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A Raphael lo llamaban "Robabombillas" y a Julio Iglesias "El Termo"

Les presentamos un anecdotario de motes de personajes populares. Seguro que muchos de ellos ni los conocían. 

Les presentamos un anecdotario de motes de personajes populares. Seguro que muchos de ellos ni los conocían. 
Julio Iglesias | Cordon Press

En España, sobre todo en los pueblos, abundan los motes, que no siempre fueron adjudicados intencionadamente. No podía librarse el mundo del espectáculo de esa costumbre que conlleva la ironía, la guasa, la divulgación de una desgracia, aunque a veces sirva de sobrenombre para ensalzar a una figura. En el terreno de las bromas a Raphael le endosaron un apodo, “El robabombillas”, que se explicaba porque a mediados de los años 60, cuando comenzaba su ascensión en el mundo musical, dentro de su amplio repertorio de gestos, repetía a menudo éste: elevaba su mano derecha, la que hacía girar durante unos segundos. Lo que podía aparentar que estuviera quitando una bombilla. Nunca se supo quién fue el autor del mote, como suele suceder en esos casos, pero se repitió mucho en letra impresa durante aquella etapa del cantante. Su colega Julio Iglesias no se libró tampoco de un alias: “El termo”. Y todo ello a colación de una de sus primeras canciones de éxito, “Gwendolyne”, que en una de sus estrofas, rezaba: “Tan dentro de mí, conservo el calor, que me hace sentir…”. Los termos (que no sé si se siguen ahora utilizando en la medida de antes) servían efectivamente para conservar durante un tiempo bebidas como el café y con aquella letra se quiso encontrar similitud con la personalidad del cantante quien, como contraste, en su primera época, actuaba con frialdad y sobre todo sosería. Joan Manuel Serrat fue y sigue siendo para sus íntimos “El Nano”, apelativo cariñoso que es frecuente en el ámbito familiar catalán, equivalente a cuando en castellano llamamos nene a alguien, sea o no de edad infantil.

La utilización de esos apodos viene de antiguo, porque ya a la que se considera la más grande cantaora de todos los tiempos se la conoció siempre como La Niña de los Peines, siendo su nombre el de Pastora Pavón, pero le endilgaron aquel alias nada más presentarse en un café madrileño, “El Brillante”, contando sólo once años, porque interpretaba diariamente unos tangos aludiendo a ese utensilio capilar. Su marido, el asimismo gran cantaor Pepe Pinto, llevaba en su carné de identidad el nombre de José Torres Garzón y el sobrenombre de “El Pinto” le venía de su padre, que era muy pinturero, o sea que lucía un buen tipo. Estrellita Castro, una de las grandes de la copla, me refirió que la conocían como “La menúa”, dada su breve estatura. En el mundillo flamenco son muchos los sosias, los motes. La lista sería larga de recordar, pero la reduciremos así: Manolo Caracol, Manuel Ortega Juárez, heredó de su progenitor (al que llamaban Caracol “el del bulto”, por su algo deformado cuello) aquel apodo. Estaba su padre, siendo niño, incordiando en la cocina familiar cuando Gabriela Ortega, madre de Joselito y Rafael el Gallo, preparaba una olla de caracoles y en un momento dado el chiquillo tiró aquel recipiente al suelo, lo que motivó que su tía, exclamara: “¡Estate quieto, caracol!”. Y con Caracol se quedó el padre y luego el hijo. Y sepan que el gran guitarrista flamenco “Sabicas”, Agustín Castellón Campos, fue conocido así dada la afición que de niño tenía por comer habas a todas horas. De habas, por deformación, “sabicas”. Y un colega de éste, el gitano catalán Antonio González, marido de Lola Flores, heredó de su padre lo de “El Pescaílla”, cuyo origen ignoramos, puede que relacionado con la delgadez de su progenitor. Citada Lola, aprovechamos para recordar que en México fue tildada como “La Faraona”, como así se tituló una de sus películas aztecas donde compartió estrellato con Agustín Lara. Ese apelativo se lo puso un empresario millonario llamado Cacho Peralta. Y así quedó para el recuerdo sobre todo de muchos mexicanos. Lo de “El Príncipe Gitano” adjudicado al cantaor y cancionero valenciano Enrique Vargas le vino como me contó el mismo de cuando siendo muy niño una señora al verlo en brazos de su madre lo piropeó: “¡Qué guapo…, si parece un príncipe!”. Y él, al iniciar su carrera, sabedor de la anécdota, tomó aquel halago como sobrenombre artístico. Lo del cancionero humorístico Emilio el Moro fue a causa de que Emilio Giménez, nacido en Melilla, se dio a conocer porque cantaba flamenco utilizando algunos giros árabes, amén de que salía al escenario del circo Price ataviado con chilaba, turbante y babuchas. Y a Miguel Vargas Jiménez le pusieron “Bambino” porque se hizo muy popular adaptando a ritmo de rumba flamenca un éxito musical del italiano Renato Carosone a principios de los años 60, con ese título, “Bambino piccolino”. Curioso asimismo el caso del malagueño afincado en Valencia Rafael Conde, más conocido como “El Titi”. Lo que le vino por cantar a menudo una canción festiva, “No me llames Titi”, de la que hizo una divertida creación. Joselito fue “El pequeño ruiseñor” en virtud de ser un niño prodigio y de haber protagonizado una película asimismo titulada. Y José Luis Cantero adoptó el sobrenombre de “El Fary”, pues así era conocido entre sus colegas, los taxistas, cuando se ganaba la vida al volante y no hacía nada más que imitar a su cantaor favorito, Rafael Farina. Por cierto: este flamenco salmantino se llamaba realmente Rafael Salazar Motos, y lo de Farina se lo puso un primo suyo, según me confió, recordando a un actor infantil. A lo mejor, le dije yo, sería porque su rostro era más bien negruzco, se lavaba poco de chaval y por contraste, lo de “farina”, harina en castellano antiguo.

Tenemos el caso de “Chiquetete”, que Antonio Cortés adoptó para anunciarse, utilizando el apodo familiar, el que también utilizó su tío Juan Pantoja, el padre de Isabel. Hubo un cantaor de categoría, José Salazar Molina, al que llamaron primero Porrinas de Badajoz y finalmente Marqués de Porrinas. Eso de Porrinas le surgió porque un aficionado, José Porras, lo ayudó cuando empezaba, mas el supuesto título aristocrático surgió de una coña del Marqués de Villaverde, quien lo nombró de tal guisa, y el embromado bien parece que se lo tomó en serio o al menos se

aprovechó para anunciarse así. Los Chunguitos, Los Chichos, Los Chorbos, son nombres que obedecen a denominaciones infantiles o en el último caso citado como expresión castiza aplicada a los jóvenes en lenguaje cheli. Y Las Grecas debían tal denominación a que de niñas las dos hermanas hablaban ininteligiblemente. Que es lo mismo que le acaeció a Josefa Cotillo, apodada La Polaca. Concluyendo el apartado flamenco he ahí otros conocidos motes, incluso de dinastías: Los Sordera, Agujetas, La Niña de la Alfalfa (aludiendo a un barrio típico sevillano), Borrico de Jerez, Juan Breva, El Cabrero, Capullo de Jerez, El Carbonerillo, El Chato de la Isla, La Chunga, Enrique el Cojo… y un largo etcétera. Los casos de Camarón de la Isla y Diego el Cigala tienen sus antecedentes en que siendo muy revoltosos, de cabellos rubiascos, fueron así tildados por sus familiares.

A María Jiménez el periodista Emilio Romero la motejó en las páginas del diario “Pueblo”, del que era director, como “La Pipa”, por su aire sensual, que le recordaba “la madera caliente de una cachimba”. La onubense María Isabel Quiñones eligió ser conocida como Martirio recordando pasajes de su infancia cuando leía la Historia Sagrada. De otras figuras, podemos contar que María Dolores Pradera era “La criada Petronila” para los vecinos en su adolescencia cuando se disfrazaba para sus funciones teatrales. Y a quien fue su marido, Fernando-Fernán Gómez lo apodaban sus compañeros por el color de su pelo, “El Pelirrojo”. En tanto Plácido Domingo, en su juventud era conocido en México como “el Granada”, que era la canción que interpretaba a todas horas. A Marujita Díaz le puso Luis Sánchez Polack el mote de “Madame Chochette”, que a ella le hacía mucha gracia. José Luis López-Vázquez fue entre la profesión “El Morito”. Y Massiel, “La tanqueta de Leganitos”, que le pusieron de jovencita cuando estaba algo rechoncha, citándole la calle donde vivía. Concha Velasco era “Chiti” para sus familiares y amigos. Juan Carlos Senante, “Caco”, y no hacemos bromas con lo que eso significa: se lo pusieron de niño porque pronunciaba deficientemente su segundo apelativo. Ana Obregón fue un tiempo “Antoñita la Fantástica”, por su desbordante fantasía. Y el mexicano Luis Miguel es para la prensa mexicana “El Sol”, por su fatuidad: no quiere que nadie le haga sombra. Recordemos que al realizador rumano Valerio Lazarov lo acuñaron como “Míster Zoom”, por el uso y abuso de esa técnica televisiva. Isabel Preysler es “La Reina de Corazones”. En el campo taurino, Luis Miguel Dominguín era apostrofado entre sus amistades como “el Patas Largas”. También en el ambiente de los toros abundan los motes. Pero, por hoy, baste lo contado para no abrumarlos.

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