Y cuando aprendí a leer, y cuando oí por primera vez mi nombre junto a la palabra amiga, cuando recogí un desgarbado ramillete que a mamá le pareció precioso.
Y fui feliz cuando le conocí y supe que estaba irremediablemente atada a él, y cuando desterró mis miedos para siempre cosiendo a mi alma el olor de su cuerpo.
Y no sabría decir. Porque fui más feliz aquel día que nevó, cuando supe que por fin había anidado en mí. O cuando tomó en brazos a nuestro hijo y se vio en el espejo diminuto de su rostro. Y me sentí poderosa cuando vencí a la dama de la noche eterna, y mi pequeño milagro se hizo luz y nació de mí un cascabel. Y ahora se amontonan los días de dicha y las risas. Siento el palpitar de la felicidad bajo mi piel cada vez que dicen mamá y les digo que me gastarán el nombre, y cuando recibo sus besos con colacao. Y cuando ellos toman todo de mí y ya no me queda nada más para darles, soy feliz.
Y me reinvento, y soy feliz cuando mis libros me sonríen desde un escaparate, y en la radio hablan de amor, y cuando me como el último bombón, y cuando me siento en el sofá después de todo el día de batallas, y me pongo a bordar tesoros. Y sonrío cuando nadie sonríe, para que, al menos, tengan un motivo para hacerlo. Y como una maga, envuelvo cada recuerdo en una lágrima y lleno con todos ellos un enorme vaso que deshace el nudo en mi garganta, los días que no recuerdo por qué no soy feliz.