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Hoy le voy a robar limpiamente 200 leuros

Señores,

Le invito de nuevo a hacer un inocuo experimento socio-psicológico de esos que tanto disfruto: Cuando se encuentre en un atasco de tráfico y pretenda incorporarse a la calzada principal, permanezca a la espera de que alguien le ceda el paso sin hacer nada, simplemente mirando al frente, y comprobará que jamás nadie se solidarizará con usted. En cambio, busque con la mirada al siguiente conductor de la fila, mírelo a los ojos, y entonces observará, oh sorpresa, cómo de inmediato se para, facilitándole la maniobra.
Esto ocurre porque el conductor, enmascarado en una crisálida de acero y cristal, al carecer de rostro y aspecto humano, se deshumaniza al instante y quien está en su carril no va a ceder el paso a una máquina. Basta un fugaz cruce de miradas para recordarnos que detrás de esa chapa metálica y esa luna refulgente se encuentra una persona y disparar los mecanismos de empatía, urbanidad, y solidaridad. Para deshumanizar al prójimo no es imprescindible despojarlo de sus características físicas, tan solo hay que minar con argumentos más o menos falaces su mismidad humana: El proceso de deshumanización es una constante en la historia de los errores del hombre, y ha justificado aberraciones como la Inquisición, los gulags soviéticos, el Holocausto o, simplemente, que se linche a un árbitro en un partido de segunda división. Al tratarse de una sociedad completamente desprovista de rostros, es frecuente tender a deshumanizar al prójimo a través de Internet. De hecho, una nutrida comunidad de sociólogos y psicólogos están de acuerdo en ver una correlación positiva entre el desarrollo tecnológico y la deshumanización.

Voy a dejar de ponerme estupendo, y por fin le voy a robar a usted los prometidos doscientos leuros, y para ello me aprovecharé del fenómeno del que estoy hablándole hoy y lo llevaré a las últimas consecuencias. Este timo está emergiendo como el moho en la red, y espero que exponérselo sirva para que estén prevenidos. Para llevarlo a cabo, esperaré a que alguien ponga a la venta en un foro cualquiera una cámara de fotos Olympus, de la que me he encaprichado, por 200 leuros exactamente. En ese momento, me interesaré por la cámara, y llegaré a un acuerdo con el vendedor, pidiéndole su número de cuenta bancaria y rogándole que, en cuanto reciba el pago, me envíe la cámara a la central de reparto de Seur en Alcobendas. Acto seguido, pondré en venta en otro foro o en una página de anuncios por palabras un portátil que no tengo por 200 leuros. El portátil está bastante bien de precio, tampoco es una ganga tremenda, pero seguramente a alguien llamará la atención, en las fotos (tomadas de una página cualquiera de Oklahoma) parece que está como nuevo. A usted, en concreto, le va a encantar. Se pone en contacto conmigo llamándome a mi móvil (una tarjeta prepago, pero usted eso no lo sabe), y yo le doy el número de cuenta del vendedor de la cámara Olympus, y le prometo que, en cuanto se haga efectivo el ingreso, le mandaré el portátil por Seur. El vendedor de la cámara recibe el pago, me envía la cámara de forma completamente gratuita para mi, yo me acerco a Alcobendas, presento un carnet de biblioteca falso (¡no me haga ir a por el DNI a casa, hombre, por favor!), la retiro, y me voy tranquilamente con sus 200 leuros a hacer fotos a bonitos edificios y a pajaritos del monte. Le acabo de soplar a usted 200 napos y no hay mucho que usted pueda hacer, porque sólo puede llegar judicialmente hasta el pobre infeliz que me mandó la cámara, y de ahí con mucho esfuerzo policial (por doscientos euros dudo mucho que la investigación siga desde ahí) hasta la central de Seur en Alcobendas, donde nunca habrán oído hablar de mi, sino de un tal Mortimer Agapito Gómez Cifuentes que ni siquiera existe.

Estamos creando un monstruo exquisito. Internet saca lo mejor y lo peor del ser humano, precisamente porque lo convierte en no-humano. Pero debemos luchar por ganar nuestra identidad online, hacerla cercana a los demás, convertirnos en personas y no en nicks. Cuántas veces, si no, nos han dicho cosas a través del messenger o de un sms que nunca nos habrían dicho en persona. Cada vez hay más hombres que se conectan a chats haciéndose pasar por lesbianas, que hablan con lesbianas que a su vez son hombres, y dicen cosas que nunca osarían decir a nadie a la cara. Cada vez proliferan más los trolls que atormentan a contertulios en los foros de una forma brutalmente despiadada y que en su núcleo familiar son respetables miembros de la comunidad, generosos esposos y padres rebosantes de afecto. Cada vez más viejos babosos se hacen pasar por niños y envían fotos de un chaval de Cuenca para que viejos babosos haciéndose pasar por niñas les manden fotos de una chica de Soria que no sabe nada de todo esto. Cada vez crecen más los engaños y las mentiras, las fotos retocadas, las promesas vanas de amor eterno. Cada vez, en fin, somos menos conscientes de la influencia de nuestros actos en un otro que no existe, no tiene cara, y por lo tanto, no es persona. Imagínense qué salto supondría en este universo paralelo que hemos montado fruto de nuestras frustraciones y nuestros complejos, si obligatoriamente una ventanita mostrara nuestra cara, nuestros ojos, cada vez que nos conectáramos a la red.

Deshumanizadamente,

Fabián, su Chico Fotógrafo

Fabián C. Barrio es criminalista y productor de hierbas aromáticas.

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