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Carta de amor

¿Algo más que un reloj?

Tras la muerte de los abuelos, la tita Concha, la mayor de nueve hermanos, se quedó sola.

Carta de amor: "¿Algo más que un reloj?"

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A la edad de siete años, mis padres me enviaron a su casa para hacerle compañía. Mi habitación situada cerca del comedor era pequeña y sencilla. Su mobiliario lo formaban una cama de madera con incrustaciones de taracea y una cómoda alta rematada con una tapa de mármol rojo sobre la que se alzaba majestuosa la estatua siempre "seria" de un San José enorme al que acompañaban un ejército de santos de menor talla, pero igualmente serios.

Además de la inquietud que producían en mí estos compañeros de cuarto, lo que realmente me angustiaba en el silencio de la noche era el contundente sonido del reloj de pared del salón, un "dos flechas" alemán de finales del siglo XIX que perteneció a un tío abuelo de la familia, cura de profesión y que, con precisión germana, daba las horas y las medias horas todos los dias y noches de cada semana, de cada mes, de cada año. De pequeño creía que el fantasma del tío abuelo vivía dentro de él y salía de su aposento por las noches para deambular por el viejo caserón y amedrentar a sus inquilinos. Años después han desaparecido los miedos del pasado y ahora te imagino como un fiel compañero de viaje, un amigo que durante varias generaciones ha medido nuestras vidas.

Ni la polilla que atacó brutalmente tu caja de madera, ni las manos torpes de la tita ya anciana que limpiaba tu péndulo de latón con bicarbonato y lo dejaba reluciente pero maltrecho, ni el olvido, ni la soledad en la casa vacía del pueblo cuando Concha se fue para siempre, han impedido que tu tic-tac cesara, que tu corazón se detuviera. Pero hace unos meses, mis torpes manos armadas con el estrés de los tiempos en que vivimos forzó la llave de la cuerda que te mantenía vivo y tu sonido cesó.

Al principio, pensé en tirarte o abandonarte en el desván, pero cada vez que regresaba a la casa de mi infancia y no te escuchaba, la tristeza me inundaba y tu recuerdo hacía brillar mis ojos. Guiado quizás por los espíritus de mis ancestros, encontré un viejo relojero en la capital, una UCI para los servidores del tiempo que te devolvió a la vida. Ahora vuelves a presidir el salón dando tus horas y tus medias horas. La casa que quedó sumida en las tinieblas tras tu silencio ha vuelto a tener vida y sigue su destino bajo tu riguroso y preciso compás.

Nota : al igual que el reloj del tío abuelo le da vida al viejo caserón del pueblo, tú querida y amada esposa mía le das vida a nuestro hogar.

Manuel

En Chic

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