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Ignacio Moncada

El ataque de los mercados

No existen motivos políticos, ni conspiraciones orquestadas por personas que jamás se han conocido. Es preocupante que el presidente del Gobierno de España lo ignore. O que, sabiéndolo, opte por hacerse el loco.

A menudo dice Carlos Rodríguez Braun que el mejor amigo del hombre no es el perro, sino el chivo expiatorio. Los políticos son profesionales en buscar culpables, en esquivar la responsabilidad de sus propios destrozos. Zapatero lleva seis años viviendo de eso. Es un gobernante torpe en lo ejecutivo, pero muy hábil a la hora de despejar los balones envenenados. Logra, por ejemplo, que cada vez que se debate sobre la gestión de la crisis económica se termine hablando del Partido Popular, en lugar de sobre lo que hace el Gobierno. Como si fuera Rajoy quien se alojase en La Moncloa.

Ahora Zapatero ha encontrado una nueva consigna para lavarse las manos ante la crisis: estamos sufriendo un ataque de los mercados. Lo expresó recientemente en Londres, en una reunión de políticos calcinados. "Es una paradoja que los mercados a los que salvamos ahora nos examinen y nos pongan dificultades", argumentó. El problema es que los mercados no son cuatro peces gordos que conspiran en un sótano entre nubes de humo de puro. Eso sólo sucede en las caricaturas de El Jueves o las viñetas de El Roto. El mercado es un proceso de toma de decisiones deslocalizado, en el que millones de personas de todo el mundo con intereses muy diferentes expresan sus preferencias. No existen motivos políticos, ni conspiraciones orquestadas por personas que jamás se han conocido. Es preocupante que el presidente del Gobierno de España lo ignore. O que, sabiéndolo, opte por hacerse el loco.

Zapatero se ha puesto a buscar chivos expiatorios cuando el repunte del coste de la deuda pública española ha traído una oleada de críticas de la prensa internacional. La diferencia entre el interés del bono español y el alemán es una medida del riesgo que sufre el inversor cuando opta por uno y no por el otro. Lo que el Gobierno no quiere aceptar es que si los mercados han subido los intereses de la deuda española, no es porque hayan decidido conspirar, sino porque conlleva más riesgo que otras. Es cierto que, como decía el domingo El País, la deuda pública española es menor que la de otros países, incluidos Estados Unidos o el Reino Unido. Pero el riesgo no sólo depende del nivel de deuda, sino también de la capacidad que tiene un país para pagarla. Y visto que en España hay un Gobierno que no está dispuesto a tomar medidas impopulares, que el déficit y el paro están disparados, y que el modelo de Estado dificulta un recorte coordinado del gasto público, los inversores prefieren los bonos de otros países. Eso no significa que la deuda que sale a subasta se queda sin demanda, como nos ha intentado vender el Gobierno, sino que nos sale cada vez más cara.

Es comprensible que los gobernantes se pongan nerviosos cuando los ciudadanos descubren que una mala gestión política tiene sus consecuencias. Que elevar el gasto público o tomar medidas equivocadas por convicciones ideológicas no es algo gratuito, sino muy caro. Por eso, cuando Zapatero se enfrenta al hecho de que sus actos han aumentado la pobreza en España, prefiere achacarlo a una conspiración internacional. A un ataque de los perversos mercados. Y es que a veces la realidad es demasiado dura para afrontarla sin un buen chivo expiatorio a quien descargar todas las culpas.

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