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Modo retirada

Que la declinante potencia americana, cuya deuda y limitaciones económicas explican más de una renuncia en materia de defensa, deje el mundo a su suerte no es un avance sino un seguro de violencia y caos.

Obama, en plena posesión de sus inigualables poderes retóricos, ha declarado que los USA no responderán con armas nucleares a un ataque bioquímico o convencional, salvo que proceda de un país que, teniendo potencia nuclear, no cumpla con sus obligaciones de no proliferación.
  
Imagínese Washington una fría mañana de enero de 2013 y a Sarah Palin tomando posesión como presidente. Tras el discurso inaugural, Cheney, que volverá a ser vicepresidente para disgustar a la progresía, le avisa de un ataque biológico de miembros de Al Qaeda: miles de víctimas. "Rápido, Rove (que andará también por ahí para sacar de quicio a los editorialistas españoles), comprueba si Yemen está al corriente del pago de sus cuotas a la ONU". Como ha dicho Krauthammer, la Revisión de la Política Nuclear no se sabe muy bien si es una ridiculez o una locura.

Comprobémoslo. Cualquiera diría que el frente de las operaciones contingentes en el exterior, antes guerra global contra el terrorismo, se ha extendido. La semana pasada cuarenta personas eran asesinadas por terroristas islámicos en Moscú; el lunes, el consulado americano en Peshawar, Pakistán, era atacado por los talibán, una decena de muertos; y el martes varios bombazos de Al Qaeda en Bagdad mataban a medio centenar de iraquíes. El objetivo, dispuesto por Obama en marzo del año pasado, era "desmantelar, desorganizar y derrotar" a Al Qaeda. ¿Un éxito, Barry? 

Lejos de nosotros apreciaciones demagógicas contra Obama como antaño contra Bush. No es fácil desmantelar, desorganizar, derrotar –o como se le quiera llamar– al terrorismo yihadista. Pero Obama ha querido hacerlo uniendo palabras suaves y mentirosas a acciones decisivas. Así, Guantánamo iba a estar cerrado para el mes de enero de 2010, pero sigue abierto igual que la cárcel de Bagram. Se han multiplicado por tres los asesinatos selectivos con aviones no tripulados en Pakistán y Yemen. Según la Brookings, una institución cercana al Partido Demócrata, por cada objetivo alcanzado mueren otras diez personas. Se han puesto límites a la presencia de soldados americanos en Irak –hasta este mes de agosto– y Afganistán –julio de 2011–, pero entretanto se ha incrementado en 30.000 el contingente. McChrystal aplica la estrategia contrainsurgente ganadora de Petraeus en Irak, a la que tan vehementemente se opusieron tanto Biden como Obama.
   
Ha intentado dar una cal y otra de arena, como le gusta. En una entrevista en Vanity Fair dice Petraeus, sólo aparentemente para ensalzarle, que Obama es: "todo aquello que todo el mundo dice de él". Es bueno, es malo, es alto, es bajo, es de centro, es de izquierda, etc. Como Walt Whitman: ¿Me contradigo? Muy bien, pues me contradigo. Contengo multitudes. 
 
A pesar de tanta multitud de contradicciones, las palabras importan, y Obama está empezando a ser calado por los enemigos estatales en esta guerra antiterrorista. El primero de ellos, Irán, ante la escenificación del abandono a Israel y ahora el show nuclear, entiende las señales como un cheque en blanco para los proyectos criminales del régimen.
 
Si los yihadistas del mundo advierten la retirada del poder americano, intentarán ocupar el espacio rendido. Que la declinante potencia americana, cuya deuda y limitaciones económicas explican más de una renuncia en materia de defensa, deje el mundo a su suerte no es un avance sino un seguro de violencia y caos. Decía Ortega que las legiones romanas evitaron más guerras de las que causaron. Lo mismo es cierto para los marines y las armas nucleares americanos. Son, gracias a su poder disuasorio, la garantía de la paz. Ahora bien, cada vez que Obama hace una de estas se acerca más el 2013... y el discurso inaugural de Sarah Palin.

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