, en el segundo año de su primer mandato (cuando los demócratas perdieron el control de ambas Cámaras después de 40 años en el poder).

Segundo, es importante recordar lo que pasó durante y después de la guerra de Vietnam. Al New York Times le llevó cinco años dar por perdida la guerra y volverse contra el presidente Johnson. Estados Unidos jamás perdió militarmente en Vietnam pero perdió la guerra en casa cuando el Congreso en manos de los demócratas cortó su financiación después del tratado de paz de 1973 y al ordenar un alto a los bombardeos en 1974.

No solamente se perdió el sur de Vietnam sino que lo que vino a continuación fue una década de repliegue norteamericano y de avances comunistas, llegando a su punto más bajo con la administración Carter, sus huecas fuerzas armadas y la toma de rehenes en Irán. Un escenario similar en la guerra contra el terrorismo y el islam militante sería un desastre similar y se envalentonaría enormemente a los enemigos de Estados Unidos. No debería sorprender que los resultados de las elecciones hayan sido vistos como una señal de victoria entre los líderes de la insurgencia en Irak.

La preocupación por la retirada norteamericana ha estado en la mente de los observadores extranjeros de la política exterior de la Administración Bush por un tiempo, especialmente en la de sus críticos. Según su escenario, después de extralimitarse en Irak, lo que vendrá será una precipitada retirada estadounidense y un período de aislamiento que dejará un vacío de poder en el mundo. Ya que el Congreso y la Administración Bush intentan resolver la forma de completar la misión en Irak, ambos deberían ser sumamente conscientes de las lecciones del pasado.

©2006 The Heritage Foundation

* Traducido por Miryam Lindberg

Helle Dale es directora del Centro Douglas y Sarah Allison para Estudios de Asuntos Exteriores y de Defensa de la Fundación Heritage. Sus artículos se pueden leer en el Wall Street Journal, Washington Times, Policy Review y The Weekly Standard. Además, es comentarista de política nacional e internacional en CNN, MSNBC, Fox News y la BBC.

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