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Cuando el presidente Kennedy quiso conocer a Audrey Hepburn

Audrey Hepburn fue un ángel en la pantalla, pero vivió una vida un tanto desgraciada.

Audrey Hepburn fue un ángel en la pantalla, pero vivió una vida un tanto desgraciada.
Audrey Hepburn. | Gtres

Era de una apariencia casi etérea, delicada, frágil. Pero Audrey Hepburn escondía, en realidad y bajo una supuesta timidez que le otorgaba, además, un indescifrable encanto, cuanto había sufrido en la niñez y adolescencia como consecuencia de la II Guerra Mundial. Iba para bailarina, mas donde triunfó fue en el cine, gracias a su extraordinaria fotogenia, y por qué no, asimismo por el talento atesorado para ser actriz cinematográfica de inolvidable recuerdo. Así se explica que todavía sus mejores películas continúen programándose en las cadenas de televisión: Sabrina, Historia de una monja, de la década de los 50; de la siguiente, Desayuno con diamantes, Charada, My Fair Lady, Vacaciones en Roma… Después, ya su vida se repartió más en la intimidad, en sus dos matrimonios rotos, con amantes que le dejaron huella pero no estabilidad. Padeció cinco abortos, tuvo dos hijos pese a sus dificultades para ser madre. Y ha quedado como una leyenda del mejor cine ahora que se cumplen treinta años de su desaparición.

Había nacido en Bélgica el 4 de mayo de 1929 , y falleció en Suiza a los sesenta y cuatro años, el 20 de enero de 1993. De cáncer colorrectal. Sus ancestros eran aristócratas y banqueros. Hay un dato que retrata lo que debió ser su etapa infantil y adolescente: cuando le propusieron ser Ana Frank en la pantalla, aquella niña judía víctima del nazismo; se vio incapaz de interpretarla. Sencillamente porque eso le recordaría sus terribles experiencias en aquel periodo bélico. Parte de su familia fue asesinada; a un hermano lo llevaron a un campo de exterminio. Toda aquella tragedia le sucedió en Holanda. Después de 1945, con media Europa devastada, pagó con creces cuantas penurias hubo de padecer: anemia, asma, anorexia nerviosa, desnutrición, problemas pulmonares y una grave depresión que se reflejaba constantemente en su mirada huidiza.

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Audrey con William Holden | Archivo

De esos años le brotó una frase dolorosa: "La felicidad es tener salud y mala memoria. Pero no me he olvidado de cuando por hambre tuve que alimentarme con galletas para perros". Siempre tendría un cuerpo delgado, ideal para una modelo de pasarela. Como lo fue un tiempo, o cuando quiso ser bailarina y lo intentó. Pero acabó protagonizando Gigí, en un escenario de Broadway, y estrella de cine en el brillante Hollywood de finales de los 50. Ganaría un merecidísimo Óscar por ser la dulce princesa centroeuropea de Vacaciones en Roma, junto a Gregory Peck, personaje que, en un principio, iba a ser para Liz Taylor, en 1953.

Se enamoró más de una vez de los galanes de sus películas. Por ejemplo, William Holden, su compañero en Sabrina. Hubo un inconveniente, que rompió la pasión de ella hacia él: estaba casado con una actriz, de nombre Ardis, y era padre de tres niños. Además, Holden se había sometido a una operación de vasectomía y Audrey quería tener hijos. Por eso no se plantearon seriamente el matrimonio. Hubo otros: Ben Gazzara, Albert Finney… y hasta se dice que John F. Kennedy, incontinente sexual, quiso conquistarla, lo que nunca pudo comprobarse. Indicios hubo, desde luego. Sí que estaba dispuesta a casarse con un industrial llamado James Hanson, al que dejó de inmediato nada más enterarse de que le ponía los cuernos sin disimulo. Pero quien la convirtió en su esposa fue Mel Ferrer, tras conocerse durante el rodaje de Guerra y Paz.

Mel Ferrer tuvo una cierta notoriedad en la pantalla, sin llegar al último escalón de la fama. Más que protagonista era casi siempre el otro, el antagonista. Tenía celos artísticos de Audrey, tras su boda en 1954. Con todo eso estuvieron unidos hasta 1968. Tuvieron un retoño, Sean. Entre tanto él iba perdiendo popularidad y contratos, ella subía al estrellato. Conocí a Mel pocos años después de su divorcio: en Marbella, donde la pareja tenía un chalet. Era hijo de un catalán, hablaba español con alguna dificultad, porque me dijo que, a los cuatro años, en ausencia paterna, dejó de practicar nuestro idioma. Simpático, de aire distinguido, rodó una película andaluza junto a Marisol y el rejoneador Ángel Peralta: "Cabriola". Decían en la familia cinematográfica que era un redomado gafe. En esos casos, me consta que para contrarrestar esa superstición, los hay quienes buscan desesperadamente alguna madera a mano. Berlanga, por ejemplo, se defendía con un palillo que siempre llevaba guardado en un bolsillo.

Hubo otras películas de Audrey Hepburn donde se mostraba en la pantalla con otras peculiaridades dramáticas, caso de Sola en la oscuridad y Robin y Marian. Dentro y fuera de los rodajes solía casi siempre llamar la atención por cómo vestía; generalmente con exclusivos modelos de Givenchy, del que era una especie de musa. Llamaba la atención de muchos hombres. Y uno de ellos, el doctor italiano Andrea Dotti, logró convertirla en su esposa en 1969 hasta que ella, cansada de las infidelidades a que era sometida, se divorció. Le echó en cara que hasta se acostaba no sólo con algunas de sus pacientes, sino con amigas de ella. Un caso anterior parecido, el de la difunta Gina Lollobrígida con su marido, el doctor Scofik. Fue Audrey madre de otro varón, Luca. En esos años 80, cuando tramitaba su separación, tuvo amores con el viudo de la actriz Merle Oberon, Robert Wolders, relación que duró tres años.

Entre los años 60 y 70 Audrey Hepburn visitaba Madrid de vez en cundo y era invitada a fiestas de la buena sociedad, como se adjetivaba en la prensa de la época. Fue buena amiga de la condesa de Romanones. Y en la casa de Lola Flores al principio de la calle de María de Molina, asistía a reuniones nocturnas junto a invitados del fuste de Ava Gardner, Lucía Bosé, Yul Brynner… en madrugadas de flamenco y "pringá" gitana, en medio de un alegre follón que alertaba a los vecinos de "La Faraona".

A partir de 1967, Audrey se entregó a una buena causa: fue embajadora de la Unicef. Se preocupaba mucho de los niños desvalidos y enfermos. Dejó el cine en 1989 cuando Steven Spielberg la tuvo a sus órdenes en la película "Always". Le quedaban cuatro años de vida, cuando fue pagándose en su residencia suiza. Del óbito, se cumple estos días treinta años.

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