Una personalidad artística notable y poco común es la que encarna Arturo Fernández, quien cumple ochenta y cinco años este viernes, 21 de febrero, sin plantearse por ahora su jubilación. Afortunadamente para quienes lo admiramos continúa en activo, representando durante un mes en los Teatros del Canal, en Madrid, la comedia del responsable de los mismos, Albert Boadella, Ensayando Don Juan. El comediógrafo y director catalán escribió la obra pensando siempre que su protagonista iba a ser representado por el actor asturiano, quien rompe así la línea escénica que venía manteniendo desde hace cuatro décadas. Esto es: interpretar como primer galán a personajes vodevilescos muy parecidos siempre entre sí. Ensayando Don Juan es la historia de una directora de teatro que pretende mostrar a un Tenorio muy diferente al de Zorrilla, en época actual, desmontando el mito del conquistador de mujeres, quien aparece absolutamente desacreditado, fuera de tiempo.
En su vida real, Arturo Fernández ha llevado siempre con discreción su biografía amorosa. Recordemos que nació en Gijón el 21 de febrero de 1929. En algunas biografías consta que en 1930 equivocadamente. Todo ello por un error familiar. Su padre era mecánico ferroviario y tuvo que exiliarse por haber desempeñado un cargo sindicalista en el bando republicano. No volvió hasta 1957, tras dieciocho años ausente. Entre tanto su madre hubo de trabajar duramente en un almacén, fregando botellas. Así es que Arturín hubo de ayudar a la humilde economía familiar en muy diferentes ocupaciones: fue electricista, marinero, vendedor de corbatas, también de crecepelos… Alternó dos actividades deportivas: el fútbol y el boxeo. Permaneció dos años en los cuadriláteros, anunciado como El Tigre del Piles. Por lo contado, su vida podría muy bien ser el argumento de una novela, a la que habría que agregar un apunte amoroso, pues nuestro protagonista, cumplidos los veinte años, hizo las maletas y se presentó en los Madriles tras las faldas de una mujer.
No albergaba por entonces ni el más mínimo sueño de ser actor. Pero las circunstancias lo llevaron a ganarse unas pesetas como figurante en una película. Ha llegado a tomar parte en ochenta. Se inició con destacados papeles en una serie de títulos de cine negro que filmó en estudios barceloneses allá a finales de los 50 y comienzos de los 60, a saber: Distrito quinto, Un vaso de whisky, A sangre fría, Regresa un desconocido, El salario del crimen… Sin formación como actor, puro autodidacta, fue abriéndose también paso en los escenarios como galán joven en las compañías de Rafael Rivelles y Conchita Montes. Hasta que se independizó, convirtiéndose en empresario, director y primer actor de su propio elenco. Con una brillante carrera. Uno de los grandes.
Conquistador impenitente ha guardado para sí sus aventuras. Sólo he encontrado un par de confesiones al respecto. Una de Carmen Sevilla: "Con Arturo Fernández, que me gustaba mucho, tuve un roneillo cuando rodábamos la película Camino del Rocío. Una cosa muy dulce lo nuestro. En la época en la que ya estaba malamente mi matrimonio con Augusto Algueró. Una especie de amor platónico muy bonito. Yo lo esperaba en su casa muchas veces con su madre, que me quería con locura. Fue todo un caballero conmigo". La otra mujer que se atrevió a contar su idilio con el gijonés fue la desaparecida gran actriz María Asquerino, a quien Arturo enviaba ramos de flores, a veces dos en un mismo día: "Tuvimos un pequeño amor…, pequeño porque siempre estaba con doscientas señoras alrededor, al mismo tiempo que mantenía amores con otras, como la actriz italiana Lea Massari".
De un modo fortuito, descubrí que el galán frecuentaba el trato con una mujer de leyenda llamada Antonia Bronchalo y conocida en el cine como Lupe Sino, que fue la gran pasión del torero Manuel Rodríguez "Manolete", con el que muy probablemente hubiera contraído matrimonio de no ser por la trágica muerte de éste en el ruedo de Linares en 1947. Un periodista cordobés, Rafael González Zubieta, riguroso investigador, aseguraba hace un par de años que Lupe Sino falleció el 13 de septiembre de 1959 a causa de un derrame cerebral, seis días después de sufrir un accidente de circulación a bordo de su automóvil deportivo en las inmediaciones de Puerta de Hierro, a las afueras de Madrid. Siempre según ese testimonio, Lupe Sino iba acompañada por el actor Arturo Fernández, con quien por entonces mantenía relaciones. He querido contrastar esa historia, pero lamentablemente mi colega, que fue director de los servicios informativos de Canal Sur TV, falleció en noviembre último. Ya dije que nuestro galán siempre silenció aquél y muchos más episodios sentimentales.
Arturo Fernández contrajo matrimonio en 1967 con María Isabel Sensat, con quien tuvo tres hijos. La unión se deshizo a los once años. El actor se ocupó siempre de la educación y manutención de su prole. Y jamás comentó las razones de su fracaso matrimonial. "Nunca fui hombre de escándalos", me confesaría. Pasados unos años rehízo su vida sentimental con una guapa abogada, de nombre Carmen Quesada, con la que lleva más de tres décadas de feliz convivencia.
Hombre elegante, que siempre se caracterizó por vestir a la moda preferentemente clásica, (incluso en tiempos en los que prefería encargarse un traje a plazos y reducir sus gastos alimenticios), me decía: "Se nace o no se nace galán. Importan poco los años que tenga uno para serlo". Gérard Philippe y Marcello Mastroianni, sobre todo, fueron el espejo en el que se miró mucho tiempo. Seductor otoñal lleno de encanto, un punto cínico, cuando le pregunté por qué venía repitiendo tanto últimamente un similar personaje, lo aceptó así: "Hago de mí mismo porque no resultaría creíble que yo representara en una función a Quasimodo". No obstante, según fidedignos comentarios, se sometió a un "lifting", a un estiramiento de piel. Y es que Arturo piensa igual que mi recordado amigo Joaquín Prat (senior) sobre su físico: "Mi cara… es mi oficina".
En la retirada, no piensa: "Me moriría de pena. Es el público quien te retira".