Cumple tres cuartos de siglo uno de los más eminentes tenores españoles: Plácido Domingo. Una placa situada en la fachada del edificio de la madrileña calle de Ibiza, número 34, nos recuerda que allí vino al mundo. Exactamente el 21 de enero de 1941. Hijo del barítono de zarzuela de igual nombre y de la soprano Pepita Embil. Familia que en 1949 se instaló en México, país por el que nuestro personaje siente un amor especial… sin renunciar a sus castizos orígenes. "Hincha" del Real Madrid, ya ha acordado con el Presidente del club blanco el homenaje del que será objeto el 29 de junio del presente año: "Plácido en el alma", donde ofrecerá un recital, compartido con artistas de muy diversos géneros, como la bailaora flamenca Sara Baras, el trío operístico Il Divo, el violinista Ara Malikian y el baladista almeriense David Bisbal, entre otros, aunque no está completada la lista.
Plácido Domingo se merece ese reconocimiento: por sus éxitos desde hace más de cincuenta años, por su ferviente madridismo, no en vano hace pocos años grabó un nuevo himno merengue (cuya letra dudamos se la hayan aprendido la mayoría de los socios del club), cuando aún no se ha olvidado el antiguo, un poco cursi, sí, que cantaba el manchego José de Aguilar, "¡Hala, Madrid!".
Pero, vayamos a la figura del incansable gran tenor, que este mes de enero actuó en Moscú, luego en Dublín y le espera otra cita en Miami. Con setenta y cinco años ya es digno de encomio ese afán profesional de seguir cantando, toda vez que no hace mucho hizo frente a algunos alifafes en su algo delicada salud. "Si descanso, me oxido", sentencia. A esos compromisos como cantante hay que sumar los que tiene con la Ópera Nacional de Washington y con la de Los Ángeles. Tareas a las que hay que agregar la de director de orquesta, faceta que inauguró en 1973, batuta en mano en la representación de La Traviata en Nueva York.
De voz versátil, la mayoría de las veces como tenor y otras en sus papeles de barítono, Plácido Domingo debutó en esta última especialidad el 12 de mayo de 1959 en Guadalajara, México, con Marina. Dos años y medio permaneció en la Ópera de Tel Aviv, a partir de 1962. Y desde entonces digamos que no ha parado de actuar en medio mundo, dirigido por los más grandes: Herbert von Karajan, Zubin Mehta, Carlos Kleiber… Ha representado a cien personajes diferentes en otras tantas óperas, con un repertorio preferentemente en italiano, francés y alemán. Y son más de ciento veinte las grabaciones discográficas que tiene registradas. Algunas de carácter popular, con ídolos del pop como John Denver, Carlos Santana, aunque muchos lo recordarán siempre como integrante de "los tres tenores", junto a Pavarotti y Carreras.
Un récord mundial se le atribuye, recogido en el libro de los Guinness: haber recibido insistentes ovaciones durante una hora en la Ópera de Viena tras entusiasmar con su actuación en La bohéme. Recuerdo varias entrevistas que hice a Plácido Domingo en el transcurso de los años. De las que extracto estos recuerdos y declaraciones: "Cuando empecé muy joven a cantar en México querían que yo hiciera películas al estilo de las que rodaban Jorge Negrete y Pedro Infante, lo que no acepté, aunque sí canté rancheras, amén de zarzuelas y comedias musicales". Me confió asimismo esto: "A mis conciertos, cuando le era posible, acudía mi madre, que no sabía contenerse y le decía a su vecino de localidad, repetidas veces, que yo era su hijo, el que estaba en el escenario… No cabe duda de que ha sido mi mayor admiradora".
Escuchamos un día a Montserrat Caballé en una entrevista televisiva, acusar a Plácido Domingo de que no quería cantar con ella porque la consideraba gorda. Trasladé al tenor ese comentario, a lo que me respondió: "Es absolutamente falso que yo no quiera compartir una ópera con Montserrat, como lo es que yo me refiriera a su físico". Hicieron las paces después. También con Luciano Pavarotti. Se atribuían al tenor italiano unas frases ofensivas sobre nuestro compatriota, quien diplomáticamente me dijo: "Yo no contesto nunca a esos ataques. Pero con ello se echa a perder el compañerismo que debiera reinar entre nosotros".
Un tenor galán como Plácido Domingo pensamos podía ser protagonista de amores. Y corrió la especie, por ejemplo, de haberse encamado con Gina Lollobrígida. "Fue todo un atraco periodístico –se defendió- porque lo que ocurrió realmente fue que, estando yo rodando en los estudios Cineccitá, de Roma, vino a hacerme unas fotografías, no se lo permitieron, y la prensa italiana se inventó ese falso idilio". Me referí en otro encuentro con Plácido a la figura de la princesa Grace de Mónaco: "Bailé con ella en la Fiesta de la Cruz Roja del año en que perdió la vida. Fue unas semanas antes de esa tragedia. Hablamos de crear una Escuela-Teatro de Ópera en Montecarlo. Con su muerte, aquel proyecto nunca pudimos llevarlo a cabo".
Siempre cordial, exquisito en el trato, Plácido Domingo me demostró en las ocasiones que pude estar con él su ausencia total de divismo. Recuerdo que cuando me presenté en el rodaje de la película Carmen, en Ronda, me prohibieron acercarme al tenor y realizar un reportaje. Conseguí sortear aquellas dificultades y acordamos una entrevista cuando finalizara unas secuencias. Ciertamente sólo durante quince minutos, mientras se cambiaba de ropa para regresar a Madrid. De haber sido un paparazzi podría haberlo captado fotográficamente totalmente desnudo. No era el caso, por supuesto. Comprendió mi queja: la productora de aquel filme había dado la exclusiva periodística del rodaje a una agencia francesa, Gamma, y mi presencia allí les era un estorbo. Pero el tenor supo ser cortés conmigo. Al que durante una cena, teniéndolo en frente, le pregunté sonriente si solía cantar mientras se duchaba: "¡Ah, no, ahí no, pero es donde más pienso!".
Un personaje adorable, excepcional, el muy admirado Plácido Domingo.