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La muerte del padre Lezama, que dio trabajo a cientos de delincuentes

Luis Lezama dio trabajo a unos maletillas de los que más tarde se convirtió en apoderado.

Luis Lezama dio trabajo a unos maletillas de los que más tarde se convirtió en apoderado.
Luis Lezama | Grupo Lezama

A los ochenta y ocho años ha dejado de existir el padre Luis Lezama, vasco de Amurrio, Álava, donde nació en 1936. No era un cura cualquiera. Resulta que ayudó a unos maletillas que se acercaron a él con la ambición de ser toreros, les prestó lo que le pedían y se convirtió en apoderado de tres de ellos, uno de los cuáles llegó a tomar la alternativa como matador. Pero si ya este singular sacerdote llamaba la atención, en 1974 abrió un restaurante, se convirtió en empresario hostelero de diez locales de alta cocina y dio trabajo a quinientos empleados, bastantes de ellos delincuentes, quienes de ese modo se rehabilitaron hasta ser unos aplicados profesionales.

Por ser muy querido, cuantos quieran darle su último adiós pueden asistir este lunes 13 enero al funeral de cuerpo presente en la que fue su parroquia, construida con su esfuerzo, Santa María la Blanca, al norte de Madrid.

Un ser tan vitalista como Luis Lezama reúne una biografía sorprendente. Se desplazó a Madrid para estudiar Ciencias de la Información, titulándose en Periodismo, en la rama de Imagen, tras cursar un año de Ingeniería. Esa pasión por informar lo llevó a ser corresponsal de guerra. Tan decidido en el frente que fue herido en los Altos del Golán, Siria. Fue enviado especial de la agencia Efe en varias ocasiones y tuvo una labor importante en la creación de la cadena Cope.

Si a simples rasgos ello fuera poco, cuando cantó su primera misa, ordenado sacerdote, fue destinado a la parroquia de Chinchón (Madrid). A él se dirigieron un día, hambrientos de pan y gloria, tres maletillas en demanda de ayuda para torear en algún coso; muchachos muy jóvenes, escapados de casa, que a pie iban recorriendo ganaderías en busca de una oportunidad. Ya no hay maletillas desde que se crearon las escuelas taurinas, pero entonces, mediada la década de los 60, abundaban. Tres de ellos fueron los que por intermediación del padre Lezama llegaron a hacer el paseíllo, como becerristas y luego novilleros, en algunos cosos, de los que él se convirtió en apoderado. Sólo uno llegó a alcanzar la categoría de matador de toros, Teodoro Librero "El Bormujano", de corto recorrido luego en los ruedos.

No se crea que Luis Lezama abandonaba sus deberes parroquiales. Desplegó una gran labor apostólica, influyendo para que la Semana Santa de Chinchón fuera admirada por cuantos actos religiosos y procesiones se prodigaron gracias a su entusiasmo. Tiempo atrás supo lo que era la vida en uno de los suburbios madrileños, el barrio de Entrevías, donde abundaba la más absoluta pobreza entre delincuentes peligrosos y drogadictos, a los que el padre Lezama, en una parroquia donde oficiaba el padre Llanos (que había sido confesor del caudillo Franco) prestó su más encendido quehacer sacerdotal.

Los vascos, en general, es sabido son de buen comer. Y el cura Lezama dio en inaugurar "La Taberna del Alabardero", en las inmediaciones del Palacio de Oriente, en Madrid, en 1974. Dios está también en los fogones, aprendimos leyendo a Santa Teresa y este muy querido sacerdote encontró en ese negocio el modo de ayudar a muchos delincuentes, orientándolos en una escuela hostelera para que aprendieran los oficios de cocinero, camarero, jefe de sala, "maître"… Prodigándose en esas tareas Luis Lezama llegó a apoyar significativamente a medio millar de empleados, repartidos ya en época actual en diez restaurantes, algunos calificados con tres estrellas Michelin, en Madrid, Sevilla, Marbella y Washington; a este último llegó un día a conocerlo y disfrutar de su carta la esposa del Presidente Obama, Michelle, amén de ser frecuentado por diputados y senadores. ¿A qué dedicaba sus ganancias el padre Lezama? Nunca lo quiso hacer público, pero desde luego a obras sociales y ayuda a los menesterosos. Nunca pensó lucrarse personalmente con ello. Que malpensados criticaran esas actividades las soportaba Luis con estoicismo.

Escribió una docena de libros. Y vio su sueño cumplido cuando abrió las puertas a miles de fieles en su parroquia de Santa María la Blanca, adherida a ella un colegio donde han venido formándose niños y jóvenes de toda condición.

Hacía meses que había enfermado. Así lo pude comprobar la última vez que hablé con él, a las puertas de su parroquia, la pasada primavera. Herido de muerte, cuando ya su rostro así lo expresaba, vivió sus últimas semanas en la Clínica Universitaria de Navarra para regresar a Madrid, donde ya decíamos será objeto de las merecidas honras fúnebres. Con él, se marcha al cielo por encima de todo, un hombre bueno dedicado a ayudar a los demás.

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