De tanto disfrutar de nuestras visitas al campo este año nos dio la locura de buscar una casita para nosotros. Incluso llegamos a visitar alguna. Ahí nos dimos cuenta de que este no es el momento. Todavía no.
Si apenas tenemos tiempo para mantener ordenadas nuestra casa y nuestros lugares de trabajo en Madrid, con una terraza en tu despacho que apenas pisamos, era un poco despropositado embarcarnos en la aventura de jugar a La Casa de la Pradera. Aunque muy tentador. Ya me veía yo instalando una cocina de carbón Aga, uno de mis sueños. La recorto cada vez que sale alguna en la revista AD. Pero con lo gafes que somos tú y yo para los electrodomésticos (siempre se nos estropean o no funcionan inexplicablemente), seguro que el primer día que me planteara encender el carbón y ponerme a cocinar provocaba un incendio y adiós casa. También me veía de jardinera compulsiva, cuidando del huerto ecológico, recolectando hortalizas. Bueno, esto al fin y al cabo ya lo he hecho en mi vida anterior y sé que soy capaz. Por no hablar de empezar a recoger animales, gatos, perros, burritos… al final mi Síndrome de Diógenes de ciudad se convertiría en Síndrome de Noé en el campo.
El campo, a día de hoy, es como los hijos : mejor disfrutar de los de los demás. Así que siempre que podemos nos fugamos a las casas de nuestros amigos, como la de José Luis y Manolo en Ávila, o la de Paloma y Carol en la Sierra de Madrid. Tenemos pendiente una visita a los viñedos de Jesús en Tarragona y a la casa a orillas del Miño de Ion y Luis. También alquilamos de vez en cuando alguna casita entre varios para pasar unos días, en Aranjuez o donde sea.
Nuestra última escapada ha sido a la casa de las chicas. Tranquilidad absoluta, buena conversación y comida de lujo. Fue un fin de semana perfecto con nubes dramáticas y una temperatura ideal. Otoño en la sierra. A ti te da igual saber los nombres de las plantas, no sientes ninguna curiosidad. A mí me encanta pasear y repasar lo poco que sé, descubrir una esparraguera, detectar un fresno, una encina. Las chicas tenían unas ipomeas espectaculares, azules y rosas.
Pero además de la compañía humana, en esa casa disfrutamos mucho con el mundo animal. Ahora hay dos caballos vecinos que se acercan zalameros a ver si cae alguna manzana o zanahoria. Y está la familia de mastines. Ya hace menos calor están algo más activos durante el día, aunque su principal ocupación sigue siendo suspirar a la sombra entre sueños. Es curiosa la relación de los padres de la camada con nosotros. Yo me llevo especialmente bien con la madre y tú con el padre. Me enternece ver como se tumba a tu lado, como te busca ese enorme peluche que de pie es de tu tamaño y que pesa el doble que tú. Me da mucha envidia que puedas abrazarlos tan a gusto. Yo tengo que guardar las distancias por culpa de la alergia y estar todo el día lavándome las manos y cambiándome la ropa cuando ya no aguanto más y me lanzo a algo más de contacto.