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Fundación Heritage

Pakistan podría ser estable gracias a la democracia

El presidente Musharraf tiene las mayores posibilidades de mantener la estabilidad si hace partícipes a los elementos pacíficos y democráticos de la sociedad civil mientras que se dedica a aplicar enérgicamente el Estado de Derecho contra los violentos.

Lisa Curtis

Las señales de progresiva "talibanización" en el noroeste de Pakistán y los llamamientos para implementar la sharia en el corazón de la capital del país han intensificado la urgencia de la celebración de unas elecciones libres, justas y transparentes este año. La mejor oportunidad del presidente Pervez Musharraf para enfrentarse con éxito a las amenazas de los islamistas radicales reside en hacer respetar el Estado de Derecho contra las fuerzas antidemocráticas que se toman la ley por su propia mano en Islamabad y contra los militantes de las áreas tribales fronterizas, así como también en asumir un tono conciliador con los líderes civiles pakistaníes que apoyan una visión democrática y de progreso para Pakistán. Si se celebraran unas elecciones libres y justas con la completa participación de los principales partidos laicos es muy probable que ganasen, y de esta forma asestarían un golpe a los extremistas religiosos.

Medidas drásticas contra los radicales islámicos

El fracaso del gobierno de Musharraf a la hora de enfrentarse a los talibanes y a otros extremistas que usan la violencia para alcanzar sus objetivos no es sólo un problema para las fuerzas de coalición que intentan estabilizar Afganistán; es también una amenaza para la estabilidad del propio Pakistán. El presidente Musharraf tendrá que afirmar la autoridad de su Gobierno enfrentándose al reto de los escuadrones de la muerte islámicos en la capital y de los elementos extremistas en las áreas que limitan con Afganistán.

El Gobierno ha descrito la reciente lucha entre los militantes tribales paquistaníes y los combatientes uzbekos en Waziristan del Sur como una reivindicación de su estrategia de buscar acuerdos de paz con los líderes tribales. Es un grato acontecimiento que la gente del lugar esté echando a algunos de los militantes extranjeros a los que han protegido a lo largo de la frontera durante tantos años. Pero Islamabad tendrá que aplicar una política integral que expulse de la zona a las fuerzas centroasiáticas y de la Al Qaeda árabe antes de que pregone que su política tiene éxito contra el reto terrorista en la región. Washington también medirá el éxito de la política de Pakistán en dominar sus áreas tribales según sea el impacto de la misma en los niveles de infiltración de los combatientes talibanes entrando desde Pakistán a Afganistán.

No obstante, según se informa, los "acuerdos de paz" del Gobierno paquistaní han envalentonado a los extremistas en las áreas tribales. Al Gobierno le hará falta reafirmar su autoridad para detener la "talibanización", que se ha empezado a extender a las áreas pobladas de la provincia fronteriza del nororeste. Por ejemplo, en Dara Adamkhel, a unos 65 kilómetros de Peshawar, los militantes talibanes amenazaron con bombardear las escuelas privadas para niñas a menos que las cerraran. Los militantes lanzaron amenazas similares contra los peluqueros a los que se les ocurriera seguir afeitando barbas.

Al Gobierno de Musharraf le podría salir el tiro por la culata con tanta cautela en el enfrentamiento con los islamistas radicales congregados en Lal Masjid (la mezquita roja) en el corazón de Islamabad. Miembros de Lal Masjid y Jamia Hafsa (una institución islámica para mujeres también con sede en Islamabad) han quemado vídeos y CDs en mercadillos locales, han constituido tribunales paralelos dentro de la mezquita y han exhortado la imposición de la sharia (islámica) como ley en Pakistán, usando atentados suicidas si es necesario. El Gobierno de Musharraf está negociando con los líderes de Lal Masjid en lugar de denunciar su violento programa y arrestar a los islamistas que hayan destruido propiedades de forma ilegal.

Como quedó demostrado en Bangladesh en agosto de 2005, cuando explotaron simultáneamente cientos de bombas sólo para aterrorizar a los bangladeshis y hacerles así aceptar la ley de la sharia, no es rentable tratar con guante de seda a los elementos radicales que actúan contra el Estado. Hay que reconocer que Dacca entendió la gravedad de la situación y tomó las medidas necesarias para enfrentarse enérgicamente a los violentos radicales, por ejemplo, con el arresto de líderes clave y dejando muy claro que las amenazas violentas no serían aceptadas por la sociedad civil. La gente de Bangladesh también rechazó los mensajes llenos de violencia de los extremistas, algo que ayudó a contener el radicalismo progresivo.

Cooperar con los laicistas moderados

Trabajar en cooperación con líderes civiles y políticos que compartan su visión de un Pakistán ilustrado y moderado apuntalará las iniciativas del presidente Musharraf para afirmar su autoridad sobre los radicales islámicos. Los que protestaron el 9 de marzo por la destitución del presidente del Tribunal Supremo también aborrecen las actuaciones de escuadrones de la muerte extremistas en Islamabad y apoyan que el Gobierno tome medidas firmes contra ellos. El tratamiento que el presidente Musharraf le dé al enfrentamiento judicial tendrá impacto en su capacidad para granjearse el apoyo de la parte moderada y laica de la sociedad contra los elementos radicales. A pesar de que las protestas judiciales no son aún una amenaza para que Musharraf se mantenga en el poder, sí que han deteriorado su credibilidad tanto en el país como internacionalmente. La forma en la que Musharraf aborde futuras protestas callejeras y a la prensa –que había sido vista en gran medida como libre y abierta hasta que a mediados de marzo la policía allanó las oficinas de un importante canal de televisión por satélite– determinará el grado en que la crisis judicial ha dañado su imagen.

Las protestas judiciales demuestran la creciente frustración de los partidos laicos con el Gobierno militar y su deseo de enfrentarse a Musharraf en manifestaciones pacíficas. En los meses venideros antes de las elecciones parlamentarias y presidenciales ya programadas, las protestas deberían animar a Musharraf a buscar un acomodo político más grande entre líderes militares y civiles. A finales de 2004, Musharraf dio marcha atrás en su promesa de deshacerse de su uniforme militar en 2005. Su presidencia acaba el 16 de noviembre de 2007 y hasta ahora no ha mostrado inclinación alguna por abandonar el uniforme antes de buscar su reelección en el parlamento paquistaní. El decidir mantener su papel dual de presidente y jefe del ejército podría ser visto como una provocación para los principales partidos políticos, deterioraría su credibilidad y haría más difícil el enfrentamiento con los extremistas.

Conclusiones

Se está haciendo cada vez más importante que Pakistán celebre unas elecciones libres, justas y transparentes que logren implantar un gobierno democrático y laico. Cuanto más busque Musharraf aplacar a los radicales islámicos y marginar a los partidos laicos, más influencia conseguirán los radicales religiosos. No obstante, en unas elecciones libres, es casi seguro que los principales partidos laicos saldrían mejor parados que los partidos religiosos y por esa razón lograrían un mandato contra el extremismo religioso y ayudarían a garantizar que Pakistán mantenga un rumbo de estabilidad y moderación.

A menos que los elementos moderados y de progreso en Pakistán hallen una forma de trabajar juntos, podrían encontrarse cada vez más prisioneros de la agenda de los radicales que usan el miedo para ganarse la aquiescencia de las masas. El presidente Musharraf tiene las mayores posibilidades de mantener la estabilidad si hace partícipes a los elementos pacíficos y democráticos de la sociedad civil mientras que se dedica a aplicar enérgicamente el estado de derecho contra los elementos antidemocráticos y violentos.

©2007 The Heritage Foundation
* Traducido por Miryam Lindberg

Lisa Curtis es miembro del equipo de investigación de la Fundación Heritage.

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