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Pitita Ridruejo: de sus visiones marianas a la estancia en Windsor

Ridruejo ha fallecido a los 88 años en su casa de Madrid, donde se encerró cuando enviudó.

Ridruejo ha fallecido a los 88 años en su casa de Madrid, donde se encerró cuando enviudó.
Pitita Ridruego | Gtres

Pitita Ridruejo, que acaba de fallecer a los ochenta y ocho años, fue una mujer de naturaleza sencilla, trato afable con cualquiera que se acercara a ella, mas con una singularidad poco común: sentía poseer, o al menos detectar, unos poderes extrasensoriales, decía tener visiones marianas. Esto es: que se le aparecía la Virgen, o eso creía ella. Lo cual, aunque produjera al principio estupor entre sus amistades, llegaba a ser aceptado en su clan, tal era el poder de convicción que acreditaba y su manera de contar aquellas místicas experiencias. Era un personaje de contrastes, habitual de reuniones sociales de alto copete. Tras su casamiento, vivió experiencias dispares, desde frecuentar la Corte británica participando en saraos sólo permitidos a cercanos a la Familia Real, de igual modo que en Italia no le importaba insistir, cerca de Federico Fellini para que la incluyera en alguna de sus películas, lo que al final consiguió, con gran enfado de su padre, un acaudalado banquero. Vida extraordinaria, por tanto, la de esta dama que acaba de irse de este mundo, a la que tuve el gusto de conocer, como otros periodistas, a quienes siempre nos trató con especial consideración y buen humor, virtudes junto a otras tantas que la adornaban.

María de la Esperanza Ridruejo Brieva había nacido en Soria, en una familia rica, que presidía su progenitor, don Epifanio Ridruejo, muy relacionado no sólo con las altas finanzas sino la política. Cuantos la trataban nunca dejaron de llamarla por su apelativo infantil, el de Pitita. A la que se la distinguía físicamente por un rostro diríase que picassiano, con todos los respetos. Una pronunciada nariz acentuaba esos rasgos de naturaleza helénica. Con mayor o menor grado aceptaba en su juventud algunas bromas al respecto, donde se ponía en solfa su discutido atractivo. Su madre era también consciente de que ese grupo de féminas de raíces aristocráticas o al menos burguesas, del que formaban parte Fabiola de Mora (con el tiempo, reina de los belgas), Margarita Gómez-Acebo (también posteriormente casada con el sucesor a la corona búlgara) y Rosario Primo de Rivera, y la propia Pitita, era objeto de quinielas para ver quién de ellas sería la primera en tener pretendiente formal. Se cuestionaba su físico. Pero Pitira Ridruejo nunca se preocupó demasiado, siendo su madre, insistimos, la que influyó en orientarla a vestir y peinarse de manera que resultara más llamativa. Y lo sería siempre, aunque por otras cuestiones.

Veinticinco años contaba al contraer matrimonio con un joven filipino, en el verano de 1957. Un hombre de extremada cortesía llamado Mike Stilianopoulos, del que apenas se sabía en los círculos sociales madrileños. No se le conocían extremados bienes patrimoniales por lo que las habladurías acerca de si en sus relaciones amorosas había triunfado el braguetazo fueron un tiempo la comidilla de aquel Madrid de la gente bien. Fueran o no cierto tales pensamientos, la verdad es que Mike fue el marido perfecto de Pitita: un encantador matrimonio que, en poco tiempo, se granjeó las simpatías de su círculo social. Tendrían tres hijos. Y nadie de esta familia daría jamás escándalo alguno. Desde luego, Pitita Ridruejo fue en vida dama habitual de las crónicas rosas, pues conquistaba a cuantos reporteros se acercaban a ella. Y desde luego otros medios informativos se ocuparían también de sus pasos, en función de sus opiniones, artículos y conferencias con el argumento central de su devoción hacia la Virgen María. En su columna de El País, titulada "Spleen de Madrid", Francisco Umbral la citaba a menudo, destacado el nombre de ella en negrita, sobre la que aseguraba "que predice el futuro". Se lo pregunté a la propia Pitita la primera vez que tuve ocasión, respondiéndome: "No, no quiero predecirlo, es peligroso. Poderse, sí, se puede y hasta con sorprendente exactitud, pero ello acabaría induciendo a mucha gente a que tomara decisiones que la condicionaría".

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La afición a la parapsicología, me contó, le vino por una mera curiosidad: "Era inquietud, y con todos los respetos por algo espiritual. Siempre he buscado una evolución interior, estando totalmente alejada de cuanto tuviera que ocuparse del espiritismo y las adivinaciones y profecías, campo que no me interesa. La parapsicología me sirve para descubrir razones que no conocemos al no profundizar en nuestro cerebro. Que nadie piense que me paso las horas ante una bolita de cristal".

Evidente me resultó al entrevistarla que hablar con ella estaba bien lejos de cualquier frivolidad, como algunos pudieran pensar al contemplarla asiduamente en las páginas de ¡Hola! A su esposo lo destinaron como embajador de Filipinas en Roma y en la capital italiana Pitita, amén de ser también centro de actividades sociales y mundanas, fue cuando más intensificó su pasión parapsicológica a raíz de escuchar en su residencia ruidos extraños, movimientos de objetos, que despertaron su atracción como ocurría a los protagonistas del filme Poltergeits. Eso le había intrigado, y a mí también cuando Pitita me lo reveló. Supe al respecto, aunque no por ella, que esos espíritus decía que la perseguían, lanzándole horquillas sobre su cabeza. ¿Podían creerse tales sensaciones o eran propias de un sueño delirante? Lo cierto es que en Roma se lo pasó muy bien, pese a esas inquietantes visiones. Supimos, desde luego por otro conducto, que en su afán de aparecer en alguna película, de las muchas que se rodaban en los imponentes estudios de Cinecittá, pidió varias veces a Fellini que la incluyera en alguna película suya, lo que surgió la primera vez que Federico la conoció, comentándole lo mucho que le gustaría tenerla como sosias de María Callas ante una cámara. Tanto insistió Pitita, con su buenhumorada conversación, que el genio de La dolce vita acabó por ofrecerle un papel breve, el de una fulana. Enterado el progenitor de ello, don Epifanio Ridruejo puso el grito en el cielo para que desaparecieran tales imágenes de su hija en dicha cinta, la muy conocida Roma. Fellini le hizo poco caso al banquero, debió cortar alguna secuencia de Pitita, pero dejó al final de la proyección una imagen de la dama soriana dentro de un espectacular coche mientras el vehículo se deslizaba por una calle en una melancólica noche lluviosa. De ese episodio nada se publicó entonces en la prensa española, que uno recuerde. Ni tampoco parece que Pitita le interesara contarlo. Pero es una anécdota divertida.

No quería don Epifanio que el matrimonio Stilianopoulos continuara en la embajada italiana así es que movió los hilos oportunos para solicitar de Imelda Marcos que el esposo de la primera dama filipina, el presidente Ferdinand designara a Mike su representante diplomático en Madrid. Y, en efecto, la petición fue atendida. Pero Mike y Pitita fueron posteriormente enviados a la delegación inglesa. Y allí, en Londres, Pitita volvió a deslumbrar todo lo que pudo ante la muy severa Corte británica. Al punto que con su innato don de gentes consiguió que la mismísima Reina Isabel la invitara junto a su esposo, el embajador, a su residencia de Windsor, deferencia poco habitual con otros diplomáticos, reservada sólo para personajes de la realeza. Un fin de semana durante el cuál ese matrimonio reforzó sus lazos de amistad con la princesa Ana y con el heredero, Carlos, a cuya boda con Diana de Gales asistieron Pitita y Mike. Ana de Inglaterra tuvo tal intimidad con Pitita que la invitó junto a su marido a disfrutar de unas vacaciones en su residencia de Mustique.

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En aquel tiempo de su larga estancia en Londres, que duró algo más de un quinquenio, Pitita Ridruejo aprovechó para seguir unos cursos con un grupo de meditadores indios, recibiendo lecciones de Quiromancia y Astrología, entre otras ciencias más o menos ortodoxas. Con tales enseñanzas, cuando regresó con su esposo a Madrid formó parte del Club de Amigos de la Parapsicología. Los veranos los pasaba en familia en su chalé de Marbella. Un día robaron a Pitita un maletín repleto de joyas valiosas. Recurrió a un astrólogo y en pocos días lograron dar con los ladrones, con la oportuna ayuda de la policía, por supuesto. Son los avatares, entre otros muchos, que llenaron la existencia de Pitita en esas prácticas paranormales, que complementaba con el yoga y la meditación trascendental.

Pitita Ridruejo pasaba algunas temporadas en su casa filipina de Legazpi. Y en Estados Unidos asimismo. Luego, en Madrid, vivió en un palacete del Madrid de los Austrias para terminar en otro cerca de la plaza de Oriente, decorado con añejos y valiosos muebles, cuadros y tapices de época. En los últimos años fue declinando corresponder a las muchas invitaciones a desfiles de modas y diferentes eventos sociales, como el popular Rastrillo, a cuya labor benéfica colaboró desde su fundación. La muerte de Mike en 2016 acabó sumiéndola en la soledad y tristeza, que sólo aminoraba con la presencia de sus hijos y nietos. Fue una maravillosa mujer.

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