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Gallardón inaugura en falso la plaza de Callao

Inaugurada hace una semana por Gallardón, las obras en la Plaza de Callao han vuelto con su cortejo de taladradoras, volquetes y vallas. El aspecto de la plaza, inmaculado el pasado lunes para la prensa, ha cambiado radicalmente.  

En la plaza de Callao los únicos que han cumplido la palabra y los plazos han sido los de El Corte Inglés. En el centro de la plaza se yergue un abeto, una casita de madera donde se venden adornos navideños y una pequeña pista de patinaje para niños de 4 a 12 años. Todo a tiempo y pagado, hasta el último céntimo, por los grandes almacenes que cuentan con un centro frente a la plaza.

Al ayuntamiento, que hace apenas una semana vendía la obra de Callao como una conquista para los madrileños, se le olvidó recordar que las obras no habían terminado. Para la visita del alcalde se limpió la plaza de contenedores, sacos de cemento y bloques de baldosas apiladas en las esquinas, se retiraron las vallas y desaparecieron los cascos amarillos de los albañiles.

Pero no, la obra vuelve. La parte “Corte Inglés” sigue, cinco días después, donde estaba. La que ha cambiado, y mucho, es la parte “Gallardón”. La esquina del edificio Allianz está de nuevo vallada, llena de albañiles taladradora en mano, contenedor de escombros, planchas de acero sobre el suelo y  el inevitable caminillo de obra para acceder a la cafetería Starbucks que hay en la plaza. 

Este paisaje, que se ha convertido en el genuinamente madrileño por obra y gracia de su alcalde, era ya –o eso decía Gallardón– cosa del pasado. Sin embargo algo se quedó sin terminar, o algo se hizo tan mal que, como a los enfermos mal operados, hay que volver a abrir. Marian, que trabaja en la Gran Vía y desayuna aquí todos los días muestra su sorpresa, "el otro día estaba estupendamente, pero han debido hacer algo mal porque está esto otra vez lleno de obreros". Los albañiles no quieren hablar ni que les hagan fotos, pero si Mari Carmen, que trabaja en El Corte Inglés y le quita hierro al asunto, "bueno, esto va a quedar mejor así que algo hay que sacrificarse... pero sí, lo de empezar de nuevo es un poco un timo."

La gente atraviesa la plaza a la velocidad del rayo, unos se quedan mirando la obra y otros, los menos habituales del lugar, piensan que siempre estuvo así. Pedro cede el paso a la carretilla de un albañil cargada de cemento y me asegura que no sabe que ya lo habían inaugurado, "¡Ah!, ya ha venido el alcalde a inaugurar esto, pues la madre que le parió; lo tiene lleno de obreros, con vallas y todo". A otros, como Ángela, que, según dice, ha votado siempre a Gallardón, va a dejar de hacerlo, "¡es una golfada, hombre, este hombre se ríe de nosotros, mira que venir a hacerse la foto aquí y luego meter a los obreros otra vez en la plaza. Este tío nos arruina, te lo digo yo."

Quizá lo que la calle piensa no está tan lejos de la realidad. Mi compañera Nuria Richart es de la opinión que se el retén de albañiles esperó en la plaza de Santo Domingo a que Gallardón terminase con la sesión fotográfica para, terminada esta, volver con sus máquinas al mismo lugar donde han pasado los últimos meses y donde, de seguro, pasarán los próximos días.

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