Pensé "no voy a perder más el tiempo". Demasiadas horas recordando tu frescura, la mitad de estos años los gaste en pensarte. Quise llamarte, pero me paralizó mis verdaderos sentimientos.
Recorrí las calles del viejo barrio buscando alguna pista, algún resquicio que me permitiera llegar a la luz de tu paradero. Y llegó el destino cuando, tras la esquina donde nos escondíamos de las miradas ajenas y te robaba esos momentos furtivos, apareciste de repente. Por poco pierdo el sentido, el corazón se salía de mi pecho, pero lo que no me podía llegar a imaginar era que tú también me recordabas.
Nos sobraron las palabras y sólo con mirarte entendí lo que tus ojos me decían. No puedo recordar los minutos que llenaron nuestro silencio bullicioso donde desapareció el resto del mundo y sin soltar palabra nos fundimos en un abrazo.
Empecé a titubear, a tocar con mis manos esos labios que nunca me habían olvidado. Los nervios no me permitían decir todo lo que mi corazón hablaba. Fue cuando volví a escuchar tu voz como una canción que me mecía y lo sigue haciendo veinte años después de nuestro reencuentro.
Conchi Callejo