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La vida erótica de Pablo Picasso y su renuncia a dejar de ser español

Se cumplen 50 años de la muerte del pintor Pablo Picasso.

Se cumplen 50 años de la muerte del pintor Pablo Picasso.
Picasso y Olga Koklova. | Cordon Press

Este 8 de abril se cumple medio siglo de la muerte de Pablo Picasso, aniversario para el que estaba previsto desde hace meses un amplio catálogo de homenajes en varios países, por supuesto España y desde luego en Francia, aunque las recientes algaradas callejeras en París y otras capitales galas puedan suspenderlos, o aplazarlos. Siendo un pintor universal, el más importante para muchos del pasado siglo XX, es admirado por su contribución al arte. Como hombre, conociendo aspectos de su idiosincrasia, se pone de relieve su carácter: el de un machista redomado, con raptos tiránicos y masoquistas... Apreciaciones que detectaron los muchos biógrafos que han firmado cantidad de libros, ensayos y no digamos artículos periodísticos.

De las que convivieron con él, sólo dos supieron hacerle frente: Françoise Gilot, que acabaría abandonándolo, y Jacqueline Roque, su segunda y última esposa, que supo estar siempre a su lado, aislándolo de amistades que consideraba negativas para él. Bastantes fueron las féminas que pasaron por su vida: incontables. Nos referiremos en este primer capítulo de los dos que le dedicamos, a las que más le marcaron. La mayoría de todas ellas le sirvieron de modelo frecuentemente. Una tal Madeleine le inspiró, por ejemplo, el cuadro La mujer del acróbata. Lo mismo que la llamada Germaine para otras de sus pinturas.

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Pablo Picasso | Archivo

Ahora bien, Fernande Olivier aparece como la primera de las que más tiempo convivió con él. Fue a partir de 1904. La llamaba "la bella Fernande". Tenían ambos veintiún años cuando se enamoraron. Dícese que él reparó en aquella muchacha cuando ésta iba a buscar agua en el único grifo que existía en el patio del edificio donde habitaban. Hasta 1910 fue su musa predilecta. Era hija de un sombrerero de París. Presionada por el ambiente familiar, optó por casarse tempranamente con un escultor, éste enloqueció a poco de la boda y Fernande Olivier huyó. Por cierto, ese apellido que sostenía, no era legalmente el suyo, pero ella así lo afirmaba. En realidad, el auténtico era Bellevallé.

Pasó Picasso vacaciones apasionadas junto a ella, conviviendo en la capital francesa en su estudio parisiense del Bateau-Lavoir, que es como lo bautizó uno de sus mejores amigos, el crítico de arte Max Jacob, siendo su verdadero nombre el de la Casa del Cazador de Pieles, en el número 13 de la rue Ravignan. Un edificio bastante cutre y en particular el propio estudio, donde faltaba el gas y la electricidad. Pablo pintaba de noche, a la luz de una lámpara de aceite que colgaba por encima de su cabeza, o en su defecto con una vela en una mano mientras usaba la otra con los pinceles. Fernande fue testigo de los inicios de Picasso en el cubismo. La retrató en Mujer desnuda en el sillón, Busto de mujer, Mujer con peras... Mantenían una vida bohemia y en reuniones con amigos de Pablo, ella y él tomaban opio. Esos amigos eran Apollinaire, el escultor Manolo, el antes citado Max Jacob... Pocas veces estaban a solas. A él le encantaba rodearse de un grupo de incondicionales. Iba desaliñado, con aspecto de pobreza, y Fernande llegó a empeñar unos pendientes. A veces, iban a un restaurante a comer donde les fiaban. Desaprobaba por celos cuando su amante quería salir a la calle sin su compañía.

Picasso terminaba cansándose casi siempre de sus parejas y, durante su etapa con Fernande Olivier, en 1911 tuvo trato con Eva Gouel (que en realidad se llamaba de casada Marcelle Humbert), sin importarle que fuera la amante del pintor polaco Louis Markus. Pablo solía ponerles algún sobrenombre, a ésta el de "Mi bella", y así lo hacía inscribir en sus cuadros cuando la retrataba. Con cierto cinismo, Picasso le escribía a su colega y amigo George Braque: "Fernande me ha dejado". Sus profundos ojos negros sólo miraban a Eva, a la que pintó en Desnudo femenino, Violín, ·La mujer de la cítara y otras telas en las que solía añadir junto a su firma estas frases: "Quiero a Eva", "Bonita Eva" y alguna otra galantería, impropia desde luego en un artista de los pinceles. Sólo contaba veinte años, parecía una niña. Conforme iba conociendo mujeres, cambiaba de estudios, en el bulevar Clichy, en el de Raspail...

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Eva Gouel, amante de Picasso | Cordon Press

El periodo en el que el artista estuvo liado con Fernande Olivier pudo enterarse que ésta había estado casada con un dependiente de comercio, Paul-Emile Percheron, y que fue madre de un hijo, del que no se sabe qué hizo cuando ella dejó al marido. Enterados los padres de Pablo Picasso, que vivían en Barcelona, de la existencia de esa mujer, nada más conocerla cuando él se los presentó, le afearon la situación de permanecer en París amancebados. Pero Picasso no quería casarse, ella sí y además pretendía quedarse embarazada. Sucedió que el malagueño padeció gonorrea, resultado de cuando frecuentaba a menudo las casas de citas. Entonces, resolvió con Fernande adoptar una niña, Leontine, que encontraron en el asilo de la calle de Caulaincourt. En 1912 Picasso y su querida rompieron, ella harta del despótico comportamiento de su pareja, yéndose a vivir con un pintor futurista, Ubaldo Oppi. De Leontine no se supo más, solo que Pablo la abandonó y acabaría acogida en la casa de una portera vecina. Entretanto, enfermó Eva y en su ausencia en un sanatorio él la suplantó con Gabrielle Depeyre, a la que llevó a Saint-Tropez para pasar unos días de enloquecido amor. Falleció aquella, víctima de una galopante tuberculosis, en 1915, cuidada por él no obstante y a sabiendas que su mal no tenía remedio en el lecho de muerte y Picasso, entristecido, escribió a Gertrude Stein, una de las coleccionistas de su obra, intelectual y millonaria: "Mi vida es un infierno". Él se lo buscaba.

Y así, en 1916 compartía dos mujeres, no a la vez en la cama, desde luego. Una era Gabrielle Lespinasse, corista en un cabaré de Montparnasse, y la otra Elvira Paladini. Ambas posaron para otros cuadros picassianos. Un año más tarde, febrero de 1917, estando en Roma junto a Jean Cocteau para preparar con Diagilev, director de los Ballets Rusos, unos decorados, se enamoró de una de las bailarinas de la compañía, no precisamente brillante, Olga Koklova, que era hija de un general zarista y contaba diez años menos que él. Ucraniana, pretendía descender de familia aristocrática. A Picasso le impresionó que todavía fuera virgen. Él la hizo mujer enseguida. Tenía tales ínfulas ella que le cambió la vida y de ser un bohemio pasó a residir en un apartamento sito en la rue de Boëtie, bien acondicionado, de cuya decoración se ocupó la bailarina. A partir de entonces llevaron una existencia desacostumbrada en él, frecuentando acontecimientos del "tout París", él vistiendo incluso trajes de etiqueta y ella gastando dinero a manos llenas en las casas de modas, pues ya Pablo empezaba a ser un cotizado pintor. A ella la inmortalizó en distintos cuadros, uno de ellos ataviada Olga con peineta y mantilla. Digamos que su nueva conquista se avino a aprender pronto el español. Le insistió en casarse por la Iglesia, lo que a Picasso dejó en actitud dubitativa, siendo ateo. Pero accedería porque estaba completamente abducido por aquella mujer, si así puede expresarse la pasión que sentía a su lado.

Celebraron una ceremonia civil en la alcaldía del distrito séptimo de París, siendo testigos Apollinaire, Max Jacob y Jean Cocteau. Boda religiosa que celebraron por el rito ortodoxo, a cuya iglesia pertenecía la novia. No quiso Picasso darle publicidad al íntimo acontecimiento, acaecido el 12 de julio de 1918. Tres años más tarde, en 1921, les nació Pablo, el primer hijo del genio, a cuyo bautizo asistió complacido. Su vida de casado, al principio, le proporcionó una estabilidad rara hasta entonces en Picasso, pero poco a poco, su espíritu aventurero, acostumbrado a encontrar nuevas sensaciones, lo irían desengañando del matrimonio. Pero aguantó bastante junto a la rusa, quien ya casada había abandonado la compañía de los Ballets Rusos, aunque no sus aires de grandeza. Acompañaba a su esposo en sus viajes, lo seguía a todas partes mientras él se sentía débil ante las imposiciones que la Koklova le iba programando. Hasta que se hartó, sintiendo que esa coyunda era una lata y no le producía nada más que hastío. En 1935 sellaron su separación. Moriría ella en 1953, muy enferma. Y aunque se consigna que llevaban tiempos ya alejados el uno del otro, Picasso y su hijo Pablo la consolaron en ese adiós.

Picasso no podía vivir sin una mujer a su lado. Era un compulsivo seductor. Y entre otras mujeres que despertaron su libido, cuando ya su relación de casado era insoportable para él, entabló amistad con una jovencita de diecisiete años, Marie Thérèse Walter, a quien conoció de manera circunstancial a la salida de una estación de Metro, en París, frente a las Galerías Lafayete. Como si fuera un veinteañero ligón, se acercó a ella, hablaron, con un dato fundamental: ella desconocía la identidad de quien trataba de embaucarla con un florido lenguaje. Viejo zorro, sabio en esos lances, fijó una cita con ella, a la que sucedieron otras más, hasta que la relación entre los dos se hizo periódica. La trató de usted en un principio: "Yo soy Picasso y entre los dos haremos grandes cosas juntos". Tomándola del brazo pasearon por los alrededores, y esa actitud amistosa se iría convirtiendo en pasión, cuando cada tarde ella acudía al estudio del pintor. Seis meses le costó a Pablo llevarla al lecho. Si él viajaba, Mari Thérèsa le escribía ardientes cartas amor. No era una muchacha culta, pero sí muy guapa. Y Pablo estaba "colado" por su nueva aventura sentimental. Hacia 1932 la pintó desnuda. Recuérdese que todavía estaba legalmente casado con Olga Koklova, lo que nada le importaba a la hora de serle infiel. Captaría su belleza de cabellos rubios y aire nórdico en multitud de dibujos y lienzos. La influencia de ella en la obra de Picasso es fundamental: le inspiró para las pinturas sobre la serie del Minotauro y se cree que en el célebre "Guernica", la mujer que aparece de perfil sosteniendo una lámpara es Marie Thérèse.

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Marie Thérèse Walter, amante de Picasso.

Pablo Picasso no ocultaba su voluptuosidad, al decir del crítico Roland Penrose, acerca de su amante: en la vida real y cuando la retrataba. Tuvieron una hija, a la que inscribieron con el nombre compuesto de María de la Concepción. Decisión, empeño de Pablo. Por una razón: recordaba siempre a su hermana Conchita, muerta muy niña en La Coruña. Aunque a su hija la llamaría en la intimidad Maya. Nació teniendo la mamá veintiocho años. No la pudo reconocer legalmente porque Olga Koklova le negaba el divorcio. Había tratado de llevar su convivencia con María Thérèse de la manera más discreta posible, en encuentros furtivos los jueves por la tarde, cuando Olga no estaba en casa. Luego quiso casarse con ella. Consultó a varios abogados. De haber accedido a la nacionalidad francesa, Picasso tal vez hubiera logrado acelerar el divorcio y registrar a la niña como propia, pero nunca quiso dejar de ser español. Así es que fue imposible que legalizara aquella situación. Le resultaba un suplicio, pues seguía amando a Marie Thérèse, que nunca se aprovechó de la fama de su amante. Tenía sus defectos, como cualquiera, por ejemplo, algunos raptos de lunática. El caso es que en 1936 dejaron de verse. Picasso no soportaba, aun con la ruptura ya de Olga, verla en aquella condiciones antedichas. Porque, además, volvió a enamorarse de otra mujer, fundamental también en su existencia, Dora Maar. De ella y otras amantes escribiremos en un segundo capítulo.

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