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La crisis de los cincuenta

Pero como Irak vino a poner de relieve, de nada sirve un ministro de Exteriores si no hay una política exterior común. Y ésta no depende de tener o no tener instituciones, sino de la orientación estratégica de cada estado miembro.

Europa, o más bien la Unión Europea, vive obsesionada con sus instituciones. No en balde el proyecto de la llamada construcción europea, tal y como lo concibieron sus padres fundadores, no era sino alimentar la cooperación a través de las instituciones multinacionales con una pizca de supranacionalidad. Cincuenta años más tarde, la UE, ya no más la CEE, es fiel a su primigenia inspiración.

La declaración emanada en Berlín de sus miembros no deja de ser sintomática de los males que aquejan a la Unión. En tan sólo 680 palabras se recoge el regocijo de lo logrado en todos estos años y se apuntan los retos para llegar a cumplir otros tantos. La clave, en cualquier caso, reside en la extendida creencia de que sin reformar otra vez las instituciones la UE no puede avanzar.

El rechazo francés y holandés de la mal llamada constitución europea no ha sido suficiente para calmar las ansias de los eurócratas. Ahora, para salvar ese "pequeño" escollo democrático que suponen ambos rechazos, los dirigentes europeos quieren ponerse de acuerdo en revisar aquel texto seudo-constitucional y aceptar sus consideraciones institucionales. Es decir, recoger del tratado lo referido al reparto de poder en el seno de la UE y los mecanismos de toma de decisiones, más la representación exterior y la presidencia de la Unión.

Los europeos no quieren darse cuenta de que las instituciones no pueden suplantar a las políticas, que son lo que de verdad puede traer soluciones a tantos problemas a los que se enfrenta Europa, desde la energía al terrorismo, pasando por la falta de innovación. Y esa ignorancia es más clamorosa si se mira el pasado reciente de la propia Unión. Así, allá por 1998 se consideró que la UE nunca tendría una política exterior, de seguridad y de defensa común si no se dotaba de los mecanismos institucionales necesarios para poder decidir colegiadamente y actuar conjuntamente.

La PESD dio a luz a todo un conjunto de comités y estados mayores y a una figura emblemática, Mister PESC, en la forma de Javier Solana, llamado a ser el teórico ministro de Exteriores de Europa. Pero como Irak vino a poner de relieve, de nada sirve un ministro de Exteriores si no hay una política exterior común. Y ésta no depende de tener o no tener instituciones, sino de la orientación estratégica de cada estado miembro. En cada crisis importante, Solana desaparecía y sólo reaparecía cuando todo estaba en vías de solución.

En las celebraciones de Berlín, los dirigentes de la UE vuelven a caer en el mismo error de siempre: ya que no saben o pueden tener políticas comunes, confían en que unas instituciones nuevas o reformadas lleguen a suplantarlas. Pero se equivocan. Ninguna constitución europea traerá las soluciones.

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