Luto en la historia de la lírica española con la muerte de una de las más grandes intérpretes, la soprano madrileña Teresa Berganza, que alternó con María Callas y Renata Tebaldi. Tenía fuerte carácter pero circunstancias ajenas a su talento le impidieron, tal vez, ser más reconocida, al menos en España, cuando actuó en los más importantes teatros de ópera mundiales.
Se ha ido con ochenta y nueve años, retirada desde hace catorce, luego profesora. Con una biografía sentimental que no supuso la felicidad que toda mujer ansía: dos bodas, dos fracasos. La primera con su pianista; la segunda con un sacerdote. Argumento para un serial lacrimógeno. Aunque ella siempre mantuvo una personalidad seria, insobornable. Ellos, quizás se sirvieron de la gloria que Teresa había alcanzado como universal soprano.
Castiza cabal nacida en la calle de San Isidro, en pleno barrio de chulapas verbeneras, en 1935. Tuvo sueños que la llevaron a irse a un convento de Guadalajara, lo que ella como una revelación. Vestida de monja, su padre, don Guillermo, republicano, acudió hasta allí para rescatarla. Y la sacó del recinto religioso. Y a partir de entonces ella se sintió artista y participó en varias películas formando parte de los coros musicales de cintas protagonizadas por Juanita Reina, Carmen Sevilla, Juanito Valderrama… Su destino final era aplicarse para estudiar y ser una voz importante de la ópera. Y lo consiguió.
Respecto a sus amores, ella misma confesó sentir una inclinación hacia los hombres, que la llevó a tener dos maridos, con los que no encontró la dicha que esperaba. El primero, un pianista, Félix Lavilla, que la acompañó en numerosas giras, padre de las tres hijas que tuvieron: Teresa, Javier y Cecilia. Se casaron en 1957 y estuvieron juntos veinte años. Su segundo enlace, mucho más tarde, sucedió con el sacerdote Josep Rifá Ferrer. Otro fracaso. "No fui afortunada en ambos casos", confesó, con la sinceridad que siempre fue base de su carácter. "He ido a la muerte dos veces – dijo – explicando ambos fracasos, añadiendo: "Lo haría de nuevo únicamente por la alegría y el placer de ser madre".
Así es que en adelante, en soledad, dedicada por completo a su profesión, fue consumiendo su vida. El curioso caso de su segundo marido se derivó con el hecho de que, tras el divorcio, aquel padre Rifá, volvió a vestir sus hábitos sacerdotales. Una actitud cristiana desde luego, pero no obstante objeto de curiosidad si la sacamos a colación.
Teresa Berganza, pese a su acreditada fama, nunca se prestó a campañas publicitarias, a exponerse con frecuencia en los medios de comunicación. Ni siquiera quiso vivir en Madrid, sino que eligió un piso confortable, de cuatrocientos metros cuadrados, en San Lorenzo de El Escorial, propiedad de Patrimonio Nacional, que había mandado construir Felipe II, junto naturalmente a su Basílica. Pagaba Teresa un alquiler y allí encontró el silencio que deseaba en sus últimos años de vida. Silencio que es lo que confesó a sus hijos que quería cuando le llegara su última hora, con el deseo de que al morir, su cuerpo no se expusiera en público, ni se diera publicidad al óbito. Nosotros lo escribimos con el mayor respeto a su inmensa personalidad.